La angustia de algunos puede conducir a resultados dramáticos. ¿Quién no ha experimentado alguno a su alrededor? Llorar de rabia y gritar la propia desesperación pueden ser soluciones, y la Biblia está llena de tales lamentaciones. Digamos, sin embargo, que solo se convierten en oración en la medida en que se dirigen a Dios.
Convertir la queja en oración
La queja en sí misma solo mantiene vivo el sufrimiento. En cambio, cuando se pone en el corazón de Dios, se transforma en oración, a la que el Padre no puede permanecer insensible, aunque su respuesta no sea siempre la que uno desearía.
A los que preguntan qué haría Dios en tal o cual situación, les decimos que lloraría con nosotros el día de la prueba, pues es la forma más adecuada de compasión.
Jesús también lloró por Jerusalén justo antes de expulsar a los mercaderes del Templo en el Evangelio de san Lucas (19, 41-44):
"Al acercarse y viendo la ciudad, lloró por ella, y dijo: '¡Si al menos en este día tú conocieras los caminos de la paz! Pero son cosas que tus ojos no pueden ver todavía. Vendrán días sobre ti en que tus enemigos te cercarán de trincheras, te atacarán y te oprimirán por todos los lados. Te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has reconocido el tiempo ni la visita de tu Dios'".
Veamos ahora a los que más se quejaron... evidentemente para situarlos en su contexto.
La Biblia
Su Libro de las Lamentaciones en el Antiguo Testamento le valió al profeta Jeremías la distinción de ser el portador de malas noticias para la eternidad.
También está Job, el más grande de todos los hijos de Oriente, el hombre de las 7 mil ovejas, los 3 mil camellos, las 500 yuntas de bueyes, los 500 asnos y la multitud de siervos. Dios permitió que Satanás lo pusiera a prueba, y a pesar de la pérdida de todas sus posesiones, de sus hijos y de su salud, permaneció fiel a su Señor. Sin embargo, un día, desesperado, empezó a maldecir el día de su nacimiento:
"¡Maldito el día en que nací y la noche que dijo: Ha sido concebido un hombre!" (Job 3, 3)
Las lamentaciones de Jesús en la Cruz
Jesús también se quejó, retomando las palabras del Salmo 22, 1-2:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡Las palabras que lanzo no me salvan! Mi Dios, de día llamo y no me atiendes, de noche, mas no encuentro mi reposo".
Y así, ¿quiénes somos nosotros para no llorar cuando al Hijo del hombre se le permite hacerlo?
Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (2584):
"A solas con Dios, los profetas extraen luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, es, a veces, un debatirse o una queja, y siempre una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia".
El Muro de las Lamentaciones
En Jerusalén también está el famoso Muro de las Lamentaciones, donde todo el mundo acude a presentar sus quejas a Dios con un gesto de humildad, introduciendo su panfleto entre las grietas del muro.
El uso de este nombre parece un tema polémico en la semántica del conflicto palestino-israelí. Algunos prefieren "Muro Occidental", mientras que otros utilizan "Muro de las Lamentaciones". Lo fundamental es no olvidar dirigirse a Dios y no a los hombres. La fe transforma la ansiedad en confianza.


