¿Qué significa ser adulto? Para san Agustín, esta pregunta no se refiere simplemente a alcanzar una determinada edad o etapa de la vida; por el contrario, afecta al núcleo mismo de su itinerario espiritual y filosófico. Para él, la verdadera edad adulta está marcada por un proceso de formación interior, un viaje desde la inestabilidad juvenil hasta el pleno status de una persona espiritualmente madura.
Este viaje, tal como Agustín lo presenta en sus Confesiones, no tiene tanto que ver con la biología como con la formación de la vida interior.
La formación de un 'yo' maduro
La idea que Agustín tiene de la edad adulta está profundamente vinculada a su noción de formatio: el proceso de hacerse íntegro, recto y plenamente formado. No se trata necesariamente de una maduración física o psicológica, sino principalmente espiritual.
De hecho, utiliza a menudo la imagen de ser "hecho erecto" (factius erectior, completamente erguido, propiamente humano) para describir su propio camino hacia la madurez, recurriendo a la palabra latina grandius para transmitir no solo la idea de crecimiento físico, sino la emergencia de un 'yo' en cierto modo heroico, "grandioso", espiritualmente maduro.
Este movimiento hacia la madurez es, para él, un proceso continuo. No se trata de un acontecimiento único, sino de una serie de renacimientos: un constante alejamiento de las distracciones del mundo hacia la estabilidad de lo divino.
Esta idea queda bellamente plasmada en las constantes referencias de Agustín al agua y a los baños, desde los baños públicos de su Tagaste natal hasta la piscina bautismal. Es en estos escenarios (los baños públicos) donde Agustín afirma que experimentó por primera vez la agitación de la edad adulta, e incluso el deseo adulto. Más tarde, en las aguas bautismales, encuentra una transformación más completa y duradera.
De pie: de la debilidad a la plenitud
El lenguaje de Agustín en torno a la edad adulta contrasta a menudo debilidad y fuerza, flacidez y plenitud. Para él, hacerse adulto significa erguirse en el sentido más pleno, tanto física como espiritualmente. Esto se refleja en la famosa escena en la que su padre, viendo los signos físicos de la maduración de Agustín en las termas de Tagaste, se regocija ante la idea de tener nietos. Pero esta "madurez fecunda", como él dice, no es la que Agustín busca en última instancia. En su lugar, busca la madurez espiritual marcada por su bautismo posterior: una posición erguida más profunda, libre de las cargas de la lujuria y la confusión juveniles.

Alimentar el alma madura
La edad adulta también está marcada por un cambio de apetito, pasando de la "leche" de las enseñanzas infantiles al "alimento sólido" de la comprensión espiritual madura. Este cambio se ilustra vívidamente en las Confesiones, donde describe su viaje filosófico como un proceso de aprendizaje para distinguir la comida nutritiva de la mera chatarra, lo sustancial de lo superficial.
No se trata en absoluto de una cuestión de preferencias dietéticas, sino de un profundo cambio existencial: el paso de una vida impulsada por deseos bajos a una vida animada por cosas más elevadas y permanentes.
En latín, adultus está relacionado con el verbo adolescere, que significa "crecer", pero también procede de alere, que significa “nutrir” o "alimentar". El sufijo pasivo "tus" indica un estado de haber sido alimentado o nutrido hasta la madurez. Un adultus es, en este sentido, no solo alguien que ha crecido, sino alguien que puede alimentarse por sí mismo.
Esto contrasta con el término infans, que literalmente significa "incapaz de hablar" y, por extensión, incapaz de alimentarse por sí mismo. En más de un sentido, todo está relacionado con lo que uno puede hacer con la boca: alimentarse o hablar correctamente.
Agustín juega con esta etimología en las Confesiones, subrayando la importancia de pasar de la infancia espiritual, un estado de dependencia e inmadurez, a la edad adulta espiritual, un estado de autosuficiencia y comprensión madura. Se trata de pasar de ser alimentado a convertirse en el que alimenta, tanto en el sentido físico como en el espiritual.
El ser humano interior como medida de madurez
Por último, vincula la edad adulta a su concepto del ser humano interior: un yo que persiste a través de las muchas transformaciones de la vida, buscando siempre una forma de existencia más profunda y estable. Este yo interior es un estado psicológico, sí, pero también es el núcleo mismo del ser de una persona: la sede de la memoria y el deseo, el lugar donde arraiga la verdadera madurez.
En resumen, para san Agustín la edad adulta no es un estado estático, sino un proceso continuo de hacerse grandius -más grande, más pleno, más completo-. Es un viaje de la distracción a la concentración, de la dispersión a la unidad, de la mera existencia a la verdadera vida. Ser adulto es mantenerse erguido en el sentido más pleno, enraizado en el amor y el conocimiento de Dios.


