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Bess Streeter Aldrich: Historias de superación desde la frontera

BESS STREETER ALDRICH

nebraska.gov

Sandra Ferrer - publicado el 11/09/22

Sus novelas fueron un canto a la maternidad y los valores tradicionales

La conquista del lejano Oeste fue mucho más de lo que nos han contando en los clásicos Westerns de Hollywood. Más allá de las fronteras, se vivieron historias de lucha, de superación. Todas y cada una de ellas contribuyeron a la formación de los actuales Estados Unidos de América.

En muchas de esas historias, mujeres pioneras se enfrentaron a lo desconocido. Solas o junto a sus maridos y sus hijos, vivieron experiencias duras. Mujeres que lucharon para construir un nuevo mundo mientras seguían encargándose de sus recién construidos hogares.

Conocemos la realidad de estas mujeres gracias a escritoras como Bess Streeter Aldrich. Hija de pioneros, su propia vida fue la de una pionera. Sus experiencias y su talento fueron la fórmula perfecta para convertirse también en una de las autoras más brillantes de su tiempo. Sus relatos de mujeres valientes en la frontera se convirtieron en inmortales.

Bessie Genevra Streeter nació el 17 de febrero de 1881. Era la última niña de los ochos hijos de James Wareham y Mary Wilson Anderson Streeter, una pareja de pioneros que se había instalado en Cedar Falls, Iowa. Rodeada del amor de sus padres y hermanos, Bess creció feliz, corriendo por las praderas y descubriendo el mundo que la rodeaba.

Acudía a la iglesia y a la escuela dominical y cantaba canciones como “Jesús me ama incluso a mí”. Sus padres eran una familia de devotos presbiterianos y los textos de la Biblia serían también inspiración para su obra futura. Bess era también una chica inquieta, que jugaba a básquet en el colegio, actividad del todo novedosa en aquellos tiempos de finales del siglo XIX.

Bess recordaba que “creció entre personas adultas, leyendo, soñando, fantaseando, singularmente libre de cuidado o responsabilidad”. Aprendía de su madre, quien le descubrió las maravillas de la naturaleza, el amor a Dios y el sentido de la responsabilidad.

Apasionada de la literatura, Bess empezó a escribir historias breves que pronto fueron bien aceptadas en los periódicos de la zona y no tardó en ganar premios y reputación como escritora. Cuando tenía catorce años envió un cuento infantil al Chicago Record y ganó una cámara. El primero de los muchos reconocimientos que acumularía en su amplia carrera como escritora.

Por el momento, Bess seguía estudiando. El 9 de junio de 1898 se graduaba del instituto e ingresaba en una escuela de maestras de Iowa, título que le permitió empezar a ejercer como tal. Convertida en una joven inteligente y trabajadora, Bess conoció al que sería su futuro marido. Hijo también de pioneros, Charles Aldrich ejercía como abogado y era una persona respetada en la comunidad por haber participado como voluntario en la guerra de Cuba de 1898.

Pronto se dieron cuenta que tenían mucho en común, ambos eran unos apasionados de la literatura, acudían juntos a la iglesia… era solo cuestión de tiempo que formalizaran su relación. El 24 de septiembre de 1907, Bess y Charles se casaban e iniciaban su propia vida como marido y mujer, instalándose ellos mismos como pioneros, igual que hicieran sus padres, en Elmwood, Nebraska.

Allí nacerían sus cuatro hijos y allí Bess conseguiría compaginar su faceta de esposa y madre con su incipiente carrera literaria. Charles nunca frenó las inquietudes de su esposa, al contrario, se sentía orgulloso de sus éxitos y siempre la apoyó de forma incondicional.

Integrados en la comunidad, Bess continuó escribiendo y publicando en la prensa local. Por ahora lo hacía bajo pseudónimo, como Margaret Dean Stevens. Poco a poco, la repercusión de sus escritos y el dinero recibido por ellos fueron creciendo. Además de escribir, llevar la casa y cuidar de sus hijos, Bess impulsó la creación del Elmwood Women’s Club del que sería su primera presidenta y ayudó a fundar la primera biblioteca local. En 1919 respondió a la invitación de la Universidad de Nebraska para dar charlas sobre literatura a aspirantes a escritores.

Cuando empezó a ganar confianza, aparcó su pseudónimo y publicó con su propio nombre. En 1924 salía a la luz su primera novela, Mother Mason, que fue recibida con gran aceptación de público y crítica. Bess parecía haber alcanzado la máxima felicidad, en su vida personal y profesional. Hasta que un trágico giro del destino, puso a prueba su propia existencia.

La mañana del domingo del 3 de mayo de 1925 el teléfono sonó insistente en casa de los Aldrich. Bess escuchó como en un sueño la noticia que le estaban dando. Su marido, que estaba en el servicio dominical, había fallecido de un derrame cerebral. Por un momento, el mundo de Bess se desmoronó como un castillo de naipes.

El que había sido su compañero incondicional, su esposo, su amigo, ya no estaba. Ahora, además de llorar la muerte de aquel hombre al que había amado sin fisuras, debía enfrentarse a la dura prueba de sacar adelante a sus cuatro hijos pequeños.

Bess Streeter Aldrich se enjugó las lágrimas e hizo de su pluma el arma más poderosa para luchar contra su propia desazón y conseguir alimentar a sus cuatro hijos. “Tengo unos hijos por los que preocuparme – afirmó Bess – y no voy a permitir que sean infelices. Estoy muy contenta de tener mi pequeño talento para escribir porque voy a ser vuestro sustento.”

Poco antes de que Charles Aldrich falleciera, Bess ya había terminado su cuarta novela, texto que se convertiría en su obra maestra. A Lantern in her Hand relataba la historia de Abbie Mackenzie y su marido Will Deal, una pareja de pioneros que deberían enfrentarse a la dura lucha de lo desconocido.

“Mi primer deseo – recordaba Bess – era recoger el espíritu de una mujer en las páginas de mi manuscrito. El segundo, rigor histórico”. La historia de Abbie Mackenzie y su marido Will Deal, era la historia de un amor incondicional en sus múltiples facetas. Amor al otro, amor a los hijos, amor a la vida que habían construido con sus propias manos. Era también, un homenaje a su propia madre, a todas las mujeres pioneras que se habían enfrentado a peligros desconocidos y a pruebas constantes en su vida.

Las historias que narraba Bess eran historias de ficción basadas en situaciones muy reales. Hablaba de familias de verdad, de personas de carne y hueso que luchaban cada día por construir un entorno feliz; parejas que se casaban y que tenían hijos y que trabajaban día a día; hombres y mujeres que reían, lloraban, soñaban y batallaban contra los elementos durante toda su vida. En sus textos volcaba sus propios sentimientos, sus propios anhelos. Sus heroínas, sus personajes, tenían una parte de su esencia y del mundo que la había visto crecer. “Decidí – aseguró – que mi escritura, al menos, nunca podría separarse de la vida familiar”.

Abbie Mackenzie se convirtió en su mejor heroína, en una luchadora nata, una mujer con principios y una madre dispuesta a proteger a los suyos. Era igualmente una mujer real, porque tenía sus dudas y sus miedos. En una escena de la novela, en la que Abbie y Will supieron que iban a ser padres de nuevo, ambos “rieron juntos”, pero también sentían preocupación: “Y ahora, el amor de Abbie se tendría que dividir entre dos bebés. No, eso no es verdad. No existe división ni resta en la aritmética del corazón de una buena madre. Solo existe suma y multiplicación”.

Probablemente el éxito de A Lantern in her Hand vino precisamente porque Abbie no era una mujer perfecta. Era una mujer que dudaba constantemente, pero que se enfrentó sin dudarlo a sus propios miedos: “Por primera vez se arrepintió de su estado, triste y amargada. Una boca más que alimentar, se dijo agriamente, -ella, que era madre reciente. Y luego, en una repentina repugnancia por su deslealtad a la maternidad, pensó: “Oh, no debo sentir de esa manera por mi hijo. No debo decir que… no lo haré… nunca más lo haré””. Bess plasmó en su obra su propia idea de la maternidad, “cuya primera característica era el amor, la segunda, el deber”.

Su profunda fe fue unos de los pilares de su existencia, que le ayudó a seguir adelante y no rendirse. En las anotaciones que hizo durante el proceso creativo de A Lantern in her Hand escribió: “Lo primero que hice fue rezar para encontrar fuerza y guía, y un poco de inspiración divina, sin la que no habría podido hacer nada. Recé para que, si era posible, a todos aquellos a quienes amo y que se han ido se les permitiera inclinarse sobre mí por un momento con palabras de aliento.”

Tras su publicación en septiembre de 1928, las críticas y la respuesta del público no se hicieron esperar. Pronto se convirtió en un best-seller. Una de las críticas decía: “Un tributo espléndido a una mujer pionera, cuya participación en el crecimiento del país no se puede medir”. Abbie representaba a una mujer entregada a los suyos. Representaba los valores más importantes en la vida. Tal fue la repercusión de su obra que la novela llegó a ser referenciada en los sermones del domingo de muchas parroquias del país.

Bess Streeter Aldrich consolidó su carrera literaria con A Lantern in her Hand. Desde entonces, no dejó de escribir. También participó en los primeros programas de radio y colaboró con Hollywood quien adaptaría a la gran pantalla, en 1941, su novela Miss Bishop. “Era una experiencia extraña ver a mis personajes cobrar vida”, recordaría Bess con cariño, a quien las cartas de sus admiradores se acumulaban día tras día en la oficina de correos.

BESS STREETER ALDRICH

“La gente siempre está diciendo lo que anhelan hacer más que cualquier otra cosa en el mundo. – reflexionaba Bess – Si realmente lo quisieran, seguirían adelante y lo harían, porque siempre puedes encontrar tiempo para lo que más quieres hacer.” Ese fue sin duda su lema en la vida, no rendirse nunca y alcanzar tus propios sueños. Ser mujer, ser madre, ser esposa, no debían ser un impedimento. Porque, insistía, “ninguna mujer en el mundo encontrará la felicidad por sí misma si no trabaja.”

Su biógrafa, Carol Miles Petersen, aseguró que en la propia Bess se revelaba “una mujer tan fuerte e brillante como sus heroínas de ficción”. El secreto de su éxito fue sin duda su capacidad para plasmar las historias de los pioneros con las que muchos de sus lectores se sintieron identificados. “Aldrich – afirmó Miles Petersen – fue una observadora cercana de la humanidad, y sus personajes eran el tipo de personas que conocía; entendió que sus vidas se multiplicaban por todo el país”

Su muerte el 3 de agosto de1954 ponía fin a su genio creativo. Sus restos mortales regresaron junto a su querido Charles, en Elmwood. Sus obras siguieron y siguen leyéndose en todos los rincones del planeta.

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