Jesús está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, dejémonos encontrar por Él. Una bella reflexión de Luisa Restrepo
El cristianismo es ante todo un encuentro con Jesús. Una persona es cristiana porque se ha dejado encontrar por Él.
Nacimos con una «semilla de inquietud», nos dice el papa Francisco. Inquietud por encontrar la plenitud, inquietud por encontrar a Dios; muchas veces incluso sin saber que lo buscamos.
Nuestro corazón está inquieto, nuestro corazón está sediento de Dios. Pero Dios también tiene sed de nuestro amor, hasta tal punto que envió a su hijo Jesús, para venir al encuentro de esta inquietud.
1Jesús camina a nuestro lado
El Señor camina a nuestro lado. Escucha nuestros deseos, los conoce y nos habla. Al Señor le gusta oírnos para entendernos bien y dar la respuesta correcta a lo que hay en nuestro corazón.
Él no acelera el paso, va a nuestro ritmo, muchas veces lento, pero siempre a nuestro paso.

Cuando recorremos el camino junto a Él, nos responde a través de su Palabra. Su voz nos llama, nos invita, nos interpela. Cuando su Palabra nos toca, nace en nosotros la obediencia. Escuchar lo que nos pide, nos cambia la vida.
Cristo camina a nuestro lado, cumpliendo su promesa: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
2Se queda con nosotros en la Eucaristía
«El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6, 56).
Jesús que nos acompaña siempre, quiere quedarse para siempre. Él se encuentra con nosotros al partir el pan, en cada Eucaristía y durante todo el camino.

Y no solo cuando lo recibimos. También lo encontramos en la oscuridad de nuestras dudas, incluso, en la fealdad de nuestros pecados.

Jesús quiere escucharnos y acompañarnos, pero ante todo quiere unir profudamente su vida con la nuestra. Se queda en un pequeño pedazo de pan. Recibiéndolo, no solo oramos, sino que permanecemos en Él.
3Y quiere que no dejemos de mirarlo

Jesús acompaña de cerca nuestra vida y quiere que nosotros tampoco lo perdamos de vista. Él quiere compartir nuestra existencia en todas sus dimensiones y quiere darnos la vida continuamente.
Sale al paso de nuestra humanidad, en las situaciones más difíciles y penosas y nunca deja de mirarnos a los ojos, nunca quita su mirada de lo que somos y de lo que nos sucede.
Como nos dijo san Juan Pablo II, solo al contacto con Jesús despunta la vida:
Mirad al Señor con ojos atentos y descubriréis en Él el rostro mismo de Dios. Jesús es la Palabra que Dios tenía que decir al mundo. Es Dios mismo que ha venido a compartir nuestra existencia de cada uno. Al contacto de Jesús despunta la vida. Lejos de Él sólo hay oscuridad y muerte. Vosotros tenéis sed de vida. ¡De vida eterna! ¡De vida eterna! Buscadla y halladla en quien no sólo da la vida, sino en quien es la Vida misma.
Por eso mirémoslo a Él, compartamos su vida, alimentémonos de su Palabra y de su Eucaristía, tomémoslo en cuenta en nuestras desiciones, imitemos sus acciones y sobre todo, no permitamos que nada nunca nos separe de Él.



