El relato de Marina es la continuación de un correo electrónico que envió a la redacción de Aleteia Francia en el que agradecía un artículo sobre la viudedad precoz que se hacía eco, en parte, de lo que ella misma había vivido. Solo en parte, porque el artículo mencionaba a los hijos como una ayuda preciosa para seguir adelante. Pero con demasiada frecuencia olvidamos a las personas que enviudaron antes de tener la gracia de acoger a los hijos. Es el caso de Marina, de 48 años, viuda a los 30, responsable de comunicación en una institución pública y residente en la región de Lyon.
Marina siempre se había imaginado como cabeza de familia numerosa. Pero la vida decidió otra cosa. Perdió a su marido cuando ambos tenían 30 años. Aquejado de depresión, se suicidó siete meses después de casarse. Ella había sufrido un primer aborto antes de su muerte, y un segundo pocos días después. "Cuando un ser querido muere, se lleva consigo todos los planes familiares y los hijos que querían tener juntos", explica. Al cabo de unos años, sintió un fuerte deseo de volver a formar una familia. Pero la vida no se lo permitió. "Amar y ser amado no se dan necesariamente varias veces en la vida", dice. Además de llorar la pérdida de su marido y de sus dos hijos no nacidos, el dolor de Marina abarca la pérdida de la maternidad y de una familia. "Es un dolor que nunca imaginé en su momento y que, a mi edad, me ha golpeado en el corazón. Ha llegado el momento de un segundo duelo", confiesa.
Aunque el sufrimiento ha disminuido con los años, Marina ha vivido momentos de profunda rebeldía. "En las horas más oscuras, clamé al cielo. No entendía el sentido de mi vida. Seguía yendo a Misa, lo necesitaba, pero ya no podía rezar".
En Blois, Marina descubrió el movimiento 'Esperanza y vida', creado por el padre Henri Caffarel para ayudar a las viudas. "Los primeros meses de viudez, estás rodeada de gente, pero después de dos o tres años, cada vez es más difícil encontrar oídos atentos". Estos grupos de discusión han sido un gran consuelo para ella. "Es un apoyo precioso poder compartir tu dolor con personas que atraviesan un duelo similar. Poco a poco, la esperanza de volver a vivir se apoderó de mí".
"Me dije a mí misma que no podría vivir sin dar ni recibir amor".
Como movimiento de Iglesia, 'Esperanza y vida' tiene también una dimensión espiritual. "Rezar juntos me aportó mucho", recuerda Marina. Mirando hacia atrás, dice:
"Al principio, pensé que no lo conseguiría. Es tan evidente que el Señor me ha llevado todos estos años. Hoy tengo ganas de vivir, de crear, de construir cosas, de tener nuevos proyectos… Incluso soy capaz de dar gracias a Dios por las otras formas de fecundidad y madurez que la muerte de mi marido ha hecho posibles".
Otras formas de fecundidad
En cuanto murió su marido, Marina se implicó en varias asociaciones. Repartió comidas a los sin techo, se implicó en Secours Catholique y El Arca… "Me sentí bien, me sentí útil y, sobre todo, dio sentido a mi vida. Tras la muerte de mi marido, mi trabajo ocupó mucho espacio, pero nunca fue mi prioridad. Mi vida no se podía resumir en mi trabajo, tenía que dar algo más", dice.
"Tengo mucho amor que dar. Me dije a mí misma que no podía vivir sin dar ni recibir amor". Un amor desbordante que también entrega a sus sobrinos, a los que está muy unida. Se los lleva de vacaciones, pasa con ellos un tiempo especial, comparte con ellos un poco de su fe… "¡No estaría tan disponible para ellos si tuviera hijos!"
Marina también tiene otros planes. Este otoño empieza sus estudios en educación afectivo-sexual, con vistas a trabajar en escuelas. "Llevo varios años buscando mi sitio", dice, "y me aconsejaron que me implicara donde realmente quisiera marcar la diferencia. Y este campo tiene sentido para mí".