Eduardo Pérez Orenes es tenor. Su vida ha estado siempre muy unida a la música y ese fue precisamente el camino en el que encontró a Dios. La música... y un libro de Chesterton.
Mañana sábado, a las 11 de la mañana (hora española), Eduardo será ordenado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Cortes de Nonduermas (Murcia). Es la conclusión de un viaje personal que este joven emprendió a través del canto, sin saber que le conduciría a Dios.
Eduardo nació en un pequeño pueblo de Murcia, Ermita de Burgos. Allí viven poco más de 400 personas. Su entorno, como el de muchas familias españolas, no era practicante aunque sí conservaba ciertas costumbres cristianas: «No he crecido en una familia de fe, pero me bautizaron -explica- e hice la primera comunión; después no volví a la Iglesia hasta los 23 años», explica en una entrevista difundida por la Delegación Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Diócesis de Murcia.
Solo iba a la iglesia por los conciertos
Enseguida despertó su interés por la música. Tanto es así que comenzó los estudios en el Conservatorio Superior de Murcia y llegó a participar hasta en doce coros a la vez. El canto le apasionaba, especialmente la música sacra, la música antigua y el canto gregoriano. Así, se encontró con que «no iba a la iglesia por fe, pero sí a dar conciertos».
Dios tenía preparado ese camino, de forma que Eduardo fuera experimentando la sed de eternidad: «Lo más bello que cantaba se magnificaba cuando estaba en el contexto», explica. Se producía así en él lo que tantas veces ha manifestado el papa Benedicto XVI:
Las celebraciones litúrgicas le parecían «una cosa espléndida» y cuando actuaba en ellas, aunque no fuera católico practicante, recuerda que deseaba que lo que estaba cantando se convirtiera en una expresión real, donde toda la belleza de los textos se hiciera vida en él: «Fue un anhelo aquello que yo sentía, pero, evidentemente, la fe es un regalo», dice.
Solo preocupado por el éxito
Con los años, la afición a la música se convirtió en carrera profesional y en vida de artista. Eduardo escogió entonces -según él mismo apunta- la agitación, las extravagancias y triunfos como la meta de su vida. Él mismo reconoce que en aquella etapa apreciaba el arte, la belleza y la música, pero solo se buscaba a sí mismo:
Estando en aquel momento vital, a Eduardo le ocurrió algo que ahora agradece profundamente: "Unos buenos amigos me salvaron de mi egoísmo».
Lejos y cerca al mismo tiempo
Es así como un buen día, explica, alguien le hizo llegar un libro de Chesterton, el periodista y escritor católico converso. Era "Ortodoxia". Las páginas de aquel libro trastocaron sus planes. Le aportaron luz para descubrir que iba a encontrar la felicidad en lo que tenía muy cerca, la música, porque la música estaba unida a Dios. El que es Amor Infinito e Inagotable le había estado esperando mientras él andaba cerca y lejos de Él.
Eduardo explica lo que sintió entonces:
Vio con claridad que debía regresar a Dios, confesarse, volver a la catequesis para conocer mejor la fe y practicarla. Quiso recibir la confirmación. El canto se volvió maravilloso pero pasó a un segundo plano: Dios le llamaba a profundizar en la oración y a hacer apostolado para acercar a otras personas a la fe, sobre todo a las que no habían tenido oportunidad de conocer el inmenso amor de Dios y de la Iglesia.
Así llegó el momento en que Dios le llamó a una nota más alta.
«Hasta entonces, en mi entorno nadie me había hablado de Dios y yo tenía sed de descubrir más», dice. Así comenzó a plantearse ya la vocación a sacerdote.
Dar la vida por los demás
Terminaba el Grado en Canto cuando Eduardo tomó la decisión de entrar en el seminario. Quería poner en orden sus ideas, pero ya desde el primer momento lo tuvo claro: «Vi que este era el mejor lugar donde poner al servicio de los demás, como sacerdote, los dones que Dios me había dado».
Además de encontrar en el seminario a jóvenes con sus mismas inquietudes, con la formación ha podido descubrir y avanzar en su deseo de amar a los demás desde lo cotidiano y ha palpado la importancia de estar cercano a los problemas de otros.
Eduardo será mañana sábado ordenado sacerdote in aeternum (un sacramento que deja una huella que ya nunca se borra) en la parroquia de El Salvador de Caravaca de la Cruz. A partir de ahora quiere seguir al Señor haciendo suyo un lema que es un versículo del Evangelio de San Juan: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Esta elección –él mismo lo explica– se debe a que desde que entró en el seminario, siente una llamada a que su vida sea ofrecida por todos los que no creen en su entorno, por todos aquellos que aún no han descubierto la fe.