Está en boca de todos, cada hora de cada día. En Roma, el cónclave no deja indiferente a nadie. En los últimos días, la ciudad ha bullido de congregaciones generales, en las que todo el mundo hacía sus propias predicciones sobre la identidad del próximo Papa. Pero la entrada en cónclave de los cardenales el miércoles 7 de mayo electrizó de verdad las terrazas de los cafés y restaurantes de la Ciudad Eterna.
Tras dos horas paseando por las calles de la capital italiana, una familia valenciana de vacaciones eligió un café no lejos de la plaza de San Pedro para refrescarse. Uno de los dos adolescentes preguntó a sus padres: "¿Quién creéis que será el próximo Papa?" Y los padres presentaron a sus hijos los perfiles de los cardenales que les gustaban, y todos siguieron el juego, comentando, comparando y defendiendo con convicción a su "candidato".
Un poco más allá, un grupo de colegas que han venido a compartir un plato de pasta y un spritz antes de volver a la oficina charlan animadamente. La palabra "cónclave" aparece varias veces. ¿De qué hablan? La duración de este acontecimiento inmutable. Dos días, tres días. Un forastero apuesta por un cónclave largo, argumentando que los cardenales no podrán ponerse de acuerdo rápidamente porque no se conocen bien. Este argumento es barrido por los demás, que no dudan en referirse a los tres últimos cónclaves. Y hay mucho en juego: el apostante que acierte será recompensado con una comida en una buena trattoria.
Las monjas carmelitas del sur de Italia también se prestan al juego. Para ellas, el verdadero debate se refiere al nombre que elegirá el próximo Papa. Sor Marie está convencida de que "el próximo Papa se llamará Juan".
Otra monja, más discreta pero no menos convencida, cree que el nombre podría ser una sorpresa. Mientras se toma un spritz, una pizza, unos sabrosos antipasti o un reconfortante café, las discusiones y debates en torno al cónclave se suceden bajo el sol romano.
A veces desenfadadas, a veces apasionadas, es difícil no dejarse atrapar por estas conversaciones. Y, sin embargo, en todo este alegre entusiasmo, a veces parece quedar relegado a un segundo plano un protagonista esencial: el Espíritu Santo. Porque si hay una persona cuya apuesta debería ser un éxito seguro, es Él.


