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Hitchcock: Monaguillo de niño, al morir lloró al recibir la comunión

HITCHCOCK

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Vidal Arranz - publicado el 27/04/23

Sabemos que Alfred Hitchcock era católico. Nunca lo ocultó. Y en algunas de sus películas existen huellas precisas de la religiosidad en la que se formó, y de la que nunca renegó del todo. Pero no es tan sencillo saber qué presencia tenía su fe en su vida interior.

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Edward White, uno de los últimos biógrafos del célebre director de cine -autor de obras míticas como ‘Vértigo’ o ‘Psicosis’- acaba de publicar ‘Las doce vidas de Alfred Hitchcock’ (Alianza Editorial) donde dedica un capítulo íntegro a analizar su creencia religiosa.

«Dios entra y sale de sus películas como si se comunicara a través de una débil señal de radio de onda media, como parece que hizo en su vida personal», afirma el investigador.

Y añade: «Se desconoce qué musitaba Hitchcock en sus propias oraciones, o qué pecados pudo sentirse impulsado a confesar. Hablaba públicamente de su origen católico, pero rara vez daba alguna muestra de la naturaleza exacta de sus creencias». 

Este carácter esquivo decepcionó al crítico y escritor francés André Bazin, católico también, que había identificado en la obra del realizador británico-norteamericano temas como la culpa, la vergüenza, la penitencia o la venganza en los que creía ver la huella de su condición religiosa. Pero, cuando se conocieron, Hitchcock fue incapaz de desentrañar o analizar estas claves.

El realizador había nacido en el seno de una familia católica británica en 1899 y, de niño, fue monaguillo. Siempre mostró una gran atracción por el aspecto ritual de la liturgia y por los elementos más estéticos de la fe católica, de los que dejó buena muestra en muchas de sus películas.

«Esta es la idea reconociblemente católica que podemos encontrar en la sensibilidad estética de Hitchcock: la belleza superficial es trascendental, una puerta de entrada a otra dimensión de la experiencia», explica ‘Las doce vidas de AH’.

Y no sólo eso, sino que White ve en el director una muestra de las ideas del padre Andrew Greely sobre la imaginación católica, según la cual, el católico ve todos los objetos (no solo los más explícitamente sagrados) como sacramentales, como una revelación de la presencia de Dios.

En Hitchcock esto se traduciría en el protagonismo que tienen en sus películas objetos que parecen estar imbuidos de fuerzas que van más allá del mundo físico, que tanto pueden ser buenas como malas. White pone, entre otros, los ejemplos de la llave de la bodega de ‘Encadenados’, o el vaso de leche de ‘Sospecha’.

Hitchcock se reconocía como católico y algunos elementos de su formación aparecen en su cine, si bien con formas que no siempre encajan con la ortodoxia eclesial. Por ejemplo, White destaca que la idea del pecado original late en muchas de sus historias, pero a menudo en forma de denuncia de su injusticia.

Sabemos también que en la etapa final de su vida se alejó de la Iglesia -Donald Spoto, otro de sus biógrafos, llega a afirmar que cortó radicalmente y que iba a negarse a recibir la absolución- si bien White da a entender que pudo producirse un reencuentro a partir de las visitas a domicilio que el padre Thomas Sullivan y el joven sacerdote Mark Henninger realizaron durante sus últimas semanas de vida a petición del propio realizador de cine.

«Henninger nunca supo las razones precisas por las que Hitchcock quiso que la Iglesia volviera a su vida después de tantos años alejado de ella», explica Edward White, «y sospecha que tal vez Hitchcock tampoco lo tuviera del todo claro».

«Pero algo le susurraba en el corazón y las visitas respondían a un profundo deseo humano, a una verdadera necesidad humana», explica el propio Henninger en su artículo ‘La sorpresa final de Alfred Hitchcock’, publicado en el Wall Street Journal en 2012.

«Lo más notable fue que después de recibir la comunión lloró en silencio, con lágrimas rodándole por las enormes mejillas», recuerda quien entonces era un joven sacerdote.

No obstante, Henninger no se atreve a valorar ese llanto, que tanto podrían ser muestra del reencuentro con la gracia de Dios, del temor a su juicio, o del miedo a la cercanía de la muerte, que se produjo el 29 de abril de 1980, a los 80 años de edad.

El realizador británico comenzó su educación en el St. Ignatius College, un centro jesuita donde, según reconoció luego, aprendió a pensar, pues su mente fue moldeada con capacidades para razonar. Ahora bien, la severa disciplina del centro también puede ser el origen de algunos de los miedos y obsesiones que marcaron la vida del cineasta, y que trasladó a sus películas.

En este colegio encontró una atmósfera religiosa y educativa que era fuertemente barroca. White recuerda que la jerarquía católica de Inglaterra se había restablecido en 1850, apenas medio siglo antes de que naciera Alfred Hitchcock, tras una ausencia de casi tres siglos por la persecución anglicana.

Ese renacer coincidió con una famosa exposición de la Hermandad Prerrafaelita en la Royal Academy, que provocó un tremendo impacto cultural y el resurgimiento de la influencia católica en el arte inglés, lo que se tradujo en la presencia de figuras artísticas relevantes que se convirtieron al catolicismo como los escritores G. K. Chesterton, Evelyn Waugh, Graham Greene e incluso Oscar Wilde en su lecho de muerte.

Hitchcock mantuvo el contacto con el St. Ignatius College durante muchos años y, de hecho, fue quien proporcionó los fondos para los nuevos edificios del centro. Asimismo, fue muy generoso con las causas católicas en California y diversas iniciativas de caridad.

Aunque elementos de la estética católica, y de la liturgia, aparecen en muchas de las películas del realizador británico, hay algunas obras suyas en las que su religión está más presente.

Uno de los casos más claros es ‘Yo confieso’, su película más explícitamente católica, estrenada en 1952. No sólo su protagonista es un sacerdote, sino que su trama depende de la inviolabilidad del sacramento de la confesión, que impide al protagonista utilizar en su defensa lo que le ha sido dicho en ese marco. ‘Yo confieso’ es «un raro ejemplo de una película de Hollywood que muestra a su público el sacerdocio desde el interior de la Iglesia», explica Edward White.

También se detecta una fuerte presencia de la fe católica en ‘Falso culpable’, que se basa en la historia real de un hombre que se aferra a sus convicciones religiosas cuando la ley le condena por un crimen que no ha cometido. 

Uno de los momentos más hondamente religiosos de la película es cuando el protagonista, Manny Balestrero, presa de la desesperación, se aferra a un rosario y reza ante un retrato de Jesús, plano que se funde a continuación con la imagen del verdadero autor de los hechos, y la escena que conduce al esclarecimiento del delito y la absolución del protagonista, como si la oración hubiera producido su efecto en el mundo real.   

Pero, más allá de ejemplos concretos, las películas de Hitchcock evidencian una visión moral, si bien a veces está envuelta en una cierta ambigüedad.

«Muchos de los que trabajaron con él -en particular sus guionistas- creen que Hitchcock, conscientemente o no, utilizaba sus películas como medio para urdir una visión moral del universo en la que los malhechores son descubiertos y castigados, y casi todo el mundo necesita expiación por algo».

A menudo, sus protagonistas se veían sometidos a procesos muy duros que ponían a prueba su temple moral y que, cuando los superaban, les permitían salir fortalecidos y absueltos. 

«El alma del hombre prevalece», asegura Neil Hurley sobre las películas de Hitchcock, «pero sólo cuando está presente la lucha moral. La esperanza está ahí, pero tiene que activarla la iniciativa humana».

Con todo, quizás la mejor explicación que Edward White brinda de la visión moral del realizador de ‘Con la muerte en los talones’ es la que afirma que sus películas «sugieren que el mundo es un lugar desconcertante, sucio y peligroso» donde las personas «no siempre son quienes parecen ser». 

Sin embargo, «son todo lo que tenemos. Lo mejor que podemos hacer es ser valientes y tenderles la mano, algo que a Hitchcock le costó mucho hacer, pero por lo que, a veces, fue recompensado generosamente, siendo su matrimonio con Alma el ejemplo definitivo». 

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