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Por qué uno de los pastores de nuestro belén se llama Filomeno 

SHEPHERDS

ana erb | Flickr CC BY-NC-ND 2.0

Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 27/12/22

La pregunta nació en familia, mientras vestíamos el pesebre este año y la respuesta está llena de recuerdos y gratitud

¿Por qué uno de los pastores de nuestro belén se llama Filomeno? La pregunta nació en familia, mientras vestíamos el pesebre este año. Entonces le conté a mi hija la historia de este secreto que guardaba en mi corazón.

El belén en mi infancia era mágico, parecía que Jesús nacía para resolver los problemas de todo el barrio.

Las novenas acompañadas con buñuelos, deditos de queso y arequipe eran la más golosa novedad luego de cantar los villancicos y declamar. El flaquito Carlos comía como si no hubiera un mañana.

A rotación, las salas de las casas daban espacio al rito. Don Juan, el dueño de la tienda, sonreía más que de costumbre, la gente saludaba y había más amabilidad. Se repartían mercados a las familias que tenían menos.

Mi abuela preparaba tamales, cuyo olor impregnaba toda la casa y hasta se presentaba infiltrado bajos los tejados de las casas aledañas. Muchos de estos manjares terminaban en el comedor popular.

El secreto de doña Filomena

Una comadre del barrio, doña Filomena nos dijo una vez a los niños que vestir el pesebre por 25 años seguidos traía un regalo inesperado para esa familia.

Ella había pedido con devoción a san José y a la Virgen María que le concedieran un techo sobre su cabeza.

Era una mujer mulata caribeña de sonrisa de perla, ojos negros brillantes, cabellos enroscados, ariscos y medio grises. Alta y de carnes generosas, vivía sola, tenía un nieto militar que veía poco.

Las novenas navideñas en su casa colorada, vieja y ordenada eran de un deleite. La novena navideña del barrio terminaba en su casa en las vísperas.

Los niños teníamos la alegría de compartir sus cocadas, los dulces de caña y las arepas de huevo.

Eso sí, sin faltar sus regaños de abuela certera cuando le movíamos los muebles o exagerábamos con las travesuras, mientras a más voces, las señoras pedían que rezáramos la novena con juicio antes de aletear como moscones alrededor de la mesa colorada con las viandas navideñas.

Una vez dos compañeritos se pelearon en su casa. Ella nos reprendió a todos y nos pidió aprender a perdonar.

Filomena vivió en esa casa toda su vida pagando arriendo. Pero, quizás Jesús le concedió a Filomena que su corazón fuera un belén vivo para nuestra infancia.

Los niños y niñas del barrio tuvimos un techo para nuestros recuerdos más auténticos y cariñosos de la Navidad.

En el corazón de Filomena probamos todos el espíritu de la bondad, de la cercanía y de la sencillez del encuentro con el niño Jesús.

Ella tenía razón

Después de 40 años, esos niños y niñas del barrio ahora la pensamos en estas fechas con cariño.

Filomena tenía razón; vestir el pesebre en casa trae un regalo para esa familia, incluso con más creces de lo esperado y de lo que mente y expectativa humana no conoce.

Gracias doña Filomena, Feliz Navidad a tu alma buena e inmensa, grávida del amor a Jesús y de su capacidad de perdonar y que quisiste donar a tus pequeños huéspedes, y que ojalá dure para siempre.

En el pesebre de mi casa, hay un pequeño homenaje a tu memoria: uno de los pastores se llama Filomeno. 

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