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Qué hacer cuando personas cercanas no querían herirnos pero lo hicieron

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Las heridas emocionales causan dolor.

María Álvarez de las Asturias - publicado el 03/05/23

La experta María Álvarez de las Asturias, del Instituto Coincidir, da las claves para reencauzar los sentimientos provocados quien nos hirió aún sin ser consciente de ello

Para ser personas necesitamos entrar en relación con los demás. Aprendemos quiénes somos por la mirada de los que nos rodean. También aprendemos que somos valiosos: nos hacemos conscientes de nuestra amabilidad (podéis llamarlo autoestima, aunque es más que eso, es conciencia de que somos dignos de ser amados y la adquirimos porque experimentamos que nos aman).

En este proceso de saber quién soy, con el que voy haciéndome consciente de mi identidad, puede darse una dificultad si las personas más cercanas no me miran de esta forma amorosa, no me transmiten que soy valiosa, digna de ser amada por mí misma.

Esta carencia me provocará inseguridad: creeré que no soy valiosa, porque no he experimentado que los demás me consideren así.

Todos tenemos heridas, en mayor o menor medida.

Aunque hayamos vivido en un ambiente de amor, alguna vez hemos vivido situaciones que habríamos preferido que no ocurrieran o que fueran de otra manera.

Incluso si nuestros padres nos han querido de verdad, cada uno tenemos necesidad de ser amados de una forma y no siempre los demás aciertan.

Esto podéis comprobarlo en los hermanos: las mismas situaciones, unos las han podido vivir con alegría y otros con tristeza o temor. Depende de las circunstancias de cada uno y del momento que esté viviendo.

Si llego a tener un encuentro con el Señor, me daré cuenta de lo valiosa y amada que soy. También a través de encuentros con distintas personas que me hagan ver lo que tal vez mis figuras de referencia no supieron ver o no pudieron transmitirme.

Por ejemplo, tal vez mis padres me han querido mucho y me han considerado siempre un tesoro. Pero por carácter, forma de ser, dificultades emocionales o psicológicas, no han sabido transmitírmelo de una forma que yo pudiera entender y hacerme consciente de mi valor.

¿Cómo podré superar esto?

Esas heridas o carencias producidas en las relaciones con quienes no pretendían hacernos daño, se pueden sanar.

Aunque es cierto que, probablemente, me producirán sentimientos de distintos tipos hacia las personas que me han tratado de una forma que yo habría preferido que fuera diferente:

  • reproche («no estabas ahí cuando te necesité»),
  • enfado («no me valoraste esto que hice»),
  • bajón («siento que no te he importado») …

No es difícil que experimentar esos sentimientos nos lleve a sentirnos culpables: podemos entender racionalmente que no tenían intención de hacernos daño, pero esa comprensión racional no elimina el sentimiento de dolor.

No hay que sentirse culpable ante esos sentimientos, que son normales. Lo importante es qué hacemos con ellos.

Podemos instalarnos en la queja: mi padre me ignoraba; mi madre no fue cariñosa; mi abuela me decía siempre lo que hacía mal y no lo que hacía bien…

O podemos cambiar cómo lo vivimos: hacernos dueños de nuestras emociones en lugar de dejar que ellas guíen nuestra vida.

Sanar lo que ha sido difícil en nuestras relaciones pasa por descubrir las emociones negativas que nos producen; expresarlas, no taparlas; y llegar a perdonar.

Por ejemplo, me hago consciente de que siento rencor hacia mi abuela; cuando siento esta emoción, no intento pensar que eso está mal, que a las abuelas hay que quererlas mucho, sino que me fijo en lo que estoy sintiendo.

Busco el origen de ese rencor: me regañaba injustamente. Y ahora puedo quedarme ahí: claro, siento rencor porque se portó mal conmigo: así no saldré de ese rencor.

O puedo decidir afrontar esa emoción y perdonar: si pienso en las circunstancias de la vida de mi abuela, probablemente encontraré razones que me ayuden a ver que su comportamiento venía de sus propias heridas, de su personalidad

Entender que los que me rodean hicieron lo que pudieron o supieron es parte del proceso de madurar; perdonar sus errores o aquello que nos hizo daño, es liberador.

Ese perdón puede darse sin expresarlo abiertamente: «He visto la vida de mi abuela, su deseo de que pudiéramos tener una vida mejor que la suya, que se quedó viuda tan pronto. Tuvo que ser muy difícil para ella esa soledad, sacar adelante a sus hijos, el cansancio, desgaste… ahora entiendo mejor que fuera tan áspera».

Y, desde el fondo del corazón, le perdono lo que me hizo daño. De esta manera, ya no será el rencor la emoción predominante en mi relación con mi abuela: al salir del bucle del rencor, me abro a nuevas emociones en esa relación.

Es posible que haya momentos en los que el dolor y el reproche vuelvan; pero no será el único sentimiento que experimentaré hacia ella. Y esto es liberador.

No podemos cambiar lo que hemos vivido; pero sí la respuesta ante esas situaciones. Y, cuando te haces dueño de tus reacciones, eres libre.

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