Nuestra situación en la vida y nuestra actitud ante las circunstancias configuran en gran medida cómo nos van las cosas.
Scott Fitzgerald (1896-1940) hace pasar por las páginas de El gran Gatsby (1925) a tres parejas de distinta posición y actitud.
El matrimonio Buchanam (Tom y Daisy) es inmensamente rico, más aún: son herederos, ambos, de familias acaudaladas. Tom y Daisy están acostumbrados a todo lo que compra el dinero. El matrimonio Wilsom (Georges y Myrtle) es pobre, viven encima del taller en el que Georges se gana la vida. La tercera pareja, Nick Carraway y Jordan Baker, se conocen, se acercan y se alejan al ritmo de los acontecimientos del relato. Nick es el narrador, primo de Daisy y vecino de Gatsby.
De Gatsby y su mundo, en principio, no sabemos nada. O, más precisamente, de Gatsby vamos averiguando demasiadas cosas: contradictorias, asombrosas, pero nada seguro. Lo único seguro es que es inmensamente rico y que organiza unas fiestas fastuosas a las que acude mucha, muchísima, gente; una multitud de personas importantes, celebrated people, gente célebre, de la que cuenta en el mundo.
Las mujeres casadas Myrte (Mirto) y Daisy (Margarita) tienen nombres de plantas ornamentales que hace fácil pensar en la categoría de mujer-florero. Ambas son infieles. Myrte es pobre y cabría pensar que busca a un hombre que le permita una vida con el desahogo y los caprichos que compra el dinero, es decir, podría pensarse que su infidelidad está motivada porque quiere mejorar su posición económica; pero Daisy es inmensamente rica y, por tanto, ahí no cabe la misma interpretación. Podemos intentar una comprensión cambiando el enfoque.
Daisy es una preciosa Margarita que ha crecido con todos los cuidados. Pero no está a gusto con lo que tiene: no está satisfecha. Es significativo, en ese sentido, cómo cuenta a su primo cómo vivió el nacimiento de su hija. Y lo cuenta porque «eso demuestra lo que he llegado a sentir acerca de todo».
Me parece, por eso, importante prestar atención a estas breves líneas en las que una persona de posición acomodada desvela su actitud ante la vida porque, además, es el motor de la historia. Gatsby sólo es el gran Gatsby por su relación con Daisy.
Tras el parto, dice Daisy, «me desperté de la anestesia con una sensación de profundo abandono, y le pregunté a la enfermera si era niño o niña. Me dijo que era una niña, y volví la cabeza y me eché a llorar. 'Estupendo', dije, 'me alegra que sea una niña. Y espero que sea tonta. Es lo mejor que en este mundo puede ser una chica: una tontita preciosa'. Ya ves, creo que la vida es terrible».
Esta actitud ante la vida puede parecer francamente trágica. Pero no lo es. No lo es porque es pura pose, pose trágica pero pose. Y la pose consiste en desempeñar un papel, en aparentar, es una «insinceridad básica (basic insincerity)»: «casi todas las poses terminan ocultando algo». De hecho, tras esas palabras sobre lo terrible que es la vida, Daisy concluye: «¡Dios mío!, ¡Qué sofisticada soy!».
Daisy es rica pero se siente abandonada: no se siente querida. Eso sí es terrible. Pero ella reacciona representando un papel, forjando una apariencia de persona sofisticada.
Independientemente de que esa actitud ante la vida sea consciente o inconsciente, denota una gran superficialidad. La superficialidad, la frivolidad, es la constante del ambiente y los personajes centrales de la novela. Esa superficialidad exige cultivar la pose, la apariencia, y estar en continua actividad, no parar, ir de fiesta en fiesta, no quedarse solo, no pensar.
Gatsby, enamorado de Daisy cuando él era pobre, entiende que la única dificultad estriba precisamente en su pobreza. Pensando en Daisy levantará su imperio, logrará ser inmensamente rico al tiempo que muestra una gran inseguridad personal. Su gran amor, su gran pasión por Daisy, por otra parte, transmite la imagen de que «quería recuperar algo, cierta idea de sí mismo, quizá, que dependía de su amor a Daisy. Había llevado desde entonces una vida confusa y desordenada, pero si podía volver al punto de partida y revisarlo todo despacio, descubriría qué era lo que buscaba».
Con un escenario distinto, El gran Gatsby muestra una conexión entre la afición a las "fiestas galantes", la superficialidad, la soledad y la tristeza de un modo similar a como lo hará algunos años después Françoise Sagan con su célebre Buenos días, tristeza.
La gente que asiste a nuestras fiestas no es la misma que la que asistirá a nuestro funeral. Quizá la gente que se congrega donde hay dinero no sigue unida cuando se acaba la velada: no es de buen tono social intentar que nuestros compañeros de superficial distracción nos acompañen en los momentos duros de la vida. Quizá por eso los personajes de El gran Gatsby acaban solos, abandonados.
Podría pensarse que los Buchanam son una excepción, que se hacen compañía. De hecho, siguiendo una pauta del matrimonio, huyen juntos cuando las cosas se ponen mal. Pero, superando la mirada superficial, quizá podamos recordar que Daisy experimenta «una sensación de profundo abandono» y por eso ambos reciben el juicio severo del narrador: «Tom y Daisy eran personas desconsideradas (careless people). Destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa desconsideración, o de lo que los unía, fuera lo que fuera, y dejaban que otros limpiaran la suciedad que ellos dejaban…».