A los 24 años, Andrés, en palabras del arzobispo Jorge Mario Bergoglio, tenía un 90% de pasión y un 10% de saber lo que quería. Terminó en la oficina del arzobispado de Buenos Aires para presentarle al cardenal Jorge un proyecto de evangelización para jóvenes. “Si ya llegaste hasta acá es porque en algún lío me vas a meter”, le dijo cuando lo invitó a pasar a su oficina.
A partir de ahí, se mostró verdaderamente interesado en escuchar a aquel joven que llegó con inquietud evangelizadora. Le propuso continuar charlando para pulir el proyecto y hacerlo sostenible en el tiempo.
En realidad, ese era el inicio de muchos proyectos juntos, pero sobre todo de una entrañable amistad.
“Nos veíamos dos o tres veces al mes, charlábamos. A él le interesaba más saber qué había en mi corazón que el proyecto en sí. El proyecto terminó siendo más una excusa que otra cosa”.
Bergoglio se convirtió en un confidente, un asesor espiritual con quien podía orar, compartir sus inquietudes, sus deseos de agradar a Dios, y también sus momentos de desierto. Luego, llegó el cónclave del 2013.
Andrés y su esposa, que acaban de decidirse a ser una familia misionera de tiempo completo, agendaron una importante plática con el arzobispo para cuando regresara del cónclave. Pero Bergoglio se convirtió en Papa y nunca volvió a Buenos Aires.
La charla pendiente se trasladó a Roma y, de una u otra forma, la amistad continuó, siempre con la impresión de estar hablando a ratos con el padre Jorge y a ratos con el Papa.

El Pontífice
Comenzó entonces el pontificado de Francisco, bajo la misma orientación pastoral que había tenido en Argentina, y siendo párroco, pero ahora del mundo.
“Yo creo que esa fue una de las cosas que más me hizo admirarlo, que no cambió el discurso; lo mismo que nos decía a nosotros en la parroquia en Capital Federal, era lo mismo que decía los miércoles en las audiencias. Yo me daba cuenta que él seguía siendo exactamente la misma persona, que no había cambiado las cosas”.
Y así lo demuestran, entre otras cosas, las similitudes entre el documento de Aparecida y Evangelii Gaudium; dos documentos que permiten descubrir el corazón del Papa Francisco.
En una charla, Andrés recuerda que le señaló que el documento de Aparecida tenía toda la esencia de lo que él era. “Y él me dijo, sí, sí, por eso Evangelii Gaudium tuvo que salir rápido, porque es Aparecida, pero para el mundo”.
“Yo le hice un comentario como diciendo ‘es maravilloso Evangelii Gaudium’ y él hizo así cara como que no le gustaba mucho. A mí me sorprendió. Él dijo, ‘bueno, te voy a ser franco (...) si vos querés saber la esencia de Evangelii Gaudium, andá a Evangelii Nuntiandi, que ahí está todo'”.

Un corazón marcado por la simpleza

Su pontificado continuó sobre estos y otros temas, pero siempre desde la simpleza que traspasó toda su labor. Una simpleza sincera que no buscaba impactar con un ejemplo de humildad a toda la Iglesia o dejar mensajes encubiertos, sino simplemente vivir desde lo lógico, haciendo lo que uno debería de hacer.
Recordando el revuelo que hubo al inico de su papado por continuar usando sus zapatos negros, Andrés destaca la simpleza de la decisión del Papa Francisco, que decidió continuar con los zapatos que tenía porque, al ser ortopédicos, le permitían caminar sin dolor.
“A la hora de cambiarse los zapatos, él lo que dijo fue, ‘no me den esos zapatos porque me va a hacer doler, déjenme con los que estoy’. A partir de eso uno dice, bueno, pero podría haberse ido a arreglar los rojos y listo; y está bien, claramente podría haberlo hecho, pero el no aceptar los zapatos rojos, no tenía un trasfondo de un mensaje que quería darle a la Iglesia. Era lo más simple, él pensó: me va a hacer doler, me quedo con esto”.
Lo mismo ocurrió con la renuncia a su salario. Castillo recuerda que él le decía: “Yo no renuncio a mi sueldo porque quiero hacerme ver como el Papa humilde y pobre; no sabría qué hacer con el sueldo porque acá tengo todo, pido lo que pido y me lo dan, no tiene mucho sentido que lo tenga”.
“Otra vez un pensamiento simple”, destaca Andrés, “no estaba queriendo darle un mensaje al mundo". Sobre la anécdota de que pagó el hotel apenas había sido elegido Papa, comenta: "Él me decía, ‘a mí, mi mamá me enseñó siempre que la deuda se paga, y yo fui y la pagué’”.
“Esta simpleza es dificilísima de conseguir, es una simpleza en donde vos estás despojado de tu propio yo y sencillamente estás con el corazón abierto para que Dios te moldee y te lleve a donde Él quiera. Y yo siento que eso tiene mucho más peso que si él hubiera querido darle mensajes al mundo; su simpleza tiene mucho más peso porque lo que nos está diciendo es que así deberíamos ser todos”.
Y desde este ejemplo, ser santo es un poco menos difícil, comenta Andrés, pues mientras ser santo suena bastante duro, ser simple está al alcance de todos. “Creo que su corazón está marcado en esa línea, en la línea de la simpleza donde es sencillo ser simple; es difícil conseguirlo, pero si uno se predispone, termina siendo fácil ser simple y creo que ahí es donde Dios actúa mucho más, en nuestra simpleza, cuando no estamos buscando la segunda línea o la segunda palabra, o lo que van a decir”.
Sus preocupaciones
Quizá la más inmensa de sus preocupaciones como Pontífice fue la paz en el mundo. Consideraba que la cantidad de dinero que destinan los países a proveerse de armamento podría utilizarse, por ejemplo, para dar asistencia a quienes pasan hambre o viven otras necesidades.
“Yo sé que a él le entristeció muchísimo no poder hacer más en la guerra de Ucrania y Rusia. Eso a él lo entristeció mucho porque él vio que tenía, supuestamente, un poder como Papa para solucionar estas cosas y, cuando quiso accionar, se dio cuenta que era completamente impotente, que ni siquiera su investidura le servía para poder ir por la paz. Eso yo sé que lo tenía muy, muy triste”.

Especial con todos
Durante los 12 años que Andrés viajó a Roma para continuar trabajando de la mano del Papa en Renova, se percató de que ni él ni el resto de los integrantes del proyecto eran especiales o predilectos para el Papa, sino que él era especial con todos: encontraba un tiempo para todos, para saber cómo estaban y asegurarles que los tenía presentes en la oración.

“Yo estoy convencido de que él no hacía privilegio por nadie, que él era así de especial; y, en realidad, el único mérito que uno tiene es haberse quedado cerquita”. Y sobre esta vivencia agrega: “Yo pienso en el tiempo en que los apóstoles caminaban con Jesús, todos se sentían diferentes. Sin embargo, los diferentes no eran ellos, era Jesús”.
Y concluye: “El que quiera continuar un legado de Francisco no lo va a continuar creyendo que era especial delante de sus ojos; (será) entendiendo que uno tiene que empezar a ser especial con todas las personas, de la misma forma que él (...) tratar de imitarlo a él porque él empeñó toda su vida en parecerse cada vez más a Jesús”.


