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Estas monjas mantienen viva una preciada tradición de encaje

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Elisabeth Bonnefoi - publicado el 14/11/24
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Tras las puertas de una abadía normanda, un puñado de monjas benedictinas continúa la tradición del encaje perfeccionada bajo el reinado de Luis XIV

Esta historia se desarrolla en Normandía, Francia, a orillas del río Orne. La abadía benedictina de Almenêches, trasladada a Argentan en el siglo XVIII, es una de las abadías femeninas más antiguas de Francia. En la actualidad, 31 monjas viven en la abadía de Notre-Dame d'Argentan siguiendo la regla de San Benito. Llevan una vida contemplativa, al tiempo que cultivan su huerto y se ocupan de las tareas domésticas.

Sin embargo, cinco de estas monjas de clausura tienen una vocación poco común. Son auténticas maestras de un arte por el que sus predecesoras recibieron el título de Meilleur Ouvrier de France ("Mejor Artesano de Francia") en la década de 1950. Hoy son las únicas poseedoras del secreto del encaje de punto Argentan.

El encaje francés nació en Argentan

El encaje nació en Venecia, durante el Renacimiento. Esta técnica de aguja se diferencia del bordado en que no requiere un soporte de tela. Los motivos se enlazan mediante ristras de hilo utilitario. La idea atrajo a los ricos, así que cruzó los Alpes y la moda pronto invadió las alcobas y sacristías del reino de Francia.

Bajo el reinado de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert -responsable de muchas fábricas reales, como Sèvres (porcelana) y Les Gobelins (tapices)- creó también fábricas de encajes donde dominar este nuevo saber hacer italiano.

Para evitar que el dinero saliera del país, se prohibieron las importaciones de encaje, y el encaje francés - "point de France"- se inventó en Argentan. Los motivos del point de France están unidos por puntadas hexagonales regulares y festoneadas.

En el siglo XVIII, la ropa, los ornamentos litúrgicos y los muebles se adornaban con encajes de Argentan, famosos por su finura. Las fábricas de encaje de Argentan empleaban a un millar de trabajadores. Sin embargo, la Revolución Francesa puso fin a esta época dorada.

Las monjas benedictinas retoman el hilo

El saber hacer del punto argentino estaba casi perdido. Fue necesaria la tenacidad de un alcalde y un subprefecto para revivir el encaje, gracias a las últimas encajeras y a las monjas benedictinas que fundaron un orfanato. En 1874, hace 150 años, las monjas benedictinas abrieron una escuela de encajeras en los locales de su orfanato. La escuela ganó medallas en las Ferias Mundiales.

Le Marquis

Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial destruyeron la escuela. A partir de 1958, sólo las monjas benedictinas continuaron la tradición del encaje argentino. Algunas de sus mejores creaciones se conservan en museos del Vaticano y de Washington DC. La abadía ha conservado algunas piezas prestigiosas, entre ellas un óvalo llamado "Le Marquis", realizado hacia 1930. El trabajo requirió 730 horas de mano de obra.

Trabajo muy monástico

"No tomamos pedidos, y las ventas se hacen sobre la marcha", dice la Hna. Colette. "Los clientes eligen entre las piezas que se les presentan. Dado el trabajo que conlleva, los primeros precios rondan los 350 euros [unos 7,500 pesos mexicanos], por una pieza de 5 cm por 3 cm. Es un trabajo de aguja, hecho con hilo de lino muy fino (mucho más fino que el que se utiliza para hacer sábanas o cortinas) y agujas muy finas. Actualmente es difícil encontrar hilo de lino, por lo que agradeceremos a quien pueda ayudarnos a conseguirlo".

Las monjas benedictinas no solo confeccionan motivos religiosos, sino que crean sus propios diseños de flores y cintas. "Como los precios son muy altos, no vendemos mucho, ¡y venderíamos aún menos si solo hiciéramos motivos religiosos!"

"No podemos trabajar más de dos horas seguidas. El trabajo cansa demasiado la vista. Es un trabajo muy 'monástico', que nos permite rezar al mismo tiempo". El encaje argentino es ante todo un trabajo de paciencia y silencio. "Ora et labora, reza y trabaja", es el lema benedictino.

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