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Prestemos atención a estas declaraciones de Sylvester Stallone, recogidas por David Da Silva en uno de los libros que mencionamos en este texto:
“El fracaso es gratificante: te enseña algo. El éxito, en cambio, te embriaga, te sumerge en una especie de borrachera y enmascara la realidad. El fracaso te devuelve a la tierra. Cuando caes a lo más bajo de la escalera, ves quienes son las personas dispuestas a ayudarte a volver a subir, tus verdaderos amigos. Entonces comprendes mejor el significado de ciertos valores, aprendes sobre tu lado más oscuro y ganas en sabiduría. Es una forma de redención, un tema sobre el que también he escrito. Es uno de mis temas favoritos, tanto en el cine como en la vida. La redención es también una segunda oportunidad, es lo que todo el mundo quiere pero no suele conseguir”.
Acaba de publicarse en España la traducción del libro, ya considerado de culto en Francia y al que pertenece la cita anterior, Sylvester Stallone, héroe de la clase obrera, escrito por el profesor, historiador y crítico de cine francés David Da Silva. La editorial a cargo es Malpaso, que cuenta con distribución en Latinoamérica y posibilidad de compra en kindle. La búsqueda del nombre de su autor nos conduce, en el mercado español, a su anterior libro traducido, que pasó un poco desapercibido al publicarse en plena pandemia: Mel Gibson. El bueno, el feo y el creyente (Applehead Team), y que aprovechamos para comentar aquí.
Ambos estudios analizan las principales películas de las dos estrellas, centrándose sobre todo en sus labores de dirección para conseguir demostrarnos los motores que han movido el cine de cada uno de ellos: sus largometrajes son de corte más o menos autobiográfico, no en cuanto a los hechos, sino en cuanto a las emociones, a su filosofía vital.
Sylvester Stallone, héroe de la clase obrera
En el caso de Stallone, sus principales películas acaban contando su propia historia, es decir, la de alguien surgido de la nada, un hombre hecho a sí mismo, con talla de perdedor pero que -sin embargo- nunca pierde porque lo apuesta todo y lo intenta una y otra vez y solo por eso ya no es un perdedor, sino un ganador a su manera. Su éxito consiste en intentarlo aunque no logre el éxito. Escribe Da Silva:
"Uno de los grandes temas stallonianos es sin duda la redención. De hecho, el actor italoamericano es muy religioso y sus personajes desean redimirse".
El profesor francés atiende en varios pasajes a la condición cristiana de su cine. Es muy interesante lo que dice sobre uno de sus personajes más populares: “John Rambo evoca de nuevo la figura de Cristo perseguida por Sylvester Stallone cuando, tras su captura, es torturado por los vietnamitas y los rusos. Para Stallone, el héroe debe mostrar su valentía a través del sufrimiento, y exponer así su heroísmo a la humanidad”. Palabras que matiza la propia estrella dentro del mismo libro:
“El héroe es aquel que debe morir o, en su defecto, sufrir intensamente en su carne, exponiendo su sufrimiento al mundo para redimir las faltas y debilidades de los hombres y aplacar la ira de los dioses. La universalidad del héroe americano está inscrita en su propio ser, como lo estaba en la esencia de su modelo, Cristo, que no solo ofrece su carne y su sangre en holocausto, sino que quiere que esta sangre se derrame ‘entre la multitud para el perdón de los pecados’ (Mateo 26, 28), y que este sacrificio se renueve cada día en el ritual de la liturgia religiosa”.
Mel Gibson. El bueno, el feo y el creyente
En el caso de Gibson, sus personajes atraviesan calvarios, como él mismo durante sus años de principiante, de alcoholismo, de polémicas sin fin, y al final alcanzan la redención aunque les cueste perder la vida o medio pellejo. Son historias de resiliencia y redención.
Según Da Silva, la biografía de Gibson “está intrínsecamente ligada a la vida de Cristo”: fue “criado en la fe católica” y, “al igual que Cristo, tuvo que pasar por el sufrimiento y conocer los insultos de aquellos que lo adoraban el día anterior”. En el apartado que dedica a La Pasión de Cristo, el historiador incluye algunas declaraciones de Gibson en torno al proyecto y al estreno, pues en aquellos días se consideraba una especie de “guía para los hombres de su tiempo”:
“No soy perfecto, pero predico y practico la tolerancia y el amor por mi prójimo. Nos pusieron en esta tierra para difundirlos. Todos somos hijos de Dios”.
Con datos y entrevistas, y extractos de diálogos, Da Silva demuestra que Jesús es esencial en la obra de Gibson. Considera que Justin McLeod, el personaje protagonista de El hombre sin rostro, es “otro ejemplo de la figura de Cristo en la filmografía del autor”: alguien marginal y vilipendiado después de haber recibido elogios y parabienes.
O el caso de William Wallace y Braveheart: “El personaje adquiere casi una dimensión religiosa cuando promueve la revuelta de los oprimidos”. Aquí la figura de Cristo, siguiendo al autor en su libro, se vuelve explícita en las escenas finales, cuando es torturado encima de una cruz en horizontal. La fe, el sacrificio y la redención regresarían en sus dos siguientes películas como director: Apocalypto y Hasta el último hombre.
Ambas filmografías, la de Gibson y la de Stallone, que Da Silva analiza y defiende, constituyen ejemplos de cómo combinar el cine de calidad, el espectáculo y la fe en los valores humanos. Algunas de sus películas han logrado ayudar a la gente al ofrecerles casos de lucha, esfuerzo y resistencia que pueden imitar. O, al menos, intentarlo.