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Los primeros carmelitas descalzos que llegaron a México fueron cuatro frailes españoles: Fray Juan de san José, Fray Antonio de Jesús, Fray Juan de san Elías y Fray Nicolás de Jesús María. Ellos arribaron al puerto de Veracruz el 7 de junio de 1585, acompañados por el obispo de Tlaxcala, Fray Domingo de Salazar.
Su misión era fundar un convento en la ciudad de México, donde ya existían otras órdenes religiosas como los franciscanos, dominicos y agustinos. Sin embargo, se encontraron con muchas dificultades para conseguir un terreno adecuado y obtener el permiso del virrey y del arzobispo.
Finalmente, gracias a la intervención del obispo de Tlaxcala, y a la generosidad de un benefactor llamado Juan López de Agurto, los carmelitas descalzos pudieron establecerse en una casa situada en la calle de San Bernardo, cerca del templo de San Francisco. Allí iniciaron su vida contemplativa el 16 de julio de 1586, día de la Virgen del Carmen.
El convento fue dedicado a San José y se convirtió en el primer monasterio carmelita descalzo de América. Los frailes se dedicaron a la oración, al estudio y la predicación. Además, recibieron a muchos novicios mexicanos que se sintieron atraídos por su forma de vida.
En 1593 llegaron las primeras carmelitas descalzas a México, procedentes de España. Eran seis monjas: Sor Ana de San Alberto, Sor María de San José, Sor Isabel de Jesús, Sor Ana de Jesús, Sor Catalina de San José y Sor María Magdalena. Ellas fundaron el primer monasterio femenino de la orden en la ciudad de México, bajo la advocación de San José.
Las carmelitas descalzas siguieron fundando otros conventos en diferentes partes del territorio mexicano, como Puebla, Querétaro, Oaxaca y Guadalajara. Su testimonio de santidad y su aporte cultural fueron muy valiosos para la Iglesia y la sociedad mexicana.
Hoy en día, los carmelitas descalzos siguen presentes en México con más de 30 conventos masculinos y femeninos. Su misión sigue siendo la misma: vivir el amor a Dios y al prójimo desde la intimidad con Cristo y María.