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Miro a María. En el Tepeyac sonriendo a Juan Diego. La miro conmovido, como ese niño indio, ese Juan Diego que quiso de mil maneras huir de una misión demasiado grande para él.
Quiso evitar a María con una excusa, su tío estaba muy grave. ¿No habría alguien más que pudiera llevarlo a cabo? ¿Por qué él que no era nadie?
Otros le servirían a María o si no él, más tarde, cuando ya el problema de su tío estuviera resuelto.
Pero María lo eligió a él, el más pequeño de sus hijos. Lo fue a buscar a él cuando trató de evitarla.
Dios elige a los pequeños para sorprender a los sabios y arrogantes, a los que piensan que son algo y que lo saben todo. A los que creen que siempre tienen la razón y no necesitan de nadie para hacer lo que Dios les pide.
Confiar en María
Es tan sutil el engaño de mi orgullo, de mi vanidad... Me hace pensar que yo puedo solo, que seré capaz de llegar a la meta antes que nadie.
Soy inteligente y listo. Yo valgo. Dios no puede prescindir de mí. Y los demás no hacen las cosas como son, no son tan capaces. Sonrío satisfecho en mi vanidad.
Hoy miro a Juan Diego. Un niño hombre. Con miedo, incapaz, débil, necesitado, recio y valiente. Responsable de los suyos. Preocupado, audaz.
Lo miro como ese niño que tiene una pureza santa en la mirada. Quizás de eso se trate cuando pienso en María. En ser un niño ante Ella, en sus brazos. En confiar en medio de mi debilidad.
El milagro de las flores
Juan Diego obedece a María y sube a un monte donde no hay flores, porque no es la época, porque no es posible. Llega allí y encuentra unas flores maravillosas.
Entonces cree en el milagro. Es la prueba que necesita el obispo para creer, para construir una pequeña Iglesia.
Corre con la prueba dentro de su tilma. Llega frente al obispo feliz y abre su tilma. Se desparraman por el suelo las rosas maravillosas.
Lo ha hecho, lo conseguido. ¿Qué más le puede pedir el obispo? Ahí está la prueba. Él ha sido capaz de traer las flores, eso basta.
Bueno, María, lo ha hecho posible, pero él ha sido el instrumento. Allí ha puesto la prueba que hacía falta.
Son unas flores maravillosas cuando era imposible que estuvieran allí en esa época. Y sonríe satisfecho al ver el asombro del obispo.
La maravilla de María
Pero el obispo Juan de Zumárraga, ya no mira las rosas desparramadas, ya no le asombra ese milagro. Se ha quedado atónito mirando a María.
Ahora su mirada se posa en Juan Diego, mira su tilma, mira el rostro grabado en su pecho. ¿Cómo es eso posible? No lo entiende. Nadie de los presentes lo entiende. Están asombrados.
Pero Juan Diego todavía no ve a María. Piensa que el asombro es por las flores. Como yo tantas veces que veo el asombro de los hombres por mis obras, por lo que digo, por lo que consigo.
Son éxitos tan pequeños... Pero no soy yo, los hombres miran a María en mis obras. Ese es el milagro, que en mi tilma esté María, su rostro.
Así puede pasar en mi vida si dejo que vean a Dios, a María a través de mí. Si no me pongo yo en el centro y dejo que el centro sea de María.
La humildad lo hace posible
Porque ese es el milagro. El milagro es la humildad de Juan Diego. Su actitud confiada de niño. Porque cree en las palabras de María:
No se turbe tu corazón. ¿No estoy aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿no soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mí regazo? No te apene ni te inquiete otra cosa.
Y siente ese abrazo de María cuando quería huir. No hay reproche en su voz. No hay queja por su deseo de desaparecer. Hay amor, misericordia.
María se conmueve al ver los ojos tristes de Juan Diego. Quiere que esté alegre, que tenga paz.
Sin miedo
Lo hace conmigo cada vez que pone sobre mis hombros una misión imposible. Me dice que no tema, que Ella cargará el peso de la cruz y sostendrá mis brazos.
Que no tema que Ella dejará su rostro impreso en mis obras, en mis palabras, en mis silencios.
Que los demás creerán que soy yo, pero que no tema, que Ella estará a mi lado para recordarme que en mi pequeñez, su fuerza es la que me sostiene. Para que no deje nunca de señalarla a Ella.
No tengo miedo, no estoy triste, su rostro queda impreso en mi pecho y eso me llena de alegría y de paz.