A las 18:08 horas del jueves 8 de mayo, Roma dejó de respirar, y el mundo con ella. Tras apenas dos días de cónclave, la Iglesia tenía nuevo Papa, y se llamaba León XIV. Tres semanas después de la muerte del Papa Francisco, la plaza de San Pedro, bañada por la luz del atardecer, se transformó lenta y silenciosamente en un lugar alegre para una vigilia colectiva. Desde el amanecer, los fieles, solos o en grupos, habían acudido de todas partes para vivir este momento raro, casi sagrado. A las 6 de la tarde, eran más de 45 mil, apiñados, con la mirada dirigida hacia ese pequeño punto del techo de la Capilla Sixtina: una simple chimenea, por la que, tarde o temprano, emergería un signo.
A lo largo del día, cantos, rosarios, conversaciones más o menos animadas y silencios profundos se alternaron con aplausos regulares, como para animar a los cardenales reunidos a pocos metros, en la Capilla Sixtina. Los sacerdotes bendecían, los peregrinos rezaban y un profundo fervor envolvía a la multitud. Una expectación alimentada por la historia, pero sobre todo por la esperanza. Porque lo que está en juego aquí va más allá de la tradición: es el soplo del Espíritu Santo lo que los creyentes invocan.
18:40hrs. Un escalofrío recorre a la multitud, repentinamente conmovida hasta las lágrimas: una cría de gaviota se ha posado junto a la chimenea del tejado de la Capilla Sixtina. Una silueta pequeña y frágil, inesperada, casi simbólica, como un mensajero inocente en el umbral de un momento sagrado. Unos segundos más tarde, una exclamación atraviesa la multitud. El humo se eleva. Denso, claro… ¡Blanco!
El clamor es inmediato, instintivo, global. Se alzan las manos, estallan gritos de júbilo, se encienden los teléfonos inteligentes. Algunos caen de rodillas. Otros rezan en voz alta. La noticia da la vuelta al mundo en cuestión de segundos, pero aquí, en la plaza, es una ola de gracia que recorre corazones y cuerpos. Las campanas de San Pedro repicaron majestuosamente, dando ritmo a las lágrimas, los cantos, los abrazos entre desconocidos que se habían convertido en hermanos y hermanas de espera.
La cortina del balcón central sigue cerrada y los minutos pasan. Pero aquí, el tiempo no parece fluir a la misma velocidad. Un grupo de jóvenes mexicanos canta enérgicamente "¡Esta es la juventud del Papa!" Un poco más allá, sacerdotes brasileños recitan fervorosamente el rosario. Los murmullos se redoblan. A ambos lados de la plaza, fieles de todo el mundo entonan el Regina caeli. Fuera de la Capilla Sixtina, nadie sabe aún quién ha sido elegido. Pero al final, no importa. Charlotte, una joven francesa que encontramos en la plaza, disfruta del momento: "¡Es un ambiente increíble! Aún no sabemos quién es, pero todo el mundo está muy contento. Han elegido al Papa".
Delante de la logia se despliega una larga tela, señal de que la Iglesia tiene un nuevo líder. Entonces, los altavoces crepitaron y una silueta avanzó con rostro solemne: el protodiácono cardenal Dominique Mamberti, encargado de anunciar el nombre del nuevo Papa. Los gritos de la multitud dieron paso poco a poco a un silencio total. Un silencio habitado.
"Annuntio vobis gaudium magnum: ¡habemus Papam!"
La frase tan esperada resuena bajo las columnatas de Bernini. "Habemus Papam". Dos pequeñas palabras que electrizan a los fieles congregados. El nuevo Papa se llama León XIV. Un nuevo pastor para la Iglesia universal. Una nueva voz para el Evangelio. Vuelven los gritos de "Viva el Papa". Pero nadie en la plaza ha descubierto aún quién es el próximo Papa. "¿Quién es?", pregunta una portuguesa a un grupo de sacerdotes. Los sacerdotes tampoco parecen haber oído el nombre. No importa, mientras tanto, es el nombre de León el que los fieles corean con vigor y fervor.
Cuando el Papa apareció una hora después de la fumata blanca, vestido de blanco y visiblemente emocionado, la multitud estalló en llamas por segunda vez. Todo un pueblo acoge a su pastor. No es sólo un hombre el que aparece: es una continuidad, un antiguo aliento renacido, una fe vuelta hacia el futuro. El cardenal Robert Francis Prevost, de 69 años, estadounidense de Chicago y misionero en los Andes, es el nuevo Papa.

"La paz sea con todos vosotros" fueron sus primeras palabras. "Yo también deseo que este primer saludo de paz viva en vuestros corazones y en vuestras familias". Consciente de que el papel del sucesor de Pedro va más allá de su título de Obispo de Roma e incluso de Pastor de los católicos del mundo, León XIV prosiguió: "Me dirijo a todos los hombres, dondequiera que estén, a todos los pueblos, al mundo entero: ¡que la paz esté con vosotros!", entre grandes aplausos de los fieles y de los romanos presentes.
Eran casi las 20 horas cuando el Papa abandonó la logia, después de haber sido acogido tan calurosamente por el pueblo de Dios. La plaza de San Pedro se iba vaciando poco a poco, todos exultantes por haber vivido este momento histórico. En esta noche del 8 de mayo, el soplo del Espíritu Santo ha resucitado. Y una vez más, el mensaje de la Iglesia resonó en todo el mundo.
Una multitud aplaude ante su nuevo Papa:


