Una de las mayores quejas contra la Iglesia católica es que tenemos edificios caros y vestimentas costosas, mientras descuidamos a los pobres y a los más vulnerables.
Aunque pueda parecer un argumento moderno, existe desde hace siglos y tiene algo de verdad.
Ciertamente, la Iglesia sigue sirviendo a los pobres a escala mundial, pero la queja debería centrarse más en nosotros mismos que en la Iglesia como organización.
¿Servimos a los pobres?
San Juan Crisóstomo se ocupó de este problema en el siglo IV y escribió sobre ello en una homilía sobre el Evangelio de Mateo:
"¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? Entonces no lo desprecies en su desnudez, ni lo honres aquí en la iglesia con vestiduras de seda mientras lo descuidas afuera donde está frío y desnudo. Porque el que dijo: Esto es mi cuerpo, y lo hizo así con sus palabras, dijo también: Me visteis hambriento y no me disteis de comer, y en cuanto no lo hicisteis con uno de éstos, el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicisteis conmigo. Lo que hacemos aquí en la Iglesia requiere un corazón puro, no vestiduras especiales; lo que hacemos fuera requiere una gran dedicación".
A veces podemos quedar atrapados en la belleza de la liturgia y centrar demasiado nuestra atención en lo que lleva puesto el sacerdote en Misa, descuidando a los de nuestra comunidad local.
San Juan Crisóstomo continúa: "Pedro pensaba que honraba a Cristo cuando se negaba a dejar que le lavara los pies; pero lo que Pedro quería no era verdaderamente un honor, sino todo lo contrario. Dale el honor prescrito en su ley dando tus riquezas a los pobres. Porque Dios no quiere vasos de oro, sino corazones de oro".
Por encima de todas las cosas, Jesús quiere que nuestros corazones estén centrados en Él y que le sirvamos en cada persona que encontremos.
Adorar a Dios con esplendor
Al mismo tiempo, esto no significa que no debamos adorar a Dios con gran esplendor, y san Juan Crisóstomo también lo señala:
"Ahora bien, al decir esto no os estoy prohibiendo que hagáis tales regalos; solo os estoy exigiendo que junto con tales regalos y antes de ellos deis limosna. Acepta lo primero, pero le agrada mucho más lo segundo. En la primera, solo se beneficia el que da; en la segunda, también el que recibe. Un regalo a la Iglesia puede considerarse una forma de ostentación, pero una limosna es pura bondad".
Esencialmente, tenemos que esforzarnos por no ser hipócritas, practicando lo que predicamos y haciendo coincidir nuestra adoración a Dios con el servicio al prójimo.
La clave no está en señalar con el dedo hacia fuera y afirmar que la Iglesia hace muchas cosas por los pobres, sino en señalarnos con el dedo a nosotros mismos y preguntarnos: "¿Sirvo yo a los pobres?"