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“La Pasionaria rezaba el rosario con el padre Llanos”

LA PASIONARIA

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Vidal Arranz - publicado el 15/06/22 - actualizado el 10/02/23

El escritor jesuita Pedro Miguel Lamet desvela detalles de los últimos años de vida de la dirigente comunista y de su recuperación de la fe perdida

“La Pasionaria rezaba el rosario con el padre Llanos”. Lo afirmó esta semana el escritor jesuita Pedro Miguel Lamet durante la presentación en Valladolid de su último libro ‘Las trincheras de Dios’, una novela histórica en la que aborda con una mirada nueva la Guerra Civil y con la que aboga por la reconciliación.

La frase resultará desconcertante para quienes conserven de Dolores Ibárruri ‘La Pasionaria’ sólo el recuerdo de su condición de histórica dirigente comunista en los tiempos de la Segunda República. Un comunismo que se caracterizaba por un rabioso anticlericalismo y ateísmo.

Ibárruri, que había sido católica hasta su juventud, se apartó de la fe y la sustituyó por la política. Y no por una cualquiera sino por el comunismo radical: el estalinismo.

Sorprenderá algo menos la revelación a quienes conozcan ya, por boca del propio Pedro Miguel Lamet, de este retorno a la fe.

Pero durante la presentación de su último libro reveló algunos detalles nuevos, como éste del rezo del rosario, o la existencia de una tarjeta que Pasionaria le envió al jesuita José María Llanos, conocido como ‘el cura del pozo del Tío Raimundo’, un suburbio de Madrid, en la que le escribió: “Nos veremos en el cielo”.

Lamet desveló este episodio desconocido en 2013 con motivo de la publicación de su biografía sobre el padre Llanos ‘Azul y rojo, (biografía del jesuita que militó en las dos Españas y eligió el suburbio)’, donde hablaba de la conversión de Dolores Ibárruri.

PASIONARIA-LLANOIS

“El padre Llanos era muy discreto y no hablaba del tema, pero a mí me hizo unas declaraciones cuando murió La Pasionaria –”La Pasionaria está en el cielo”- que sorprendieron mucho al publicarse”, porque parecían sugerir que estaría en el cielo por su militancia comunista.

“Pero dijo eso porque él ya sabía que se había convertido, y que había muerto confesada”, recordó el escritor. Incluso consta que tomó la comunión antes de morir.

La vuelta a la fe fue posible por la especial relación que Dolores Ibárruri entabló con el cura del Pozo del Tío Raimundo, del que le sedujo su compromiso radical con los más desfavorecidos.

El padre Llanos, que había sido modelo de cura franquista, se hizo ‘rojo’ para estar cerca de sus pobres y ser “del pueblo”. Contribuyó a la fundación de Comisiones Obreras con Marcelino Camacho, y asistió al primer mitin del PCE, donde llegó a hacer el gesto comunista de alzar el puño, aunque su compromiso personal, más que con una idea política, era con su gente. Todo ello le permitió entablar gran amistad con Santiago Carrillo y con La Pasionaria.

Una amistad que, en este caso, no sería sólo de carácter político o social, sino que llegaría también a lo religioso.

“Llanos visitaba cada quince días a Dolores Ibárruri. Llegaron a intimar y hasta cantar himnos religiosos de su época como «Cantemos al amor de los amores», explicó al publicar su biografía en 2013. “He encontrado cartas que atestiguan que esta mujer al final de su vida volvió a la fe, aunque resultaba muy fuerte hacer público que el símbolo por antonomasia del comunismo de la Guerra Civil hubiera muerto católica, por lo que ese episodio debía quedar en el fuero interno del sacerdote amigo. Él guardaría siempre ese íntimo secreto”, explicó.

Uno de esos documentos que hizo públicos entonces es una carta del día de Reyes del año 1989, el de su muerte, en el que le dice a Llano: «A ver si los «viejitos» que somos convertimos lo que nos resta de vida en un canto de alabanza y acción de gracias al Dios-amor, como ensayo de nuestro eterno quehacer”.

Esta semana, en la presentación de su última novela en Valladolid, Pedro Miguel Lamet reconoció que la confirmación definitiva de esta especial relación religiosa le llegó de la mano de la nieta de Dolores Ibárruri, que un día se acercó a él para solicitarle que bautizara a su madre, la hija de La Pasionaria.

“Me contó que gracias al padre Llanos su abuela se había convertido al catolicismo y que ambos rezaban juntos el rosario. Fue el testimonio definitivo, la confirmación”, recuerda Lamet.

“Lo que se produjo ahí es que una experiencia religiosa que La Pasionaria había tenido en su infancia y juventud vuelve a renacer”, explica el periodista y escritor jesuita, quien aprovechó este caso para defender su convicción de que “España es una mezcla. Todos somos un poco de un lado y del otro”.

“Por encima de las ideas están los seres humanos, que están llamados a entenderse”, añadió Lamet, que ha escrito su novela histórica ‘Las trincheras de Dios’ con la intención de “aportar un grano de arena a la reconciliación de los españoles”, pues, a causa de la ‘memoria histórica’, “volvemos a estar enfrentados”.

“En el momento presente sería bueno tomar conciencia de que dividirnos por unos cadáveres no nos ayuda a ninguno. Hay que crecer en el entendimiento y la reconciliación”, añadió.

Y como aportación a esa tarea, ‘Las trincheras de Dios’ recupera a un personaje histórico poco conocido pero ejemplar en su desprendimiento personal y compromiso cristiano, el jesuita Fernando de Huidobro.

Un joven que estaba considerado el discípulo predilecto de Heidegger en Alemania, adonde se había exiliado tras las medidas adoptadas por la República contra la Compañía de Jesús.
“Cuando estalló el conflicto pidió volver a España a ayudar en la zona donde hubiera más peligro. Le mandaron al bando nacional, con los legionarios, pero él ayudaba a todos, y no dudaba en cruzar las líneas enemigas para ayudar a milicianos heridos, lo que le granjeó muchas amistades en el bando de los ‘rojos”.

Lamet presenta a Huidobro como una tercera vía eclesial, frente a la visión de la Iglesia como víctima -por los asesinatos y quemas de Iglesias- o como cómplice del franquismo -por su apoyo a posteriori al golpe de Estado contra la República. Frente a ello, el periodista recupera a un religioso que no dudó en denunciar ante sus generales, e incluso ante el mismísimo Franco, que las ejecuciones que el bando nacional realizaba no eran justas.

“Lo que yo busco es ayudar a la reconciliación. No hay buenos y malos. Hay gente buena en todas partes”, resumió.

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