Junto con otras formas de violencia contra las mujeres, como la pornografía, la maternidad subrogada, el feminicidio, el matrimonio forzado o la compra de esposas – casi siempre menores –, o la pobreza extrema, la prostitución constituye uno de los nudos de explotación vigentes contra las mujeres.
En un contexto en el que los Estados liberales conniven con políticas que buscan canalizar las rentas del trabajo para incluir los frutos de la prostitución o del tráfico de drogas como parte del PIB de los países, no es de extrañar que el debate haya suscitado división incluso dentro de los miembros del partido que ostenta el poder, declarados abiertamente feministas, pero también encubiertamente liberales.
En su mayoría, mujeres y niñas son objeto de trata con fines de explotación sexual. Mujeres de escasos recursos, en muchos casos indocumentadas; movilizadas o captadas desde países pobres para ser prostituidas en los mercados del sexo de los países ricos. Toda una industria internacional, conocida como "la industria de la vagina"; es incluso incentivada por organismos internacionales que prestan su apoyo a los estados proxenetas, a través de políticas de reajuste del endeudamiento.
Un negocio boyante
Si tenemos en cuenta que las mafias producen ganancias altamente beneficiosas para el sistema capitalista – el negocio del proxenetismo genera cinco millones de euros diarios en España –, es comprensible la dificultad de atajar el problema del mercado de la prostitución sin eliminar la industria que lo produce.
A veces asistimos con tristeza a cómo las políticas a favor de los derechos de las mujeres son acaparadas por los partidos políticos, cuyo marketing propagandista no deja que veamos las cosas en toda su magnitud.
En lugar de aglutinar fuerzas, el feminismo se divide, oscureciendo una visión de la mujer que está muy por encima de todo partidismo y que merece ser protegida todavía hoy. El abuso y la violencia ejercida sobre ella precisan de una agenda muy seria, si de verdad queremos alcanzar la libertad y la igualdad reales y no solo formales que tanto deseamos.
Para ello es fundamental no olvidar que todavía hoy millones de mujeres son relegadas al ostracismo, al olvido y a la estigmatización permanente.
¿ "Derecho" a ser prostituta?
Solo en una cultura donde se banaliza la prostitución; en una economía que convierte todo en mercancía, hasta el propio cuerpo (véase si no toda la industria publicitaria donde la mujer sigue siendo hipersexualizada con fines de cosificación claros), se puede aducir el argumento de que las prostitutas tienen el deseo y el derecho a serlo con totales garantías.
Mejor defender que deben regularse los derechos de esta "profesión libre y voluntaria" para así no vernos obligados a mirar de frente a una de las peores prácticas de violencia contra las mujeres. Mientras tanto, los puteros y proxenetas, siguen siendo invisibles; y la propaganda para que se regule su negocio de blanqueo de dinero es avalada incluso por los gobiernos.
Sepan ya que ni a nuestros políticos, ni a nuestros empresarios, las mujeres les importamos lo más mínimo. La prostitución no es una profesión; no puede serlo ante el silencio acerca de una de las lacras que ha vuelto invisibles sus efectos: graves riesgos de ETS (enfermedades de transmisión sexual); dolencias y malestar ginecológico importante, fruto de la violencia y brutalidad que muchas veces los clientes ejercen sobre ellas; embarazos y abortos forzados; violaciones, estrés postraumático y mortalidad 40 veces más elevada que la de la población normal. ¿Qué tipo de profesión podría ser libremente elegida conociendo a priori que va a causar todos estos daños en nuestras vidas?
Prostitución es explotacion
Es urgente que el feminismo se vuelque en la defensa de la dignidad de las mujeres, especialmente de las más vulnerables.
Por ello, el hecho de que el debate interno en el gobierno sobre la prostitución se integre en la Ley del “sí es solo sí” o en la ley contra la trata, no es lo sustancial. Lo importante es la consideración de que por primera vez asistamos al reconocimiento de la prostitución como una forma más de explotación de la mujer; que se regule su abolición; y que los políticos y el feminismo se unan para perseguir al 'putero' y al proxeneta, no a la víctima. Esa es la clave para debilitar al mismo tiempo el mercado de la prostitución y de la industria que lleva aparejada.
Abolición en otros países
Suecia fue pionera en el camino de la abolición en 1999, penalizando a los clientes, que pueden llegar a cumplir un año de cárcel. Francia se sumó en 2016 con una ley impone multas económicas al que paga por tener relaciones sexuales.
En Finlandia funciona un modelo que castiga al cliente sólo si la prostituta es víctima de las redes de trata. La penalización a quienes pagan por mantener sexo se ha extendido también a Islandia, Sudáfrica, Canadá, Corea del Sur, Singapur o Irlanda del Norte.
Sin embargo, en países como Holanda o Alemania, la prostitución se considera un trabajo desde el año 2000 y 2002 respectivamente. La ley obliga a los propietarios de los burdeles a pagar impuestos y la Seguridad Social de las prostitutas. En ambos países el objetivo previsto era empoderar a las mujeres para que tuvieran mejores condiciones de trabajo o evitar que fuesen estigmatizadas.
Sin embargo, tanto el relator especial de Naciones Unidas sobre la trata de seres humanos como el Parlamento Europeo consideran que ese objetivo no se ha cumplido. No solo la prostitución ha aumentado en estos países con cifras alarmantes, sino que la vida de las víctimas no ha mejorado. Al contrario, ha proliferado el mensaje de que las mujeres seguimos siendo objetos sexuales para satisfacer el placer de los hombres.
España, atascada
En España, sin embargo, las terminologías nos impiden avanzar en este hecho más que lamentable: que la prostitución supone dar cobijo a una visión de la sexualidad deformada y denigrante.
Es curioso que dentro de Unidas Podemos, la postura no esté clara; algunos de sus integrantes se declaran a favor de que se regulen los derechos de las prostitutas, desde el presupuesto de que hay mujeres que ejercen la prostitución de forma libre; y que por tanto deben tener una mejor cobertura laboral y social. Es curioso que sea un partido de izquierdas el que más se rinda a postulados liberales que invierten y vuelcan la responsabilidad en la libertad de elección.
Ellen Templin, dueña de un burdel en Berlín, ya fallecida, afirmaba, sin embargo, que "No hay prostitución voluntaria. Una mujer que se prostituye tiene motivos para hacerlo y son, en primer lugar, razones psíquicas. Cuando una mujer entra en la prostitución su alma ya ha sido destruida".
De nuevo, la mujer está sola
Así como en nuestro sistema económico el derecho a abortar se ha dejado en manos de la responsabilidad individual, lo que supone no querer cambiar la forma de relaciones laborales, económicas y sociales, sucede lo mismo con la prostitución. Es al sistema al que le beneficia situar esta práctica en el fuero interno de la conciencia; para no tener que habérselas con una reforma que implique sacar a las mujeres de las situaciones de miseria en que se encuentran, y ofrecerles alternativas de vida mejores.
Es deseable por ello que los criterios morales comparezcan por primera vez en mucho tiempo en el debate político; desde la consideración de que la política no es ajena a una determinada visión del mundo y del ser humano que pensamos es garantía de lo mejor y de lo posible.
Educar en dignidad
La abolición de la prostitución y de todo el mercado que genera, tiene que ir aparejada de una cultura y de una educación en la que la mujer no siga siendo el objeto del placer de los hombres. Solo una mayor conciencia acerca del valor y de la dignidad de toda mujer, puede ayudarnos a encontrar mecanismos realistas para proteger a las mujeres de la explotación a la que se ven sometidas.
Nuestro mundo necesita ganar en altura moral y rebajar las razones economicistas; pues el trabajo que voluntaria y gratuitamente han realizado y siguen realizando las mujeres en casa, nunca ha contado en los balances estables; pero son el fundamento de nuestra economía capitalista. Sin cultura de la gratuidad no crecemos como sociedad ni como pueblo.
Ojalá la dignidad pueda quedar preservada en un mundo donde la gratuidad ha desaparecido de la construcción de lo humano y todo se reduce a mercancía de cambio.
Quizás por primera vez estemos en condiciones de salvaguardar algo que no tiene precio: la persona misma.
Ojalá esta reforma nos permita entender que en nuestras sociedades, no todo se puede comprar con dinero, mucho menos el placer o la libertad. ¿Qué tipo de sociedad podremos construir si defendemos que para salir de la pobreza uno tiene que venderse para sobrevivir?
Ojalá, en definitiva, esta reforma sea el principio de una nueva forma de hacer política, donde los criterios éticos comparezcan más allá de todo interés propagandista. Ese será el principio de una nueva política y de un nuevo feminismo; unidos en defender la dignidad inviolable de todas las mujeres, de todos los seres humanos.