Este 3 de abril se ha cumplido el centenario del nacimiento de José Hierro (1992-2002), uno de los principales poetas españoles del siglo XX, especialmente representativo de la época posterior a la Guerra Civil. Su obra no se ciñó a escribir poesía, sino que también fue miembro de la Real Academia Española y crítico de arte.
Leído, reconocido y galardonado desde los comienzos. Desde que recibiera en 1947 el Premio Adonais por su segundo libro (Alegría), no dejaron de llegarle los reconocimientos: el Premio Nacional de Poesía (1953), el Premio de la Crítica (nada menos que tres veces), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1995), el Premio Príncipe de Asturias (1981) y el Premio Cervantes (1998), entre otros.
Poesía testimonial
En Reflexiones sobre mi poesía (1983), el propio José Hierro elaboró una clasificación según la cual hay cuatro tipos de poetas: estetas, testimoniales, políticos y religiosos –estos últimos, los que muestran “el hombre frente a Dios”–. Y se refería a su obra como “poesía testimonial”, pues pensaba que “los poetas de la posguerra teníamos que ser, fatalmente, testimoniales”.
Ciertamente, no fue un “poeta religioso”, ni los temas de Dios o de la fe fueron centrales en sus escritos. Pero rastreando entre sus versos podemos encontrar varias composiciones que se acercan a eso que resumía Hierro como “el hombre frente a Dios”.
El misterio de Dios
El mismo Dios es el protagonista de su poema “La sombra”. Verso tras verso hace preguntas sobre su carácter misterioso, pero no con oscuras abstracciones, sino contemplándolo en relación con el ser humano y su existencia dramática (“sus heridas criaturas”, dice). Vale la pena leerlo entero, como las palabras de alguien en búsqueda:
Versos al Dios creador
A veces, cuando en su poesía se refiere a la naturaleza, se refleja una mirada trascendente, que invita a dar un paso más allá de lo visible. En su poema “Oración primera”, llama a
Y a continuación se refiere a toda la Creación:
Una vida como ofrenda
El dramatismo de la existencia se refleja en los versos austeros de Hierro, que llega a escribir: “Supe por el dolor que el alma existe”. No hay que olvidar que su carácter poético se forjó en la prisión, en los primeros años de la posguerra española.
En “Viento de invierno”, el poeta dirige sus palabras a Dios, reconociéndolo como hacedor del ser humano, agradeciendo sus dones y entendiéndose a sí mismo con un deber y una misión en el mundo:
Cuando bendice (y también maldice) a Dios
El dramatismo de la poesía de José Hierro en lo relativo a la relación con Dios se vuelve especialmente duro en su Cuaderno de Nueva York, en una “Oración en Columbia University”, cuando va desgranando una serie de bendiciones como éstas:
Sin embargo, esa serie de bendiciones por la belleza del mundo y de la vida, por sus recuerdos de la infancia, por tantas cosas buenas… se ve truncada por otras maldiciones que salpican el poema, reflejando el lado más amargo de la existencia. Sobre todo cuando escribe:
La vida, motivo de alegría
A pesar de las palabras ásperas de su poesía, siempre trasluce la esperanza. Siempre se atisba luz entre tantas sombras: