En casi 200 años de vida independiente (la declaratoria data del año 1825) nunca había sucedido algo igual en Uruguay, país que además se caracteriza por ser uno de los más laicos de América Latina (donde laicidad hasta suele confundirse muchas veces con laicismo, incluso en 2023).
Este sábado 6 de mayo esa larga espera acabó. Monseñor Jacinto Vera (1813-1881), vicario apostólico y primer obispo de Uruguay, fue proclamado beato en una ceremonia presidida por el arzobispo metropolitano de Brasilia, el cardenal Paulo Cezar Costa, en representación del papa Francisco.
Pero la ceremonia de beatificación de Jacinto Vera en Montevideo, además de histórica, ha sido especial y cargada de simbolismos. Se trató de una jornada donde primó la alegría y relució la fe de casi 20.000 personas en la Tribuna Olímpica del Estadio Centenario.
No obstante, la gran fiesta del sábado 6 de mayo nunca hubiera sido posible sin el largo proceso de investigación que requirió, además de testimonios y miles de documentos recopilados a lo largo de los años junto al esmero de muchísimas personas que trabajaron durante décadas a favor de esta causa (entre ellas monseñor Alberto Sanguinetti, obispo emérito de Canelones y vicepostulador, quien tuvo un rol protagónico con el arduo trabajo que significó la redacción de la Positio sobre Jacinto Vera y su fama de santidad, virtudes y signos).
Con la beatificación de Vera también se concretó el sueño de varias generaciones que esperaron esta proclamación, algo que fue posible con la aprobación por parte del papa Francisco en diciembre de 2022 de un «milagro histórico».
Aleteia presenta a continuación tres claves que también ayudan a entender por qué esta ceremonia de beatificación de Jacinto Vera, el obispo «gaucho y misionero» al mejor estilo José Gabriel Brochero en Argentina, ya puede ser considerada como el principal acontecimiento religioso para la Iglesia de Uruguay en lo que va del Siglo XXI.
1El lugar elegido, el «mítico» Estadio Centenario
«Y ya lo ve, y ya lo ve, Jacinto Vera, beato es». Coreando cual hinchada de equipo de fútbol y con referencias al nuevo beato uruguayo, así le pusieron fin a la ceremonia de beatificación las casi 20.000 personas –cifra que surge en base a datos difundidos por diversos medios de prensa y la propia Arquidiócesis de Montevideo- que acudieron a la Tribuna Olímpica del Estadio Centenario.
¿Acaso había mejor escenario para la primera celebración de este tipo en tierra uruguaya? Sin lugar a dudas el Estadio Centenario está arraigado a la cultura de Uruguay –país donde al fútbol solo le falta formar parte del documento de identidad- y en ese sentido presenta una «sintonía especial» con una celebración como la vivida.
En efecto, así como el Centenario fue testigo del primer campeón de un mundial de fútbol (Uruguay en 1930), casi 100 años después también lo fue de la ceremonia en la que por primera vez alguien fue proclamado beato en Uruguay.
Sin embargo, no fue la primera vez en que el Centenario se convirtió en «templo de Dios» al albergar celebraciones religiosas de suma importancia para la Iglesia en Uruguay. En el Siglo XX también acogió tres eventos religiosos (Congreso Eucarístico de 1938, el Año Mariano de 1954 y visita del papa Juan Pablo II en 1988).
Por último, una mención especial a la Tribuna Olímpica que tanto tiene que ver con los inmigrantes con la inconfundible Torre de los Homenajes que se ha transformado en ícono también a nivel de postal turística (curiosamente los padres de Vera también fueron inmigrantes provenientes de Tinajo en Lanzarote, España).
Fue desde esa parte del Estadio Centenario donde los corazones de los devotos en Uruguay palpitaron –hasta se animaron a cantar y hacer ese movimiento típico de los eventos multitudinarios deportivos como la «ola»– durante una jornada que además de la beatificación tuvo música, animadores y hasta una puesta en escena con la vida de Vera.