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Las fuentes de la esperanza cristiana

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María Marco Cazcarra - publicado el 30/04/25
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La llamada de Jesús es una llamada a la esperanza, la cual proviene del amor y la confianza. En esta meditación descubrimos una invitación que Dios nos ha hecho

En la Carta a los Hebreos, san Pablo dice: "Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa" (Heb 10, 23). La llamada de Jesús es una llamada a la esperanza. Una llamada a crecer en el amor, y a hacer crecer el amor en nosotros y en el mundo. Es, como Jesús mismo dio testimonio con la propia vida, una llamada a arriesgarlo todo en la fidelidad a Dios. 

Cada llamada es única y distinta, pero todas implican el duelo del pasado. Lo vivido ha quedado atrás. Demos gracias a Dios. Somos llamados a dejar el mundo antiguo para encarar la esperanza del presente. Somos hijos de la esperanza y del misterio. Para Jesús, la esperanza es la revelación del misterio de Dios. Jesús nos ha dado a cada uno el movimiento interior necesario para engendrar una esperanza verdadera. 

La esperanza cristiana tiene un componente no visible. Desde el interior de la persona reaviva las fuerzas, la pasión y el dinamismo necesarios. Dios tiene la iniciativa de ponernos en camino, y desde el interior de las cosas, nos empuja a buscarlo. A buscar y abrazar la realidad sobrenatural de Dios. A dejarnos ser abrazados y mecidos por ella. 

Las fuentes de la esperanza son dos: el amor y la confianza. Como cristianos, Jesús es imagen viva del Dios invisible de todas las cosas. Fuente insondable de amor bueno y sin límite. Nuestra confianza es la suya, cuando clavado en la cruz alzó la mirada al cielo y gritó con todas sus fuerzas: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46). Dicho lo cual, expiró, y resucitó al tercer día. 

El hombre y la mujer que rebosan esperanza son seres humanos libres que aman. No porque necesariamente sepan hacerlo, sino porque desde el interior de sí mismos son empujados por la esperanza que Dios ha puesto en ellos. Saben que el tesoro de sus vidas no está en lo presente, sino que en su corazón siempre joven late la intuición de que la promesa de una Paz perfecta y en comunión para toda la humanidad está cerca. Por eso trabajan por la Paz. Y desde la fuente de esperanza que los nutre, construyen el reino de Dios cada día. 

"Que el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo" (Ro 15, 13). 

Las raíces de la esperanza

La esperanza, como la fe, hunde sus raíces en el tiempo. La esperanza es el movimiento que sostiene todos nuestros movimientos, aunque no siempre lo sepamos. Cada palabra, cada gesto, cada mirada, nace de una esperanza, una llamada, una vocación. 

Es así como avanza el deseo de Dios en nosotros. El Dios de la esperanza irrumpe en nuestras vidas cuando salimos de nosotros mismos para ir a buscar al otro para compartir lo que Dios puso primero en nosotros: su amor y su Paz. 

La invitación de Dios es esta: descubre en la vida qué esperas, y sal a por ello. Descubrirás, no sin sentirte profundamente conmovido, que en el fondo de ti mismo o misma compartes el anhelo de toda humanidad. Y lo que quieres, es tan simple, que casi no puede ser puesto en palabras: el mayor bien para todos siempre.

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