El colapso medioambiental se ve reflejado en extremos multiformes: por un lado, la sequía y desertificación que devora enormes extensiones de tierra fértil; por otro, las enormes precipitaciones pluviales que provocan grandes inundaciones y extensa devastación; y por otro más, el deshielo polar que provoca un aumento en los niveles de los océanos. También tenemos el hecho de que la disposición de agua potable va disminuyendo debido al agotamiento de las fuentes por sobreexplotación; mientras que su demanda va en aumento debido al incremento de la población y al exagerado consumo en países desarrollados.
Nos encontramos, pues, en una encrucijada donde el derecho humano al agua se ha reconocido internacionalmente, pero la tutela del mismo por parte de las autoridades no ha sido suficientemente correspondida con la eficacia que el derecho obliga.
Los desafíos del agua
La ONU resume los desafíos globales del agua en diez enunciados. Los cuatro más representativos son:
- 2,200 millones de personas carecen de acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura. Entre ellos, 771 millones de personas no pueden acceder ni siquiera a servicios básicos de agua potable.
- Más de la mitad de la población (4,200 millones de personas) carecen de servicios de saneamiento gestionados de forma segura.
- Unas mejores condiciones de agua, saneamiento e higiene podrían evitar unas 400 mil muertes al año por enfermedades diarreicas entre niños menores de cinco años.
- El 80% de las aguas residuales retornan al ecosistema sin ser tratadas o reutilizadas.
El agua, un derecho humano
El 26 de julio de 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció y declaró el derecho humano al agua y al saneamiento de la misma. Reconoció, además, que el agua es esencial para el pleno ejercicio del derecho a la vida y del resto de los derechos humanos. Este obliga a los Estados a proporcionar el acceso a una cantidad de agua suficiente para el uso doméstico y personal (de 50 a 100 litros diarios por persona), segura y aceptable (potable), a un costo asequible (máximo equivalente al 3% de los ingresos del hogar), y a una distancia también accesible (máximo a 1 Km / 30 minutos).
La Santa Sede, a través del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’ reconoció esta resolución en su Aportación al Sexto Forum Mundial del Agua (Marsella, Francia, marzo 2012): Agua, en elemento esencial para la vida.

El agua en la Doctrina Social de la Iglesia
La primera consideración de la Iglesia en relación al medio ambiente señala que los bienes de la tierra fueron creados por Dios para ser usados con sabiduría, y compartidos con justicia y caridad para beneficio de todos (Cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia –CDSI–, nn. 481-482). Y más adelante precisa:
"El principio del destino universal de los bienes, naturalmente, se aplica también al agua, considerada en la Sagrada Escritura símbolo de purificación (cf. Sal 51,4; Jn 13,8) y de vida (cf. Jn 3,5; Ga 3,27): "Como don de Dios, el agua es instrumento vital, imprescindible para la supervivencia y, por tanto, un derecho de todos". La utilización del agua y de los servicios a ella vinculados debe estar orientada a satisfacer las necesidades de todos y sobre todo de las personas que viven en la pobreza” (CDSI, n. 484).
“El agua, por su misma naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más entre las otras, y su uso debe ser racional y solidario. Su distribución forma parte, tradicionalmente, de las responsabilidades de los entes públicos, porque el agua ha sido considerada siempre como un bien público, una característica que debe mantenerse, aun cuando la gestión fuese confiada al sector privado. El derecho al agua, como todos los derechos del hombre, se basa en la dignidad humana y no en valoraciones de tipo meramente cuantitativo, que consideran el agua solo como un bien económico. Sin agua, la vida está amenazada. Por tanto, el derecho al agua es un derecho universal e inalienable” (CDSI, n. 485).
Laudato si
El Papa Francisco aborda la cuestión del agua en su Carta Encíclica Laudato si' (24 mayo 2015), en los numerales 27 a 31. La exposición, bien cimentada, clara y profética, destaca y condena la concepción mercantil del agua sujeta a las leyes del mercado, puesto que atenta contra el derecho humano universal:
“Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda en parte con más aportes económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no solo en países desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes reservas. Esto muestra que el problema del agua es en parte una cuestión educativa y cultural, porque no hay conciencia de la gravedad de estas conductas en un contexto de gran inequidad” (n. 30).
Estas palabras del Santo Padre Francisco son proféticas toda vez que la creciente escasez de agua potable puede ocasionar un aumento en su costo, limitando este bien universal a aquellos que puedan pagarlo; y anticipa, en el numeral 31, el hecho de que su acaparamiento pueda convertirse en uno de los principales conflictos del presente. Corresponde a toda la comunidad humana, particularmente a los responsables del poder ejecutivo, velar por el buen aprovechamiento de este recurso para bien de toda la sociedad.

