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"Roma, que ayer mismo temía por la vida de sus hijos e hijas, por la suerte de incomparables tesoros de religión y cultura, que tenía ante sus ojos el aterrador espectro de la guerra y de una destrucción inimaginable, mira hoy con nueva esperanza y fortalecida confianza hacia su salvación". El martes 6 de junio de 1944, mientras las tropas aliadas desembarcaban en las playas de Normandía, el Papa Pío XII celebraba en la plaza de San Pedro una gran victoria: la liberación de Roma por las tropas americanas del general Mark Wayne Clark, que había tenido lugar entre el 4 y el 5 de junio, sin grandes enfrentamientos.
Pero la historia podría haber sido muy diferente. Como única autoridad en Roma frente a los ocupantes nazis desde el armisticio firmado por los italianos el 8 de septiembre de 1943, Pío XII hizo todo lo posible para proteger la ciudad, sus habitantes y su patrimonio cultural y religioso único. Durante varios años, puso en marcha una verdadera organización humanitaria, coordinando la acogida de miles de refugiados, muchos de los cuales procedían del sur del Lacio tras el desembarco de Anzio en enero de 1944.
Victoria en las colinas del Lacio
En marzo de 1944, tras un ataque de la resistencia italiana contra las fuerzas de ocupación, Hitler exigió duras represalias, que culminaron con la masacre de las fosas de Adreatine: 335 civiles, muchos de ellos judíos, fueron asesinados. Las tensiones aumentaron aún más con la derrota de los ejércitos del mariscal Kesselring en junio, durante la cual la Santa Sede trabajó activa -pero discretamente- para convencer a las fuerzas de ocupación y a los aliados de que no entregaran Roma a la guerra y la destrucción. Algunos barrios fueron bombardeados, y Pío XII fue al encuentro de las víctimas.
Las fuerzas aliadas ganaron finalmente el brutal conflicto que habían librado contra los ocupantes en las colinas del Lacio, poniendo fin a seis meses de encarnizados combates. Ahora estaban a las puertas de Roma. Para prepararse, los alemanes minaron todos los puentes sobre el Tíber, así como todos los centros neurálgicos de la capital. Y se temía un bombardeo de Roma por los ejércitos americanos, que no habían dudado en arrasar ciudades enteras al sur de la capital en los meses anteriores. Churchill, que había visto Londres aplastada bajo las bombas, no vio ningún problema en sacrificar la capital italiana.
El 4 de junio, los alemanes decidieron abandonar la Ciudad Eterna al tiempo que entraban las primeras unidades aliadas, canadienses, acompañadas de partisanos comunistas. Al conocer la noticia, el Papa Pío XII puso la ciudad bajo la protección de la Virgen María. Al final, los explosivos alemanes no detonaron y la artillería aliada permaneció en silencio. Declarada "ciudad abierta", la ciudad milenaria se salvó. La ciudad fue completamente liberada al día siguiente.
"Contener los instintos de resentimiento, venganza y egoísmo"
Un día después, el 6 de junio, el Papa Pío XII decidió saludar a la gran multitud de romanos que se había congregado en la plaza de san Pedro de Roma. Pronunció las palabras antes citadas y luego dio gracias a Dios y a la Virgen María por haber inspirado a ambas partes "intenciones de paz y no de aflicción" para preservar Roma.
En un momento en que habían comenzado las primeras purgas en la ciudad y en muchas otras ciudades italianas, el Pontífice pidió al pueblo que superara "los impulsos de discordia interna y externa con un espíritu de amor fraterno y magnánimo". El objetivo era evitar la fuerte represión del ejército alemán, que a menudo llevaba a cabo masacres en los lugares que abandonaba. "Refrenad los instintos de resentimiento, venganza y egoísmo", insistió, pidiéndoles que se ocuparan de los más pobres.
Las fuerzas nazis, que habían intentado manipular a Pío XII durante aquellos peligrosos meses, guardaban un fuerte rencor a la Santa Sede, y la propaganda nazi afirmaba en agosto de 1944 que "la Iglesia se interesa por los judíos y los comunistas, los enemigos de la humanidad". Los romanos, por su parte, nunca olvidaron la acción protectora de Pío XII, otorgándole el título de Defensor Civitatis - el defensor de la ciudad.