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Señor, yo también quiero que me sanes…

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Lorena Moscoso - publicado el 04/04/22

Así como pedimos con tanto fervor por la salud de nuestros cuerpos, es como debiéramos pedir también por la sanación de nuestras almas

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La semana pasada fue una semana bastante complicada en nuestra familia, pues después de tanto tiempo encerrados a causa de la pandemia, caímos todos enfermos de gripe.

Como cuando tenía a mis niños en el colegio y cada semana tocaba lidiar con gripes y enfermedades de todo tipo.

Hace tiempo que esto no ocurría. Gracias a Dios, no fue este virus que tanto hemos temido en estos últimos dos años, sino algo más simple.

Rezando fervorosamente por la salud

En medio de estas circunstancias que nos tocaba vivir familiarmente, pude ver como mi hijo de 13 años, que tiene una sensibilidad religiosa admirable, rezaba con tanto fervor por alguna cosa.

Asumo que para no contagiarse o para que sanara pronto o para que no doliera tanto cuando le tocara. Porque parecía inminente que todos caeríamos enfermos, era inevitable.

Y mientras pasaban los días, yo también rezaba cada vez que uno de nosotros caía enfermo.

Para que sobre todo el siguiente no enfermara. Para que mis niños no tuvieran que sufrir los síntomas tan fuertes.

Y rezaba mucho por cada uno de ellos, por sus angustias, sus síntomas y por las noches sin dormir.

Pensaba también en aquellas madres que tienen que lidiar con circunstancias tan diferentes a un simple resfriado, enfermedades terminales de sus niños, en algunas ocasiones, sin darles el consuelo que quisieran…

Pobres familias, rezaba también por ellas.

Sanación de nuestras almas también

Y entonces empecé a pensar en Jesús, y en sus milagros de sanación. Pensé que, así como pedimos con tanto fervor por la sanación de nuestros cuerpos, es como debiéramos pedir también por la sanación de nuestras almas.

Porque los pecados son la enfermedad del alma y de esto cargamos mucho y nos preocupamos poco.

Vemos repetidamente que Jesús en los evangelios, vinculaba el perdón del pecado con la sanación del cuerpo de los enfermos.

Él no solo venía al mundo para dar alivio a nuestra carne, sino para darle vida al alma, corrompida, rota y muerta a causa del pecado. Suenan en mi cabeza Sus palabras:

“tus pecados te son perdonados”, “levántate y camina”.

Él, se dirigía no solo a su carne, sino también a sus almas.

Perdonaba los pecados de aquellos enfermos que necesitaban recuperar su salud y que querían de verdad, ser sanados por Jesús. Él se apiadaba por nuestras miserias internas y externas.

Tócanos, Jesús

Entonces, nuestra urgencia no debe ser solamente de lo material, que también es necesario para llevar vidas dignas, sino sobre todo, de lo que llevamos dentro.

Sentir la necesidad de querer ser sanados del pecado que nos hiere, pedir ser tocados por Jesús en el alma.

Y pedirle que devuelva la vida a nuestras almas, que sea lugar digno para que en ella habite, Él y la Trinidad.

Porque donde esta Jesús habita también el Padre, y el Espíritu que los une, aproximándonos siempre a los sacramentos que son signo de Su presencia en el mundo.

Sobre todo al sacramento de la reconciliación o confesión, que es el sacramento de la sanación.

Para que los demás, como la Eucaristía y la unción de los enfermos, vengan a ser fuente de alivio para nuestras heridas.

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