Se ha estrenado en Movistar una miniserie de 4 episodios, Dos familias (título original: Playing Nice), que protagonizan el actor inglés James Norton y la actriz irlandesa Niamh Algar. El primero es un intérprete no lo suficientemente valorado que está apareciendo en películas atractivas como Cerca de ti, Ex maridos o Mujercitas; se educó en un internado católico romano y más tarde estudió Teología, estudios que fue compaginando con su devoción hacia el teatro. La segunda es recordada, sobre todo, por su papel en la extraordinaria serie The Virtues, y por pequeñas intervenciones en Mantén la calma y Despierta la furia, entre otros filmes. Ambos conforman el matrimonio principal de esta historia, basada en una novela de J. P. Delaney.
Pete Riley (Norton) es un periodista inactivo que ahora se dedica a tiempo completo a ejercer de padre de Theo, el hijo de 3 años que tuvo con Maddie Wilson (Algar), quien trabaja de chef en un restaurante. Pronto reciben una noticia que va a cambiar sus vidas: Theo no es su hijo biológico porque, tras un extraño error, alguien lo intercambió en el hospital por otro. Su hijo biológico se llama David y convive con Miles Lambert (James McArdle) y Lucy Lambert (Jessica Brown Findlay), los padres originales de Theo. Este error desmorona el mundo cotidiano de cada familia y les obliga a hacerse una pregunta y situarse ante un dilema: ¿cuál es su verdadero hijo: aquel que nació del vientre de cada madre pero al que no conocen o el que han criado y querido durante 3 años?
Miles propone que los cuatro se junten para decidir qué hacer a partir de ese momento. En seguida colocan encima de la mesa una solución que satisface a todos… en principio: cada pareja quiere conservar al hijo que ha criado. A partir de ahí establecen un acuerdo: pasar juntos un tiempo para que Pete y Maddie se familiaricen con David (su hijo biológico) y Miles y Lucy estén con Theo (su hijo biológico). Sin embargo, el acuerdo no será tan sencillo.
Pros y contras de una serie sobre maternidad/paternidad

El punto más importante de Dos familias, que dirige Kate Hewitt, es su reflexión sobre el amor a los hijos y, por ende, la maternidad y la paternidad y los miedos que afectan a los padres y a las madres cuando saben que podrían perder a su niño. Los cuatro adultos principales de la miniserie sienten ese temor casi desde el inicio: porque llega un momento en el que cada familia desvela lo que quiere… es decir, ambas familias quieren quedarse con los dos hijos, tanto el biológico como el adoptado. Otra solución sería imposible porque están en juego el cariño y la convivencia pero también los genes y la sangre.
Entre los pros, además de esa reflexión sobre el afecto familiar, tenemos lo que sucede en los dos primeros episodios, cuando Miles, un hombre de clase muy alta que lo tiene todo, estrecha lazos amistosos con Pete, que es de una clase inferior y carece de empleo remunerado, y las dos familias aprenden a conocer a sus respectivos hijos biológicos. Aceptan la situación y aprenden a practicar ese juego que consiste en intercambiarse niños durante un rato para formar una insólita familia de seis miembros.
Sin embargo, hacia la mitad llegan los contras: desde el momento en que Miles descubre su verdadera cara (un psicópata dispuesto a mentir y a manipular para quedarse con la custodia de los dos niños) y Pete asiste atónito a sus maniobras (se convierte en un hombre incapaz de mover un dedo para defender su privacidad y su territorio), la serie entra en conflicto con su credibilidad. Porque asistimos al maniqueísmo total: Miles es un villano muy malo y Pete es un antihéroe muy bueno. Y el tono de los dos últimos episodios roza la telenovela de sobremesa.
Por fortuna hay dos aspectos que liman esas asperezas: por un lado, las madres no caen en ese maniqueísmo porque Maddie arrastra ciertos problemas mentales de antaño y a Lucy la acometen muchas dudas sobre la conducta maquiavélica de su marido; por el otro, que esta situación de tira y afloja entre las dos familias llena la serie de una tensión continua que provoca, desasosiega e incomoda al espectador.


