En esta entrevista exclusiva con Aleteia, la directora Yelena Popovic desvela los extraordinarios temas de su última película, 'Man of God'
Flannery O’Connor escribió una vez: «Parece ser un hecho que tienes que sufrir tanto por la Iglesia como a causa de ella; pero si crees en la divinidad de Cristo, tienes que apreciar al mundo al mismo tiempo que luchas para soportarlo».
Es una verdad triste, pero ha habido muchos santos que no fueron tratados bien por la Iglesia en vida: san Martín de Porres, santa Juana de Arco, san Alfonso de Ligorio… la lista es larga. Responder al maltrato nunca es fácil, pero es especialmente difícil cuando quienes nos maltratan son líderes religiosos.
Sin embargo, la nueva película Man of God (Hombre de Dios) nos muestra que hay una forma de superar ese trato que, en lugar de destruir nuestra fe, finalmente nos vuelve más santos y más cercanos al corazón de Cristo.
La película sigue la vida de Nectario de Egina, un santo de la Iglesia Ortodoxa Griega que vivió bajo la persecución casi constante de sus compañeros obispos. Aunque era amado por su pueblo, fue exiliado, calumniado; y, en ocasiones, incluso tuvo que soportar agresiones físicas. Sin embargo, nunca perdió su fe y esperanza en Dios.
Murió olvidado de todos en 1920 a la edad de 74 años. Para 1961, el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla lo había reconocido como santo. En 1998, el Patriarcado Ortodoxo Griego de Alejandría y Toda África emitió una disculpa formal por todo lo que habían hecho sufrir a Nectario.
Yelena Popovic (LA Superheroes) escribió y dirigió la película. Ella compartió con Aleteia lo que la inspiró a hacer esta película y por qué cree que gustará a personas de diferentes orígenes.
– ¿Cuál es tu conexión con la fe cristiana?
Nací en Belgrado, Serbia. Aunque mis padres fueron bautizados en la Iglesia Ortodoxa Serbia, no practicaban su fe. Ni siquiera hablaron de eso, así que no sabía mucho sobre la fe cristiana.
Recuerdo claramente que siempre creí en Dios, pero hasta después no supe quién era Jesucristo, ni quién era la Santísima Virgen María. Yo tenía fe. Cada vez que entraba a la iglesia en Belgrado, sentía la presencia del Espíritu Santo, sentía que era el hogar de Dios. Antes de irme de Belgrado, fui a la iglesia para pedirle a Dios que me protegiera.
Mientras estaba en Milán, Italia, solía ir a orar a la Catedral en la Piazza Duomo. Cuando vivía en la ciudad de Nueva York, iba casi todos los días a la Catedral de San Patricio. Un par de años después en Los Ángeles, me bauticé en la Iglesia Ortodoxa Serbia y en el 2000 tuve mi primera confesión y comunión. Experimenté una presencia de gracia que duró varias horas después de participar de la Eucaristía, y desde entonces comencé a asistir a Misa con regularidad.
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