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Isolina Ferré: La niña rica que se hizo monja…

ISOLINA FERRE

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Sandra Ferrer - publicado el 16/03/23

… y dedicó su vida a los más necesitados

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En Puerto Rico es una de las figuras más queridas. Los centros que llevan su nombre aún recuerdan la valía de esta mujer que podría haber vivido rodeada de lujos y ajena a los problemas de los demás, pero tomó el camino de Cristo. Su vida de entrega al prójimo la llevó a trabajar en distintos lugares de los Estados Unidos, en los que recibió infinidad de reconocimientos, entre ellos, la Medalla Presidencial de la Libertad. 

Isolina Ferré Aguayo nació en Ponce, Puerto Rico, el 5 de septiembre de 1914. Llegó al mundo entre algodones, pues la suya era una de las familias más ricas de la zona, propietaria de empresas como la Puerto Rico Iron Works. La suya era también una familia de profundas creencias religiosas. 

Isolina fue una buena alumna en el Colegio del Sagrado Corazón de su ciudad natal, donde realizó sus estudios de primaria y secundaria. Cuatro años después de graduarse, en 1935, tuvo claro que quería abrazar la vida religiosa, pero realizar igualmente una labor de ayuda social. Para ello se trasladó a Filadelfia donde ingresó en el convento de las Siervas Misioneras de la Santísima Trinidad. Isolina continuó estudiando en los años siguientes. En 1957 obtuvo un título en Arte en el Saint Joseph’s College for Women de Brooklyn y otro en Sociología por la Universidad de Fordham. 

En 1963, el alcalde de Nueva York, John Lindsay, la eligió para que formara parte del Comité Contra la Pobreza. Durante cinco años, trabajó de manera incansable para paliar las carencias que sufrían muchas personas en la Gran Manzana. Isolina se centró en ayudar en los barrios marginados, donde las bandas de jóvenes eran el origen de muchos problemas sociales. Allí, Isolina se volcó en intentar encontrar salida para estos muchachos que no veían más que la violencia como solución a sus problemas. 

En 1968 decidió regresar a casa, donde su trabajo sería también muy importante. En la deprimida zona de La Playa de Ponce, fundó el Centro Sor Isolina Ferré en el que ayudó a las familias más pobres no solo dándoles alimentos, ropa y cosas necesarias para vivir; también les dio esperanza y ejemplo de entrega a los demás. Con la ayuda de muchos benefactores, entre los que se encontraban  miembros de su rica familia, Isolina Ferré continuó abriendo centros de ayuda en distintas zonas de Puerto Rico.

El carisma y la piedad de Isolina Ferré la llevaron a ser nombrada abadesa en los distintos conventos en los que vivió. Junto a las misioneras con las que vivió y muchas personas que quisieron colaborar en su magnífico proyecto de vida, la tenacidad de Isolina la llevó a crear un hospital, una escuela para jóvenes y talleres para que las personas sin una profesión pudieran encarrilar su vida, centros para cuidar a los niños, rehabilitó edificios…

Entre sus proyectos, se encuentra también un vivero en el que cultivar alimentos para los necesitados y para la venta de los excedentes que permitía aumentar los ingresos de sus misiones. Aún tuvo tiempo para organizar actividades más lúdicas como partidos de béisbol u obras de teatro. Todo con el objetivo de paliar la pobreza de muchas familias y alejar a los jóvenes de actividades criminales. 

Toda su vida fue una constante dedicación a los que no tenían nada, ni material ni espiritual, ni alimentos para el cuerpo, ni esperanza para el alma. Ella les ayudó a sobrevivir y les ofreció un ejemplo de vida, de caridad cristiana, que marcó los corazones de muchas personas. Una labor que le valió no solo el cariño de quienes la conocieron. A lo largo de su vida, Isolina Ferré recibió infinidad de reconocimientos a su labor misionera.

Diecisiete doctorados honoris causa de distintas universidades de los Estados Unidos, premios de fundaciones estadounidenses y de otros lugares del mundo… el 11 de agosto de 1999 recibió quizás una de las más importantes, la Medalla Presidencial de la Libertad, de la mano del presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. 

El 3 de agosto del año 2000, el corazón de la incansable Isolina Ferré se apagaba. Pero la llama de su ejemplo seguiría viva. En la actualidad, distintos centros llevan su nombre en Puerto Rico y continúan con su impagable labor, impulsando programas comunitarios y ayudando a miles de personas. 

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