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La profética consagración a la Virgen que Juan Pablo II hizo en Canadá

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Papa Juan Pablo II

Public Domain via Wikimedia

José Antonio Méndez - publicado el 29/07/22

En un contexto internacional que tiene sorprendentes similitudes con el presente, san Juan Pablo II imploró el auxilio de María durante su primer viaje a Canadá. 40 años después, aquella oración se revela llamativamente actual

Un virus de presunto origen animal, y para el que no existía vacuna previa, causa millones de muertos, sobre todo en los países subdesarrollados. Rusia y China se mantienen unidas en una alianza que amenaza la paz internacional. Una dura crisis económica lastra el crecimiento de Latinoamérica y España. África, lacerada por el hambre, la sequía y la violencia, encadena dramáticos procesos migratorios. Europa se ve sumida en una quiebra de identidad mientras estudia cómo mantenerse unida en el futuro. Y Estados Unidos inicia un enorme proceso de reconversión energética, industrial y tecnológica.

Aunque pueda parecerlo, no se trata de una radiografía del momento actual, sino de un breve esbozo de la actualidad internacional en 1984, el año en que por primera vez un Sucesor de Pedro realizaba un viaje apostólico a Canadá.

Entonces, el VIH, las relaciones chino-soviéticas, las hambrunas de Etiopía o la crisis del petróleo copaban portadas y noticiarios, como hoy lo hacen el coronavirus, la guerra de Ucrania o el encarecimiento del gas. 

Sorprendentemente actual

Con aquel contexto como telón de fondo, san Juan Pablo II visitó el Santuario de Nuestra Señora del Cabo, patrona de Canadá, en Quebec. Allí realizó una consagración a la Virgen cuyas implicaciones iban mucho más allá de la realidad canadiense.

40 años después, las palabras del Pontífice polaco resultan llamativamente actuales.

Y es que durante su oración, el Santo Padre pedía a la Virgen María, entre otras cosas, que las parejas se abrieran al don de la vida; que la sociedad cuidase de enfermos y ancianos, sin descartarlos; que los responsables eclesiales fuesen valientes para afrontar sus responsabilidades y viviesen “la alegría del Evangelio”; que la Iglesia se mantuviese unida; y que los líderes mundiales implicados en guerras se convirtieran a Dios. 

Hoy, cuando Canadá ha aprobado algunas de las legislaciones más permisivas con el aborto y la eutanasia, cuando el mundo mira con temor los movimientos de Rusia, y cuando incluso el papa Francisco ha visto la urgencia de viajar a países donde se necesita de evangelización, aquella oración mantiene entera su vigencia. 

La Consagración completa:

Te saludo, llena de gracia, ¡el Señor está contigo! 
¡Te saludo, humilde Sierva del Señor, bendita entre todas las mujeres! 
¡Salve, Santa Madre de Dios, Virgen gloriosa y bendita! 
¡Salve, Madre de la Iglesia, Santa María: Madre nuestra!

Virgen del Cabo, tú abres los brazos para acoger a todos tus hijos; 
a jóvenes y mayores los escuchas y los consuelas; 
tú muestras a todos la fuente de toda alegría y paz: Jesús, el fruto de tu vientre.

Te presento a tu amor de Madre a los hombres y mujeres de este país. 
Pido por los niños y jóvenes:
que avancen en la vida guiados por la fe y la esperanza,
que abran el corazón a las llamadas del Señor de la mies. 
Pido por las parejas:
que descubran la belleza siempre nueva del amor generoso y abierto a la vida. 
Pido por las familias:
que vivan la alegría de la unidad, donde cada uno da a los demás lo mejor de sí mismo. 
Pido por los solteros:
que encuentren la alegría de servir y la de saberse útiles a sus hermanos y hermanas. 
Pido por las personas consagradas:
que den testimonio, con su libre compromiso,
de la llamada de Cristo a construir un mundo nuevo.

Ruego por los que están a cargo del pueblo de Dios:
obispos, presbíteros, diáconos
y todos los que ejercen un servicio eclesial y un apostolado. 
Guárdalos en la valentía y en la alegría del Evangelio.

Oro por los enfermos, los cansados y los desanimados. 
Dales el apaciguamiento de su sufrimiento y la capacidad de ofrecerlo con Cristo. 
Haznos atentos a sus dolores y a sus necesidades.

Oro por aquellos a quienes la sociedad aparta y rechaza. 
Haznos fraternos con todos
y ayúdanos a ver en ellos a los pobres en los que tu Hijo se reconoce.

Guía a los políticos por los caminos de la justicia para todos. 
Ayuda a la comunidad humana a progresar en la solidaridad.

Oro por los que se apartan de Dios. Devuélvelos al amor y a la luz del Señor.

En más de un país, la gente está en guerra. 
Sostén a las víctimas heridas y convierte a los que siembran la desgracia.

Muchos de nuestros hermanos y hermanas sufren de hambre. 
Permítenos compartir más y de forma gratuita.

Sostén a la Iglesia en Canadá en el anuncio del Evangelio. 
Confirma en ella el poder de tu Palabra. 
Disponla para estar al servicio de la justicia. 
Fortalece en ella la comunión que tu Hijo estableció entre los miembros de su Cuerpo. 
Ayuda a todos los hijos de Dios dispersos a encontrar de nuevo la plenitud de la unidad.

¡Madre de los Fieles! Ruega por todos nosotros, que somos pobres pecadores. 
Enséñanos a vivir en la amistad con Dios y en la mutua ayuda fraterna,
a caminar por los caminos del Señor,
fuertes en la fe y fortalecidos con el apoyo de tu presencia.

Te presento a mis hermanos y hermanas de este país. 
Acógelos en tu bondad auxiliadora y en tu ternura maternal,
porque son amados por tu Hijo Jesús,
que te los confió en el momento de dar su vida por todos. 

¡Amén!

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