Rezamos a Dios en el Padre nuestro: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". Sin embargo, tal parece que recitar esa parte se hace sin la intención de que se lleve a cabo lo que el Señor quiere, porque en la realidad, muchos cristianos sienten miedo de que la voluntad de Dios se cumpla.
Dios sabe lo que te hace falta
¿Por qué sentir temor de pedir a Dios que se cumpla lo que Él tiene preparado para nuestra salvación? Quizá porque en muchas ocasiones, lo que deseamos no concuerda con lo que Dios sabe que nos hace falta.
Podemos pedir bienes materiales, salud, una larga vida, esperando que Dios actúe como un genio que concede deseos. Por eso, cuando no ocurre lo que queremos, nos sentimos defraudados.
Y peor aún: si llegara a sucedernos una desgracia, nos enfrentaríamos airados contra el Señor, reclamando agriamente por el trato que recibimos.
Miedo infundado
Temor e incertidumbre se apoderan del que tiene poca fe, sin entender que la vida contiene altibajos, porque hemos sido creados para alcanzar la salvación y gozar eternamente de Dios en el cielo.
Pero nos conformamos con los bienes terrenales, efímeros y pasajeros, incluyendo nuestros amores más preciados: familia, pareja, amigos. Por eso, cuando decimos "que se cumpla tu voluntad en mí", deseamos que los males no nos alcancen nunca.
Por eso muchos cristianos de buena voluntad tiene miedo, pero es infundado, porque Dios nos ama infinitamente y nunca nos enviará un mal, como lo ha dicho Jesús en el evangelio:
"También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".
Confía en tu Padre celestial
Nuestro Padre celestial quiere nuestro bien, que no nos quepa duda; por eso, como el niño confía plenamente en su padre terrenal, abramos nuestro corazón y nuestros labios para manifestarle que nos abandonamos a Él.
Y tengamos fe ciega en lo que nos envía el Señor, porque dice san Pablo:
Todo el que cree en él, no será defraudado (Rom 10, 11).