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Una fórmula que se repite en “Top Gun: Maverick”, la secuela y al mismo tiempo actualización de los códigos del “Top Gun” de Tony Scott, dice: “No es el avión, es el piloto”.
Los auténticos logros no los consigue la máquina, sino el hombre y su capacidad de reacción. El ser humano, vienen a decirnos, siempre será superior a la tecnología.
En el caso de Pete ‘Maverick’ Mitchell (Tom Cruise, solvente y carismático, como siempre) no sólo se trata de su habilidad en el vuelo, pues una y otra vez demuestra que es el mejor (con el permiso de Iceman): también es esa faceta de hombre testarudo, obstinado y perseverante que proviene del actor, empeñado siempre en rodar él mismo las secuencias más peligrosas y en estrenar en cines para no ser doblegado por las pandemias.
Para esta continuación, Cruise ha contado con el director Joseph Kosinski, que le dirigió con magníficos resultados en “Oblivion”. Pete regresa como entrenador de unos jóvenes pilotos para embarcarlos en una misión casi suicida para destruir una planta de uranio. Aunque la Marina le detesta, él cuenta con el respaldo de su antiguo rival y después amigo: Iceman, quien se ha convertido en Almirante, pero ya no vuela ni ejerce porque un cáncer de garganta lo mantiene apartado (igual que Val Kilmer, quien lo interpreta).
Maverick suele ser partidario de lo práctico y de la experiencia por encima de manuales y teorías. Sabe que las agallas y los límites de un hombre no se despliegan en un despacho, sino en el aire, demostrando hasta dónde es capaz de llegar uno. Los límites se los pone uno mismo. Eso es lo que tratará de enseñarles a los muchachos, intentando que aprendan a trabajar en equipo.
La dimensión humana y las heridas del pasado
Aunque la mayoría de las críticas y reseñas que encontramos de “Top Gun: Maverick” se centren en las proezas aéreas, en la evolución de medios y en las espectaculares escenas rodadas de verdad en el aire y no en estudio, lo más interesante es la propuesta en torno a lo humano que hace Cruise en el filme.
Se trata de un héroe “viejo” que está de regreso, pero no es un tipo cansado, y su tono crepuscular no es físico (como los héroes maduros y fatigados de otras películas), sino sentimental. Porque Mitchell tiene que cerrar varias heridas y solucionar sus problemas.
Aún siente culpa y nostalgia tras la muerte de su amigo Goose en “Top Gun”. El hijo de éste, Rooster (Miles Teller), también es piloto y uno de los jóvenes a los que adoctrina. Rooster detesta a Maverick por el fallecimiento de su padre y por otra razón que no desvelaremos aquí.
Maverick quiso ejercer de padre sustituto con él, pero las cosas se torcieron y no consiguió hacerlo mejor: otra roca que añadir a su corazón. Pete sabe que debe lograr que Rooster recupere el respeto y la confianza en él. Es hora de pasar página, curarse las heridas y enterrar el pasado.
Pete también se siente mal por el estado de salud de Iceman, convertido en alguien que apenas habla. Y luego está Penny (Jennifer Connelly), un antiguo amor a quien él necesita recuperar. Maverick necesita demostrar que la edad no es un problema. Que su instinto y sus habilidades aún funcionan, igual que uno de los vetustos aviones de la película. La experiencia, al fin y al cabo, es un plus.
Culpa, perdón, aceptación, reconquista amorosa, afán de superación… son los subtextos que encontramos en un filme con cierto tono espiritual (“Háblame, Goose”, dice Pete cuando vuela. “Háblame, papá”, pide Rooster), en el que no faltan guiños a “Top Gun” y a “Star Wars”.
Son estos equilibrios dramáticos los que le confieren sustancia y entroncan con la realidad de sus actores: Cruise como alguien siempre al mando que nos enseña a todos que a sus 60 años (los cumplirá en julio) es capaz de cualquier osadía y proeza. Kilmer como alguien afectado por una enfermedad que casi se lo come.
Con aciertos y errores, se trata del blockbuster ideal. Y su segunda mitad es fascinante: los preparativos del plan, los ejercicios previos a la misión suicida y la propia misión repleta de riesgos, de “milagros” que los pilotos necesitan para salir airosos, suben la adrenalina del espectador y le recuerdan aquello que decían en “Regreso al futuro”: “Si te lo propones, puedes conseguirlo todo”.