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El poeta Adam Zagajewski (Lvov, 21 de junio de 1945 – Cracovia, 21 de marzo de 2021), obtuvo el prestigioso Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2017, porque, según el jurado, “confirma el sentido ético de la literatura y hace que la tradición occidental se sienta una y diversa en su acento nativo polaco, a la vez que refleja los quebrantos del exilio”.
Cuando nació, Lvov era territorio polaco (actualmente, es parte de Ucrania). La familia de Zagajewski emigró cuando él tenía cuatro meses. Estudió en Cracovia y luego, empujado por el régimen comunista, como tantos otros europeos orientales, tuvo en París su residencia, enseñó en Estados Unidos y, finalmente, se estableció en Cracovia desde 2002 hasta su muerte hace poco más de un año, en plena pandemia.
El Premio Princesa de Asturias de Literatura le fue otorgado por “el cuidado por la imagen lírica, la vivencia íntima del tiempo y el convencimiento de que tras una obra artística alienta el fulgor, inspiran una de las experiencias poéticas más emocionantes de la Europa heredera de Rilke, Miłosz y Antonio Machado”.
En el discurso de aceptación del Premio Zagajewski, uno de los poetas de la llamada Generación del 68 o de la Nueva Ola, recordó que los poetas “no podemos olvidarnos del mal, de la injusticia que continuamente cambia de forma, de las cosas que perecen, pero tampoco de la felicidad, de las experiencias extáticas que los gruesos manuales de teoría política o de sociología no han llegado a prever”.
Esa sensibilidad, aunada a la luminosidad de su poesía (en las obras completas que en español está editando Acantilado se le llama “un poeta de la claridad”) se demuestra en “Refugiados”, un texto doloroso y sublime, que resume el drama de los refugiados que hoy tienen rostro de seis millones de ucranianos, como el propio Zagajewski: