Hijo de emigrantes italianos, Jorge Mario nació en 1936 en el barrio obrero de Flores. El mayor de cinco hermanos, era estudioso y se sentía más a gusto con los libros que leía que con un balón de fútbol, aunque seguía con pasión al equipo de fútbol San Lorenzo. Su fe creció especialmente gracias al contacto con su querida abuela, Rosa Bergoglio. Ella también le enseñó la cultura italiana. A los 17 años, mientras asistía a un instituto de formación profesional donde se preparaba para ser químico, tuvo una experiencia que cambiaría su vida. Al entrar en la Basílica de San José de Buenos Aires, se encontró con Dios. "Ya no era el mismo. Había sentido una voz, una llamada. Estaba convencido de que tenía que ser sacerdote", relataría durante una vigilia de Pentecostés tras su elección.
Este amante del tango ingresó en el seminario diocesano de Buenos Aires. En su segundo año, solicitó ingresar en la Compañía de Jesús, la orden fundada por san Ignacio de Loyola en 1539. En total, su formación duró de 1958 a 1971, trece años de estudio.

Ordenado sacerdote
Fue en el difícil contexto eclesial posterior al Concilio Vaticano II cuando se ordenó sacerdote en 1969. La crisis de las órdenes religiosas estaba en su punto álgido: un tercio de los jesuitas abandonó la Compañía en la década posterior al Concilio. En Argentina, los que quedaban estaban divididos entre los partidarios de la teología de la liberación, que habían adoptado planteamientos marxistas, y los conservadores más antiguos.
Bergoglio abogó por una tercera vía y alienó a conservadores y liberales, que lo veían como un firme defensor de la justicia social. Al mismo tiempo, desconcertó a los seguidores de la teología de la liberación al preferir la teología del pueblo, una teología que se niega a ser grabada en piedra como teología política", explica Jean-François Colosimo en la Revista de los dos mundos.
Esta línea de pensamiento, verdadera "matriz" del hombre que iba a convertirse en Obispo de Roma, considera que los cristianos no pueden anunciar el Evangelio a un pueblo si ellos mismos no adoptan la cultura de ese pueblo como venida de Dios. Presupone la inculturación, y puede explicar la pasión con la que Francisco combatirá la idea de que la Curia romana puede decidirlo todo, sobre todo, en todo momento.
¿Un ultraconservador autoritario?
En 1973, a los 36 años, Jorge Mario fue elegido Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina. "Una locura", comentó cuarenta años después en una entrevista con el padre Antonio Spadaro. El nuevo líder de los jesuitas argentinos promovía la reforma más que la revolución y era considerado ultraconservador por la vanguardia intelectual jesuita. No quería rechazar la herencia jesuita. Al contrario, en cierto modo en el espíritu del Concilio Vaticano II, se esforzó por volver a las fuentes de la espiritualidad ignaciana, haciendo del discernimiento y de los Ejercicios una escuela de oración. Insistía ya en una pastoral orientada hacia los más pobres y enraizada en la realidad, pero siempre alejada de ideologías o activismos políticos.
Aunque la Compañía se encontraba en una situación muy delicada cuando asumió el poder, la situación de su país era catastrófica. Desgarrada por ideologías marxistas y antimarxistas, Argentina estaba sumida en una lucha a muerte entre peronistas de izquierdas y de derechas. Para poner fin al caos civil, en 1976 se instauró una dictadura militar. Encabezada por el general Videla, la represión, tan masiva como discreta, se saldó con detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos.
En este contexto, el joven provincial trató de proteger su orden al tiempo que prestaba ayuda a las víctimas de la represión. Pero después de 1983, cuando la dictadura había caído, fue acusado públicamente de haber entregado a dos jesuitas marxistas a los militares. Estas acusaciones resurgieron durante el cónclave de 2005 y de nuevo tras su elección en 2013. Para exculpar definitivamente a su antiguo superior, el jesuita Franz Jalics declaró que él y su compañero no habían sido denunciados por Bergoglio.

Noche y luego luz
Habiendo llegado al final de su mandato como provincial, el padre Bergoglio estaba a punto de pasar por un período de cuestionamiento. Rector de la Facultad de Teología y Filosofía de San Miguel, su firme postura provocó dificultades en el seno de la Compañía de Jesús. Se marchó a Alemania en 1986 para escribir una tesis sobre el teólogo alemán Romano Guardini. Pero no soportó el tiempo lejos de casa y regresó a Argentina unos meses después. Fue destinado a Córdoba entre 1990 y 1992 como simple sacerdote y confesor. Confió al padre Spadaro que había vivido "un momento de profunda crisis interior", al darse cuenta de que su "modo autoritario de tomar decisiones […] había creado problemas".
Fue su nombramiento como obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 lo que sacó a Bergoglio de las sombras. El arzobispo de la capital argentina, el cardenal Antonio Quarracino, amigo íntimo de Juan Pablo II, le apreciaba y reconocía su capacidad de discernimiento y de acción. A los 55 años, el oriundo de Flores dejó la Compañía de Jesús para convertirse en obispo. Dejó la orden con cierta amargura. De hecho, no mantendrá relaciones estrechas con la Compañía hasta su elección en 2013.
Mano derecha de un cardenal de personalidad cálida y demostrativa, es un obispo tan discreto como disponible. Sigue convencido de que la Iglesia nunca se equivoca cuando está cerca de los pobres y multiplica las iniciativas en su favor. En 1997, Quarracino, enfermo, dispuso que Bergoglio se convirtiera en su sucesor a su muerte. En 1998, a los 61 años, se convirtió en arzobispo de Buenos Aires. A pesar de estar en el candelero, no quiso cambiar sus costumbres, llevando la ropa de su predecesor, negándose a alojarse en la residencia oficial del arzobispo o a tener chófer. Acosado por el fantasma de la mundanidad espiritual, previene a su clero contra la tentación de utilizar la Iglesia para fines personales.
En 2001, recién elevado al cardenalato por Juan Pablo II, su país atravesaba una grave crisis económica. El paro rozaba el 50% y la pobreza hacía estragos. El nuevo cardenal movilizó a las 186 parroquias de la ciudad y a los 800 sacerdotes de su arquidiócesis para convertir la Iglesia en un hospital de campaña. Mantuvo un tono muy libre y no dudó en criticar a las autoridades políticas, aunque ello le granjeara serios enemigos. El Presidente Néstor Kirchner y luego su esposa Cristina le consideraban un feroz opositor político, sobre todo en cuestiones sociales.
En octubre de 2001, los obispos del mundo empezaron a oír hablar de él cuando asumió brillantemente el papel de relator general adjunto de la 10ª asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicada al ministerio episcopal. La tarea le fue encomendada en el último momento para sustituir al cardenal Edward Michael Egan, arzobispo de Nueva York, obligado a permanecer en su país tras los atentados del 11 de septiembre.
El falso outsider argentino
En 2005, el cardenal Bergoglio viajó a Roma para asistir al cónclave que elegiría al sucesor del pontífice polaco. Los días previos a la elección fueron para él una oportunidad de ser fiel a su temperamento ascético: no asistió a ninguna fiesta y mantuvo las reuniones al mínimo estricto. Durante el cónclave, su nombre resonó muchas veces bajo el techo de la Capilla Sixtina. Un grupo de cardenales lo consideró una alternativa plausible al cardenal Ratzinger. Pero molesto por la idea de ser utilizado por un clan e incapaz de soportar el espíritu de división en el seno de la Iglesia, el argentino dejó claros sus sentimientos a sus hermanos cardenales, relata Austen Evereigh. Y Joseph Ratzinger fue elegido Papa antes que Bergoglio.
De vuelta a Argentina, fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal de su país, cargo que había rechazado tres años antes. En 2007, el hombre que ahora ve en la Iglesia sudamericana una fuente para la Iglesia universal fue uno de los protagonistas de la Conferencia del Celam en Aparecida, que reunió a 200 obispos de todo el continente. El documento final contiene todo el programa que Bergoglio se propondrá implantar en la Iglesia universal una vez que sea Papa.
Apaprecida subraya la importancia de la religiosidad popular, el descentramiento de la Iglesia hacia las periferias existenciales y la conversión pastoral de cada miembro del Pueblo de Dios. El arzobispo de Buenos Aires encabeza la comisión que redactó el documento final y elogia el modelo colegial que permitió elaborar el texto.
En vísperas del cónclave de 2013, el nombre de Bergoglio no aparecía -o apenas- entre los favoritos, apodados papables por los expertos vaticanos. Los cardenales, sin embargo, recuerdan que obtuvo muchos votos en 2005. Es más, ven a Bergoglio, tras la conferencia de Aparecida, como el líder de una Iglesia latinoamericana que representa a casi el 40% de los católicos del mundo.
Seis días antes de su elección a la Cátedra de Pedro, el cardenal Bergoglio intervino en las Congregaciones Generales que precedieron al cónclave. Benedicto XVI había dimitido un mes antes - el argentino saludó inmediatamente esta elección, que demostraba que el pontífice alemán era "una persona de gran fe y gran corazón". Ante sus hermanos, pronunció en tres minutos lo que se convertiría en el núcleo de su programa.
"Respecto al próximo Papa, explicó, "necesitamos un hombre que, partiendo de la contemplación y adoración de Jesucristo, ayude a la Iglesia a ir más allá de sí misma, a las periferias existenciales de la humanidad".
Si dices lo que realmente piensas a las Congregaciones Generales, tienes todas las posibilidades de ser elegido Papa", le dijo Elisabetta Piqué, una vaticanista cercana a Bergoglio, quien, junto a su marido, habían sido invitados a cenar en vísperas del Cónclave. Al oírlo, relata Gerard O'Connell, compañero de Elisabetta Piqué, en su libro La elección del Papa Francisco (Artège, 2020), el futuro Papa se rió a carcajadas, descartando "por completo" esa posibilidad.

