Suelo pensar agradecido en las muchas oportunidades que Dios nos da para ganarnos el cielo prometido y en cuánto nos ama.
A lo largo de mi vida he experimentado su presencia y su protección. A veces me detengo, miro hacia atrás y me doy cuenta de que las cosas buenas que me han ocurrido se las debo a Él.
—Fuiste tú —le digo sorprendido a Dios.
Tantas oportunidades
Como si esto no bastara, pone a nuestro lado un ángel custodio para que nos ayude en el camino por la vida; nos ha dado a la Virgen por Madre y contamos con la comunión de los santos que nos auxilian desde el cielo, sobre todo el buen san José quien le he pedido muchos favores...
Pero el mundo nos seduce y a menudo caes con facilidad en esas fuertes tentaciones.
El monje y el Papa
Recuerdo la historia de este monje que todos catalogaban por santo. Oraba mucho, era devoto, sencillo, humilde y obediente. El Papa se enteró y quiso conocerlo.
Un día la comunidad de frailes viajó con el monje a ver al Papa. Hablaron un rato y el Papa al comprobar su santidad le pidió que se sentara a su lado.
Esto despertó en el monje un pecado capital, la soberbia. Se llenó de orgullo. El demonio que es muy astuto, aprovechó esta ventana abierta para colarse.
El demonio existe. Es un ser maligno.
Siempre está al acecho, atento a nuestros descuidos para meterse en nuestras vidas y hacernos caer.
Sabe que el pecado es colectivo, nos afecta a todos alrededor del que lo comete y procura siempre ocasionar el mayor daño posible.
El monje lleno de orgullo fue descuidando sus deberes en el monasterio, abandonando la oración y la santa obediencia. El diablo nada puede contra el que es obediente, por ello ataca con fuera esta virtud.
En su soberbia se quejaba que estuvo sentado al lado del Papa y los demás frailes no le trataban con la dignidad que merecía.
Al cabo de un tiempo abandonó la orden religiosa y terminó apóstata, muriendo con graves pecados.
¿Qué debemos hacer?
Cuando caemos, me gusta recomendar un buen examen de conciencia, humildad para reconocer nuestras fallas y una buena confesión sacramental.
Así podremos restaurar nuestra amistad con Dios. La confesión hace una enorme diferencia en nuestras vidas.
¿Y luego?
Dios te da la victoria
Es una batalla ganada porque tienes grandes aliados de tu lado. Nunca estamos solos. Pero depende de ti. Tienes libre albedrío para elegir tu camino.
Dios es tan grande, que no podemos siquiera imaginarlo.
Su amor nos sobrepasa. Si tan solo le dedicáramos un momento al día, para ponernos en su amorosa presencia, nos miraría complacido.
Dios te llama y te dice: “Hijo mío te amo. Sé santo”.
¿Qué le responderás?