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Cómo solucionar desacuerdos de manera cristiana

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 25/05/22

Así es como el Espíritu Santo da la respuesta cuando hay distintos puntos de vista

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¿Qué sucede cuando yo quiero hacer el bien y mi hermano busca lo mismo pero seguimos el camino opuesto?

¿Estoy yo bien en mis decisiones o estás tú en lo correcto cuando lo que decidimos no se parece en nada?

¿Hay una sola forma de hacer las cosas? ¿La idea es llegar a tener todos un pensamiento único?

¿Es necesario que yo ceda o que cedas tú? ¿Cómo me ayuda el Espíritu Santo a saber qué camino seguir?

El inspirador estilo de los primeros cristianos

En la primera Iglesia cristiana muchas cosas estaban por decidir. Quizás como ahora en otros ámbitos. Algunos pensaban:

«Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros».

Los gentiles discutían y estaban inquietos. Eso no era lo que Pablo y Bernabé enseñaban.

Por eso fue necesario que hubiera un Concilio en Jerusalén donde todo quedara claro.

Y eso no era tan fácil. Hasta que al fin se llegó a una decisión que dejó contentos a los gentiles:

«Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós».

Cómo el Espíritu Santo aclara las cosas

El Espíritu Santo les dio claridad para que pensaran lo que era correcto, lo apropiado, lo que convenía.

Los dirigentes tuvieron que decidir lo que era bueno para todos aunque no todos pensaran lo mismo. No se dividieron en dos iglesias, permanecieron unidos.

A veces es más fácil dividir, marcar dos caminos, emprender dos rumbos. Tú por ese lado, yo por este otro. Más fácil separar lo que estaba unido.

Para unir hay que renunciar. Hay que sacrificar algo para estar al lado de otro. Si los dos tienen un camino propio muy marcado es imposible llegar a un camino común.

Ponerse en el lugar del otro

El matrimonio no sería posible sin renuncia, sin dejar a un lado deseos propios. No se trata de dejar de ser uno mismo por amor al otro. Pero sí de tratar de pensar poniéndome en el corazón de mi hermano.

Afirmar con vehemencia mis creencias, mis pensamientos, mis opciones de vida es valioso. Siempre y cuando eso no me lleve a descalificar categóricamente todo lo que los demás me plantean.

No me bajo de mi postura. Ni cedo un ápice. Tampoco estoy dispuesto a vivir de acuerdo con lo que me proponen.

No cedo, no acepto, no sigo. Y entonces la comunión se vuelve una utopía imposible.

Entender a Jesús, abrirse a los cambios

Esa primera Iglesia nace con una herencia muy fuerte. Jesús era judío y todos sus discípulos. Y ellos estaban circuncidados.

Era evidente que Jesús había venido por ellos, por su pueblo. ¿Cómo separar ese pensamiento tan arraigado en su corazón?

La circuncisión era el signo de la alianza de Dios con su pueblo. La forma de asegurar la pertenencia.

Entender que Cristo había venido para más ovejas, para más hombres que vivieran fuera del pueblo judío, parecía impensable.

Sólo tres años estuvo con ellos. No dio tiempo a tanto. Vivió con judíos, enamoró a judíos, Jesús era judío.

Pensar en una misión como la que inicia Pablo era una utopía. Por lo tanto el signo de pertenencia tenía que ser la circuncisión.

Compartir, rezar, no separar

Renunciar a que Jerusalén fuera el centro del mundo cristiano era una renuncia muy grande.

María era judía y José. Jerusalén su hogar. ¿Qué hubiera querido Jesús? ¿Cuándo y dónde dijo que tenían que abrirse a otros pueblos?

No había discurso de Jesús que dijera algo parecido. ¿Cómo entender el Espíritu Santo?

Se reúnen, rezan, hablan, comparten, discuten. No se alejan. Ni se odian. No se separan. Permanecen unidos en sus diferencias.

Es más fácil alejarme del diferente, huir del que no es como yo o no piensa lo mismo. Más sencillo salir corriendo y construir un muro que me proteja y separe. Para mantener mi postura y que nadie perturbe mi ánimo.

No aferrarse a una única manera

Las cosas se pueden hacer de diferente manera. No hay un estilo único que todos debamos asumir.

No porque las cosas se hicieron ayer de una forma tengo mañana que hacerlo igual. Podré ser fiel al espíritu aunque la forma sea diferente.

Quiero vivir de acuerdo con lo que Jesús quería aunque ahora sea más difícil escuchar su voz y entenderla.

Quiero aceptar que a veces es mejor tomar el camino largo, no el corto, sólo por contentar a otros.

Debo asumir otras maneras sólo por demostrar a los demás cuánto los quiero.

El valor de la paz

Asumo que la vida es corta y merece la pena vivir en paz con mi hermano, no vivir en guerra.

Vivir cediendo y no vivir queriendo tener siempre la razón. Dejando a los demás el protagonismo.

Que ellos estén en el centro, aunque yo no brille. Que ellos destaquen aunque yo no sea importante.

Renunciar a lo que parece fundamental con tal de no entrar en guerra. Puede que no salga todo como era mejor.

Sólo el amor rompe las barreras

Ese Concilio de Jerusalén supuso una piedra fundamental en los cimientos de la nueva Iglesia.

Se abrió la puerta a la gentilidad. Cualquiera podría ser seguidor de Cristo a partir de ese momento.

No habría cristiano de primera clase y de segunda. Todos valdrían lo mismo. Todos podrían enamorarse de ese Jesús que seguía vivo en medio de sus vidas.

En cada eucaristía escondido bajo el pan y el vino. En medio de una reunión de seguidores que se abrían al poder del Espíritu en sus corazones.

No tendrían ya miedo. Se dejarían guiar por Dios sin aferrarse a sus creencias y planteamientos.

El amor de hermanos es el único que podría romper todas las barreras que querían separarlos.

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