En una escena de “Elvis”, versión de 2022 dirigida por Baz Luhrmann y recién estrenada en cines, la madre del músico, Gladys, le dice: “Tu manera de cantar es un don de Dios”. Un reverendo le aconseja lo siguiente: “Cuando sea demasiado peligroso decir algo, cántalo”.
Su mánager, el coronel Tom Parker (un estupendo y grimoso Tom Hanks, semioculto por maquillajes y prótesis), narrador del filme, que actúa como un pérfido diablo que compra almas a cambio de fortuna y gloria, nos cuenta: “Todos los superhéroes de cómic encuentran sus superpoderes. El de Elvis fue la música”.

Elvis: versión Baz Luhrmann
Entre estas coordenadas se mueve (y se explica) el Presley al que da vida con mucho entusiasmo y sobradas energías el actor Austin Butler, quien según el director del filme comparte varias similitudes con el cantante: ambos perdieron a sus madres a los 23 años y el actor es una persona tan espiritual como lo fue Elvis.
Es decir: un joven que se siente como si fuera el Capitán Marvel Jr. de la música, que lleva dentro a un genio y que encuentra su plena libertad sólo en aquellos momentos en los que canta y baila. La frase del reverendo adquiere su sentido en la película cuando, tras el asesinato de Bobby Kennedy, Elvis se ve incapaz de hacer unas declaraciones ante la televisión: pero entonces decide ofrecerle al público una canción protesta.

“Elvis” (2022) está destinada a ser la versión total, quizá la más completa, de la mayor estrella del rock de la historia. Su enfoque es diferente a lo que habíamos visto hasta ahora porque el narrador es el propio coronel Parker, una especie de villano que está convencido de no serlo y que se contrapone a ese superhéroe casi divino en el que se transforma Presley cuando sube a los escenarios: porque todo héroe tiene su némesis.
Es Parker quien dirige los hilos y nos presenta una versión del asunto que las propias imágenes contradicen: está lo que Hanks/Parker nos cuenta y lo que Butler/Elvis nos revela, es decir, a un hombre que se va quemando mediante sus decisiones y que sufre y se atormenta. Parker es, también, la revisión de ese Diablo o Mefistófeles que promete a un muchacho todo cuanto quiera mientras éste le entregue su alma a cambio.
Elvis: versión John Carpenter
Hay un aspecto que, aunque Luhrmann toca, quizá profundiza menos en él, y que el telefilme dirigido por John Carpenter en 1979, con Kurt Russell de protagonista, sí trataba con mayor carga psicológica y le dedicaba más tiempo en pantalla: las relaciones familiares.
De hecho, en el “Elvis” del 79 hay una escena en la que el futuro músico, de niño, va a visitar la tumba de su hermano, muerto al nacer, y a menudo conversa con él. Ésa es una de las heridas que arrastra el cantante.

El amor de su madre le inspira y su muerte le deja desvalido y desmoralizado. En esa versión de los 70 Elvis siempre está pendiente de su madre: para él es como una estrella de cine, se obstina en comprarle una casa (Graceland) con sirvientes para que viva mejor y no tenga que volver a trabajar y con frecuencia charla con ella en persona o por teléfono: “Eres la madre más hermosa que Dios puso en esta Tierra”, le dice. Una escena clave es aquella en la que va a verla al hospital y mantienen su última conversación.
Todo esto significa que la figura de Elvis Aaron Presley es tan grande, tan inabarcable y tan compleja, que cada película nos muestra aristas diferentes. No se trata de elegir entre el “Elvis” de 1979 o el de 2022: lo interesante es ver las dos películas para profundizar más en el personaje.
O incluso buscar también las miniseries y los documentales que se encuentran dispersos en las plataformas de streaming. Si la versión de Carpenter era más clásica, con una narrativa más pausada, la de Luhrmann es impactante, de ritmo frenético, agotadora a ratos y puede que excesiva.
Pero en ambas, gracias a los actores que interpretan al músico, vibramos cada vez que se sube a un escenario y canta como si su vida dependiera de ello. Y ambas llegan al mismo punto por diferentes caminos: el retrato de Elvis como un joven atormentado, que creía que no había hecho suficiente, y que se quemó con su propia estela.


