Cualquiera que conozca a san Vicente de Paúl y la enorme organización caritativa que fundó en el siglo XVII estará convencido de que este humilde sacerdote hace de este mundo un lugar mejor. Él no publicó ningún tratado de oraciones, informa a Aleteia la hija de la Caridad Ángeles Infante.
Pero sí escribió cartas y pronunció conferencias en las que espontáneamente rezaba y enseñaba a rezar según su rica espiritualidad.
“Le salía del corazón”, afirma Sor Ángeles, que cada día reza algunas de esas oraciones.
Son plegarias que expresan la calidad humana de san Vicente de Paúl, su sensibilidad, su intimidad con Dios, su amor a los pobres…
Acción de gracias
Oh, Salvador,
que nos has dado por ley amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos,
Tú que la has ejercido perfectamente con los hombres,
sé Tú mismo, Señor, tu agradecimiento eterno.
Oh, Salvador,
¡qué afortunado soy por disponer de amor al prójimo!
Concédeme la gracia de reconocer mi fortuna,
de amar esta feliz disposición,
y de poder contribuir a que esta virtud se manifieste
ahora, mañana y siempre.
Amén
Al empezar el día
Dios mío, te ofrezco todo lo que me suceda hoy.
Oración para vivir con amor
Sí, Dios mío, me propongo entrar en la práctica del bien que nos habéis enseñado.
Sé que soy débil, pero, con tu gracia, todo lo puedo
y confío que tú me ayudarás.
Por el amor que te lleva a enseñarnos tu santa voluntad,
te imploro que nos concedas la fuerza y el coraje de realizarla.
Ante la dificultad
“Dios mío, esto es lo que voy a hacer por tu amor;
este servicio me parece molesto y duro de soportar,
pero por tu amor nada me es imposible”.
Oración para recibir a Dios
¡Mi corazón está preparado,
Dios mío,
mi corazón está preparado!
Petición de misericordia
Dios mío, con todo mi corazón te pido misericordia.
¡Misericordia Dios mío,
misericordia por todos los abusos que hemos hecho de tus gracias!
Por la negligencia que hemos tenido en corregirnos
de las faltas que te disgustan en nosotros,
¡misericordia, Dios mío!
Por todas las veces que hemos tratado indignamente tus sagrados misterios, ¡misericordia, Dios mío!
No te acuerdes de nuestros pecados.
¡Que queden borrados esos días desgraciados
y que tu misericordia los olvide para siempre!
¡Te lo pido, Señor mío, por toda esta Compañía y por mí,
y al mismo tiempo te suplico, Dios mío,
que nos concedas la gracia de que nunca nos acerquemos a tus santos altares
más que con la preparación que deseas,
para que podamos practicar los medios que nos has dado a conocer,
tan necesarios para esto
y para que podamos ser fieles a tus gracias y a tu santo amor.
No consideres, Dios mío, la voz del pecador que te habla,
sino dígnate mirar los corazones
de los que te suplican esta misericordia y esta gracia
y concédeme a mí, aunque el más indigno,
que no deje de pronunciar las palabras de bendición
que confieren tu espíritu y tu gracia, confiando en tus promesas.
¡Quiera tu bondad, según las vaya pronunciando,
llenar de ellas los espíritus de quienes las reciben de tu parte!
Al final del día
Yo te recibiré mañana, Dios mío.
¡Ay! ¿cómo quisiera que fuese con la misma preparación
que tuvieron la santísima Virgen y todos los santos!
Me gustaría, Dios mío, tener todo el amor de los serafines
para entregártelo.
¿Qué haré, Dios mío?
¿Qué dirá mi entendimiento?
¿Qué hará mi memoria?
¿Qué te dará mi voluntad?
Señor, Dios mío, pon Tú mismo lo que quieras en mí.
Que esta comunión repare todos los defectos de las demás,
de las que he sido tan desgraciado/a que no me he sabido aprovechar,
y que pueda, Dios mío, ser lo que me gustaría ser
si fuese la última vez de mi vida,
y tuviese que morir inmediatamente después de haberla hecho.