Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Todos hemos experimentado esa punzada de huir y dejarlo todo. Quizá por eso, el llamado tan apasionado de Jesús a permanecer expresado en el Evangelio, me hace pensar que el impulso que lleva a las personas a querer partir ya había comenzado en la primera comunidad cristiana.
Queremos irnos cuando estamos desilusionados, cuando vemos que las cosas no van como esperábamos. Cuando nos sentimos excluidos, cuando sentimos que no tenemos nada más que dar.
Queremos irnos cuando estamos enojados, cuando nos enfrentamos a la injusticia. Queremos irnos cuando estamos cansados y ya nada nos entusiasma.
Nuestro tiempo, como el de Jesús, parece ofrecer muchas ideas para no quedarse: temor al compromiso, confusión de los valores, volatilidad de las cosas, prepotencia en el poder, intolerancia en las relaciones, incapacidad para escuchar y valorar a las personas.
Es un tiempo en que el espíritu parece haberse retirado de la tierra. Es como si Jesús hubiera dejado las herramientas del oficio en nuestras manos y se hubiera ido.
Como si todo dependiera de nosotros y ya no hubiera un Dios que luche con nosotros.
Un ejemplo evangélico de huida
En este tiempo Pascual el evangelista Lucas también nos presentó esta dinámica de desilusión y huida: los dos discípulos de Emaús.
Ellos al cabo de tres días, al darse cuenta de que las cosas no iban como esperaban, decidieron marcharse y abandonar su fe.
Ante la decepción, el cansancio y la ira, nos vemos impulsados a romper relaciones y sin darnos cuenta rompemos a nosotros mismos.
La invitación de Jesús no es un llamado a permanecer pasivos donde estamos, sino a permanecer vinculados. A veces uno puede permanecer en una situación, pero aislado.
El amor no es la obstinación en no cambiar, sino la apertura que permite que circule la vida.
La propuesta de Jesús
Aparentemente, el sarmiento también puede permanecer injertado en la vid, pero sin dejar circular la savia.
Jesús no nos invita a permanecer en una obstinación pasiva, sino que nos pide permanecer en Él y dejar que Él permanezca en nosotros.
Jesús nos invita a permanecer en una relación: "separados de mí nada podéis hacer"(Jn 15,5).
Sin Jesús, nuestra vida está secuestrada en un torbellino de tonterías, que luego tratamos en vano de llenar.
El dolor ayuda a crecer
Por supuesto, la vida también pasa por la poda. Jesús no nos engaña, presentándonos un florecimiento indoloro.
Mirando hacia atrás en nuestra historia, podemos reconocer cómo los momentos de dolor nos ayudaron a crecer.
Hoy vivimos en una cultura que exorciza la poda, y por eso mismo las generaciones más jóvenes corren el riesgo de no prosperar. Los adultos, padres o educadores, tienen miedo de cortar y podar.
No podemos negar que la floración pasa por una época de deshoje, donde la planta aparece desnuda e indefensa.
Sin poda, la planta se debilita y el riesgo es precisamente este: formar una generación de hombres y mujeres frágiles, aplastados por el peso de la vida.
El reto está en no dejarnos vencer por la aparente ausencia de Dios. El reto consiste en creer que el Espíritu viene en auxilio de nuestra flaqueza y, como a veces perdemos la esperanza y no sabemos pedir, Él viene en nuestro auxilio.
Seguro el labrador compadecido de esta viña se moverá para venir a echarnos una mano.