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Una historia para reconocernos, la de Pedro, la de Jesús

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Shutterstock | KieferPix

Luisa Restrepo - publicado el 22/04/22

La noche previa a la pasión de Jesús nos permite releer nuestra vida y entender de qué tenemos hambre

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Leer lo que se mueve en nuestro corazón es una empresa difícil: muchas veces no tenemos el coraje, tal vez ni siquiera seamos capaces de soportar el peso.

Sin embargo, a veces nos encontramos con situaciones que nos revelan, historias en las que podemos repasar nuestra historia.

Es más fácil reconocerse en los acontecimientos de otro que juzgar directamente nuestras acciones.

Ver similitudes con otra historia es mucho más llevadero que hablar directamente de nosotros mismos.

La historia de la noche previa a la pasión de Jesús nos permite releer nuestra vida. Es un texto en el que podemos encontrar la dinámica del corazón humano.

Cuando no vemos la luz

Esta historia transcurre en la madrugada. Luego de que Jesús comparta la cena con sus amigos, comienza la noche de la oración angustiosa, la traición y la condena. Es la noche por la que pasa todo corazón, porque no siempre se ven las luces de la mañana.

Lo que sorprendente es que toda esta historia fue atravesada por Dios. Jesús está tan dentro de su humanidad hasta el punto de ser abrumado por ella. Dios y el hombre se mezclan en la misma historia.

Al leer este texto, puedo preguntarme cómo Dios está pasando por mi vida y cómo quiere pasar hoy.

Encontrar el camino

Recorrer el camino de la pasión, significa encontrar el camino de regreso a la casa del Padre.

Quien recorre esta historia, releyendo su propia vida, es el hijo menor de la parábola que sigue buscando el camino a la casa del Padre.

En este relato el hijo que se pierde y busca el camino de regreso a la casa del Padre es Pedro. Él el hijo que le dice a su padre que irá a trabajar a la viña, pero no va:

«Señor, contigo estoy listo para ir a la cárcel y a la muerte».

Lc 22,33

Situaciones que nos revelan

Sin quererlo, la vida nos pone frente a interrogantes que no podemos evitar. Nos encontramos con situaciones que sacan a relucir lo que realmente llevamos en el corazón.

Pedro se había acercado a un fuego para calentarse, y en su lugar encuentra una luz que lo revela.

Y luego de que se muestre lo que pasa en su corazón, Pedro toma conciencia de lo que ha hecho, se arrepiente y llora.

Así como el hijo menor tuvo que experimentar la soledad más profunda, así Pedro debe experimentar el llanto, llanto que le permitirá encontrarse con el amigo traicionado con los ojos llenos de lágrimas.

Las lágrimas nos permiten ver el mundo desde otra perspectiva, ya no la del poder, ilusión y audacia, sino la de la humillación, la fragilidad y la necesidad.

Pedro tendrá que volver al último banco para aprender de los que anónimamente, y a veces inconscientemente, son los verdaderos discípulos: el hombre que lleva la cruz sin haberla elegido, Simón de Cirene, que en silencio, ayuda Dios para abrir su camino; las hijas de Jerusalén que nunca se separan del novio, sino que lo siguen aun cuando ha perdido su belleza.

Pedro debe aprender incluso de un criminal, que, frente a la cruz, reconoce su propia culpa y se deja acompañar a casa.

De lo que estamos hambrientos

Como el hijo menor, Pedro debe volver a tener hambre. Como el Padre reparte los bienes entre los hijos, Jesús reparte su cuerpo entre los amigos.

Pero esto no es suficiente para Pedro. Se queda con hambre porque en su soberbia le cuesta reconocer que el verdadero pan es su amigo.

Así como el hijo menor junto a los cerdos reconoce quién es su Padre, Pedro en el momento más profundo de su perdición y de su hambre, lejos de su amigo, descubre de qué está realmente hambriento.

Solo entonces podrá reanudar su viaje de regreso a casa.

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