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¿Cuándo el divorcio no es una falta moral?

Divorcio

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María Álvarez de las Asturias - publicado el 29/07/22

La Iglesia Católica no admite el divorcio porque confiesa que el matrimonio sacramental y consumado es radicalmente indisoluble. Pero...

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Hablábamos en otro artículo de la separación matrimonial. Hoy vamos a referirnos al divorcio. Como decíamos en ese mismo artículo, el divorcio es la ruptura de un matrimonio que nació válidamente y al que se pretende poner fin.

La Iglesia Católica no admite el divorcio porque confiesa que el matrimonio sacramental y consumado es radicalmente indisoluble.

¿Qué pasa si un católico se divorcia?

El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2384) señala que

«El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte»

Pero hace una precisión

«Si el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una falta moral» Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2383

Vamos a explicar esto, que no siempre se entiende bien: acudir al divorcio siendo conscientes de que ese divorcio no rompe el matrimonio sacramental, sino que es solo una forma de defender esos derechos personales o patrimoniales, no nos coloca en una “situación irregular”.

El principio general y punto de partida es que el matrimonio sacramental y consumado es indisoluble. La Iglesia Católica no afirma esto por capricho, sino con un fundamento serio, recogiendo en su legislación y Magisterio la enseñanza de Jesús y el concepto natural de matrimonio. Los esposos se entregan mutuamente para compartir la vida siendo una sola carne.

Compartir la vida implica vivir juntos, pero más que un derecho/obligación es una necesidad del amor que los cónyuges se profesan. Que esta convivencia es importante lo vemos en el sufrimiento que producen las separaciones obligadas por razones de trabajo o cualquier otro motivo que impide a los esposos estar juntos.

Ahora bien, la Iglesia sabe que en la convivencia matrimonial pueden darse, en ocasiones, situaciones de extrema gravedad en las que no se respeta la dignidad de las personas. Por ejemplo, situaciones de violencia física o moral; abusos no solo sexuales; adicciones que provocan comportamientos difícilmente compatibles con el respeto debido al cónyuge y a los hijos o que ponen en serio peligro los bienes económicos necesarios para el sustento familiar.

Puede ser necesario separarse si…

En estas situaciones, la Iglesia enseña que, si el matrimonio es válido, sigue siendo indisoluble; pero, si uno de los cónyuges se está comportando de manera que pone en peligro la integridad física o moral del otro o de los hijos, puede ser necesario separarse. Un ejemplo concreto: no se puede tolerar en la convivencia ningún tipo de violencia. Si se vive con un riesgo serio de comportamiento violento, hay que salir cuanto antes de esa situación y separarse. Y esta separación no supone una acción moralmente reprochable, ni «es pecado». Por tanto, no impide recibir los sacramentos.

Porque se acude al divorcio sabiendo que ese divorcio no rompe el matrimonio —no puedes volver a casarte, porque sigues casado— y solo se hace como herramienta para salvaguardar esos derechos. Otro ejemplo concreto: si uno de los cónyuges sufre un trastorno de ludopatía y está poniendo en serio riesgo el patrimonio familiar, necesario para el sustento y educación de la familia, es posible que conforme a las leyes civiles sea necesario acudir a una sentencia de divorcio y establecer de forma definitiva unos acuerdos que salvaguarden los derechos del cónyuge y de los hijos.

Prudencia en la valoración

Hacer esto, sin intención de romper el propio matrimonio, no es una falta moral. También puede ocurrir que uno de los cónyuges considere que con la separación se salvaguardan suficientemente estos bienes personales y patrimoniales, siendo innecesario acudir al divorcio, pero la otra parte no está de acuerdo y quiere divorciarse.

Dado que en la actual legislación española el juez concede el divorcio a petición de uno solo de los cónyuges, será conveniente valorar si no es mejor alcanzar un acuerdo de divorcio que evite un conflicto entre los esposos que negarse al divorcio por reparos morales.

Por todo esto, hay que ser muy prudentes en la valoración que hacemos de la situación de los católicos divorciados, porque es fácil que podamos caer en el error de equiparar «divorciado» con «situación moralmente reprochable», «imposibilidad de recibir los sacramentos» u otras etiquetas. Como acabamos de ver, el hecho de estar divorciado -por sí solo- es un dato insuficiente para valorar las consecuencias morales.

Tal vez estás divorciado a pesar de que no querías, pero la otra parte no ha dejado otra opción. O tras haber hecho todo lo que estaba en tu mano para intentar sacar adelante el matrimonio, sin éxito.

Conviene no etiquetar nunca a las personas, pero además en este punto concreto hay que procurar resolver todas las dudas porque no es algo que generalmente los católicos tengamos claro. Y esta confusión puede causar mucho sufrimiento.

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