Que la maternidad es lo más luminoso del mundo es algo que no debería admitir dudas. Y esto se transmite con exactitud en este cortometraje de Carla Simón (recordemos: directora de Verano 1993 y Alcarràs, magníficas composiciones, en especial la segunda, sobre los enlaces entre la familia y la memoria), de largo y hermoso título: "Carta a mi madre para mi hijo".
El cortometraje, de unos 20 minutos de duración y disponible en YouTube gratuitamente merced a Elastica Films, se presentó con éxito en la Mostra de Venecia de este mismo año. La cineasta conjuga con habilidad la ficción con el documental para explicarle al hijo que lleva en sus entrañas cómo era la abuela a la que el niño no conocerá.
Al principio vemos a Carla Simón, embarazada y desnuda (con las partes pudendas pixeladas), para imitar las fotografías que se hizo su madre cuando estaba encinta. De ese presente pasamos a la memoria familiar, lo que queda de ella, lo que ha podido rescatar de sus archivos: vemos rasgos, huellas, imágenes, vídeos, de sus familiares.
De fondo se escucha la letra de una canción de Lole y Manuel sobre una mariposa, que le confiere a las imágenes cierta densidad de cuento infantil. Las letras de la carta a la madre aparecen sobre una especie de paño bordado. Suelen ser emotivas.
Dicen, por ejemplo: "A Manel no le faltarán abuelos ni bisabuelos ni tías ni un padre". Vemos a esos familiares empleándose en tareas cotidianas: cosiendo, fregando, tocando una guitarra…
Del archivo familiar a la incorporación de actrices
"Ojalá tuviera más archivo familiar", reza la carta. Para desafiar ese inconveniente, la directora decide inventar un cuento sobre su madre para que su hijo tenga indicios de cómo era. De aquí salta a la ficción, dado que la abuela aparecerá interpretada por tres actrices: en la niñez, en la juventud y en la madurez (papel, este último, a cargo de la siempre fabulosa Ángela Molina).
Cuando esa abuela/actriz ya es madura se encuentra con Carla Simón, embarazada. Y le sirve una infusión para quitarle todos los miedos. Pero lo que sabemos nosotros, como espectadores, es que la infusión no calma los miedos: los calman las palabras maternas.
La directora dice que cree que hace cine para poder inventarse. Y en un corto anterior se preguntaba si era posible rodar películas y tener hijos. Ella es la prueba de su respuesta.
No sólo ha logrado compaginar las tareas de madre y cineasta, sino que sus obras son cada vez mejores, más maduras; y contienen una fusión de ficciones y memorias que nos confirman algo muy necesario en la narrativa: que, para decir la verdad, a veces hay que deformar un poco las cosas, cambiar el cuento en algunos detalles, introducir ficción para recrear el pasado.
Hay cosas que sólo el cine y la literatura pueden resolver. Del mismo modo que Quentin Tarantino hace posible lo imposible (por ejemplo: que veamos morir a Hitler antes de que llegara su verdadera hora).
Aquí Carla Simón también lo logra (esa reunión de una hija real con una madre de ficción, en un lapso de tiempo que nunca sucedió porque la abuela murió años antes del embarazo). Porque la ficción también sirve para esto: para ofrecernos un mundo más perfecto donde podamos reparar los desequilibrios.
Éste es, pues, un homenaje a la maternidad. Sobre cómo nos cambia. Sobre la necesidad de que los nietos conozcan a sus antepasados, si no los pudieron conocer en vida.