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¿Cómo necesitamos que sean los maestros de nuestros hijos?

maestro de escuela

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Ignasi de Bofarull - publicado el 24/06/22

¿Pragmáticos? ¿Que estén a la última moda pedagógica? ¿"Inclusivos"? ¿O que sean modelos humanos para nuestros hijos?

¿Qué docentes preponderan hoy en la escuela? La respuesta rápida señala que depende de cada escuela. Y muchas escuelas no tienen modelos prefijados de ningún tipo para sus docentes: “Sal ahí y da la clase. Y sobre todo que los chicos trabajen y no te busques líos: que los padres estén contentos y tranquilos”.

En ocasiones las consignas para los docentes son puro pragmatismo ramplón. Algunas escuelas, consecuentemente, se ciñen a transmitir mecánicamente algunos contenidos curriculares. Y, en la línea de la última moda pedagógica, también se emplean a fondo en promover unas competencias, a veces ininteligibles, otras veces de Perogrullo.

¿Son profesores que enseñan y edifican a sus alumnos, como nos piden los clásicos? Isócrates, orador, político y educador ateniense (436 a. C. – ibíd. 338 a. C), nos dice que la primera providencia en una escuela es que cada maestro sea esencialmente bueno; y a partir de ahí. sus enseñanzas serán más relevantes.

Sin embargo, este principio tan cabal choca con la inercia de muchos maestros y profesores, tanto en escuelas públicas, como en las concertadas o privadas, que optan por el camino más trillado. Y si se les pregunta por la educación en valores, estos maestros al uso responderán que, desde el enfoque competencial, defienden algunos valores finalistas como el pacifismo, la solidaridad, el desarrollo sostenible, la inclusión de la diversidad.

Valores sin solidez

Sin embargo, estos valores tan etéreos tienen poca capacidad de convertirse en valores instrumentales, encarnados; de verdadero esfuerzo y compromiso ético tal como plantea Javier Elzo (1942).

Hay que señalar que en muchos de los jóvenes de hoy existe un hiato, una falla, entre los valores finalistas y los valores instrumentales: los jóvenes de hoy apuestan e invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas (pacifismo, tolerancia, ecología, exigencia de lealtad…), a la par que presentan, sin embargo, grandes fallas en los valores instrumentales sin los cuales todo lo anterior corre el gran riesgo de quedarse en un discurso bonito. Son los déficits que presentan en valores como son el esfuerzo, la autorresponsabilidad, el compromiso, la participación, la abnegación, la aceptación del límite, el trabajo bien hecho… La escasa articulación entre valores finalistas y valores instrumentales está poniendo al descubierto la continua contradicción -amén de la dificultad- de muchos jóvenes para mantener un discurso y una práctica con una determinada coherencia y continuidad temporal allí donde se precisa un esfuerzo cuya utilidad no sea inmediatamente percibida. Aquí también la educación en derechos sin el correlato de los deberes y responsabilidades ha hecho estragos.

Cuidar a los menos favorecidos

¿Cómo enseñamos las materias sabiamente y transmitimos los valores, entonces? En esta dirección encontramos escuelas y docentes que se centran en el cuidado atento de los más desfavorecidos. Entre ellos se hayan los estudiantes con necesidades educativas especiales (TDAH, TEA, síndrome de Asperger, etc.), presentes en el aula ordinaria y que exigen de sus compañeros verdadera colaboración.

El acogimiento de estos alumnos es una fuente de valores. Pero, aparte de la inclusión y la atención a la diversidad, ¿qué más valores, principios, fortalezas de carácter se enseñan en las escuelas más comunes?

Y que nadie confunda con valores la defensa del identitarismo de género que hoy abunda en la escuela a partir de pedagogías muy variopintas. No son valores, son ideología.

La desidia de muchos docentes es un ejemplo desalentador 

Esta pedagogía de la inclusión y de la atención a la diversidad cuenta con algunos puntos positivos; pero a veces es difusa (de cartel en el pasillo con una paloma de la paz sobre un arco iris de grandes dimensiones) y con fines poco medibles y poca concreción. Una pedagogía creemos que bienintencionada, pero en ocasiones partidista y discutible. Todo básico y manido. 

Entonces, en este mundo gris: ¿Dónde queda el motor de la vocación a la docencia? Pues la vocación a la docencia es vista en ocasiones con cinismo: “Buen horario, buenas vacaciones, pero niños muy pesados”. “Hay que cumplir y mañana será otro día”.

En resumidas cuentas, la escuela está tan burocratizada que se ha caído en un desencanto donde no cabe dejarse la piel. No cabe la energía de una vocación donde el currículo oculto podría estar lleno de implícitas lecciones de vida; ideas enaltecedoras que hablan de la mejor versión de uno mismo: del docente y del discente.

Ser ejemplo para los demás

El filósofo y jurista Javier Gomá (1965) señala que todos somos modelos de ejemplaridad para todos. Una ejemplaridad que: o nos invita a ser más civilizados; o quizá, por el contrario (con toda la escala de grises que haga falta) nos conduce hacia cierta barbarie. Y los maestros pasan muchas horas en el aula. Así que la ejemplaridad no es, lógicamente, un tema postergable: es un tema radicalmente central.

Gomá añade a su glosa de la ejemplaridad el siguiente imperativo, auténticamente moral y que a la vez puede ser plenamente escolar: “Que tu ejemplo sea eficaz, fecundo y civilizado”. Todo un programa para una escuela, para un docente. Un modelo con hilo conductor y una finalidad evidentes.

Se podría decir: “Que tu ejemplo, en tu docencia, sea eficaz, fecundo y civilizado”.  Enseña y edifica. Instruye y entusiasma. Sé un buen maestro en todos los detalles: impartiendo la clase y contagiando tu bondad. ¿Es posible?

Un modelo de conducta en la docencia

¿Se puede plantear una escuela un modelo personal de conducta positivamente ejemplar para sus maestros y profesores? Un modelo que habla de docentes buenos que son capaces de movilizar a sus estudiantes a través del despliegue de una bibrante enseñanza de los contenidos y desde su modo de ser (tenacidad, coherencia, pasión, etc.):  para el ahora de la escuela, pero también para toda la vida social, amical, familiar?

O, dicho de otra forma, ¿los directores, las maestras, los profesores, el claustro de la escuela se pueden plantear el ofrecimiento de un modelo de conducta y docencia ligados a le excelencia? Demos un paso más: entendemos por docente excelente aquel que ofrece clases significativas, dinámicas, que invitan a estar atento, a participar y que en definitiva conducen a un aprendizaje intenso que se convierte en unas clases que no te puedes perder (Race, 93).

Este concepto se entiende mejor si nos preguntamos a nosotros mismos, si preguntamos a nuestros amigos, quiénes fueron aquellos maestros de los que no te puedes olvidar, que dejaron huella en ti.

¿Por qué algunos maestros dejan huella?

La dejaron porque plantaron unas semillas que se convirtieron en un verdadero ardor por saber más, como señala Javier Gomá. Te dieron un mapa para lograr un aprendizaje que abre puertas, razonamientos, altura de miras y proyectos para el discente ahora mismo y en el futuro para una vida bella y buena.  Encarnaron una docencia que elevaba el espíritu y movía a proyectos apasionados.

Sin embargo, este lenguaje se hace extraño ante unas escuelas donde falta de empuje y falta la autoridad – ponderada, ganada, de prestigio.

La escuela entonces ¿se ha convertido en un mundo rutinario y apagado? Puede que algunas escuelas caminen a la defensiva: apagando fuegos, entreteniendo al personal e innovando frenéticamente para volver siempre al mismo lugar.

¿Por qué el silencio en el aula es un tema tabú?

¿Tan difícil es plantearse en la escuela este modelo de conducta-docencia ejemplar,  unificado y pautado por la laboriosidad en la preparación de las clases y en su impartición; por la paciencia y la cordialidad en el trato con los estudiantes; en un clima que a su vez está dirigido por el ejercicio ponderado de la autoridad y la voluntad de liderazgo?

El mantenimiento del silencio en el aula va a ser la clave que facilitará que todos estén atentos. El silencio en el aula es un gran tema. Es necesario un silencio y una atención que favorecerán el aprendizaje para todos; pero especialmente vital para los menos dotados que deben estar más concentrados para entender ese lenguaje elevado, el lenguaje de la escuela que no coincide con el de casa.

Lenguaje (Cocking & Mestre, 1988) que a su vez les va a abrir las puertas en la comprensión lectora, en la expresión escrita, en la exposición oral de sus reflexiones. Pero estos temas no se pueden tocar, pues los docentes consideran que es un asunto tan espinoso y tan difícil de lograr que mejor dejarlo de lado y convivir con un desorden ordenado de aulas impenetrables.

Estudiantes desheredados de conocimiento

François-Xavier Bellamy nos señalará que parece que no importa la legión de desheredados que está dejando la escuela de las últimas décadas, sobre todo los procedentes de los estratos más humildes. 

Estudiantes huérfanos de conocimiento que se quedarán sin recibir la herencia cultural de siglos; a veces por pura negligencia, y otras por pura ideología pedagógica que desprecia la transmisión y el conocimiento en sí mismo.

A muchos estudiantes en las escuelas se les están cerrando las puertas del saber: unos podrán remediarlo gracias a su alto estatus socio-cultural-familiar. Otros serán desheredados de por vida.

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