Esta semana he vivido como médico un resumen de nuestra profesión. He estado tan cerca de la vida y la muerte que las he tocado con mis propias manos. Desgraciadamente vivimos unos días muy convulsos con una guerra que amenaza no solo a Ucrania 🇺🇦 sino al mundo entero. En el momento en el que un país invade otro y bombardea hospitales, iglesias y guarderías y nadie hace nada, todos salimos perjudicados y se tambalean todos nuestros principios del bienestar. “El mundo es un lugar peligroso para vivir, no por las personas que son malvadas, sino por las que no hacen nada para impedirlo”, dijo Albert Einstein.
Esta semana celebramos la anunciación y la encarnación de la Virgen María, y por tanto el día del niño por nacer, en el que se festeja el valor y la dignidad del ser humano desde la concepción a la muerte natural. Llevo unos días meditando sobre lo que se parecen ambas crisis: el nacimiento y la muerte. Ambos son un paso, de un refugio de confort a un gran espacio de incertidumbre, pasando por un gran dolor. Curiosamente, en ambos rodeados generalmente de amor y de la familia, además del médico. El médico es la primera cara que ves al nacer, y en muchos casos la última al irte. Estamos muy dentro de la intimidad de las familias.
El martes fallecía Carmen, una mujer mayor con demencia a la que yo llevaba acompañando unos días para hacer más llevaderos sus últimos momentos. Y he vuelto a sentir la muerte de cerca, pero lleno de paz con el amor y serenidad que transmitían sus hijas con su cuidado. Además, me he visto en el lado opuesto, con Carlos de 7 meses de gestación que ha decidido romper la bolsa y amenaza con salir antes de tiempo. Hemos puesto a su madre en reposo absoluto los tres meses que le quedan de gestación.
Esta misma semana, gracias a la gran labor de ONG Rescate, me solicitaron pasar consulta a los refugiados ucranianos que estaban colocando en familias. Conocí a la familia Shuba. La madre de 47 años con 10 hijos decía que tenía dolor de tripa. Viendo lo pálida que estaba, le pedimos una analítica y en pocas horas le ingresábamos por una anemia bastante grave (Hb: 5). Me cuentan sus historias de guerra, muerte, condiciones lamentables y se me encoge el corazón. Dos de sus hijas embarazadas, se cierra el ciclo. Como dijo Gregorio Marañón, “el médico en la guerra es el único que no quiere matar, el único para quién no existe el enemigo, porque no hay enemigo capaz de esconderse dentro de un hermano”.
En el nacimiento vivimos una gran crisis después del embarazo. Piensa que el bebé está a gusto en su calidez, la protección del vientre materno, el sonido relajante de los latidos rítmicos de su madre, y seguramente si se pudiese hablar con ellos y pedirles que salgan se negarían. Sería perfectamente racional pensar que no hay nada después del embarazo, que no existe vida después del vientre materno. Esa es la vida que conocen y es difícil explicar que fuera de ahí hay una vida mejor.
Lo mismo pasa al final de la vida. Pasamos a una vida mejor, aunque algunos también pensarán que no hay vida mas allá. Incluso ahora hay gente que afirma que no hay vida dentro del útero, alegando que sólo son unas células, y que acabar con una vida dentro de seno materno es un derecho. “El aborto es tan miserable, que un niño debe morir para que tú puedas vivir como deseas” alegaba Santa Madre Teresa de Calcuta.
No me cabe la mas mínima duda que debemos respetar toda vida humana, no sólo por lo que aprendí en la facultad de medicina, ni por que los más brillantes pensadores, científicos y médicos confirman que la vida comienza en la fecundación y que debe respetarse desde ese momento, sino porque todo lo que he aprendido, lo que he investigado y lo que he vivido, los años que llevo de ejercicio profesional me convencen de eso mismo. Toda vida debe ser respetada y cuidada.
El bebé es el único ser humano que sabe cómo late el corazón desde dentro. La madre es el único ser humano que es capaz de amar a otro ser humano sin ni siquiera conocerle.
Decía el gran médico Gregorio Marañón: “Si la convivencia intima de unos meses con otro ser humano, cualquiera que este sea, deja en nosotros huellas que no se pueden borrar jamás, aun cuando nuestra conciencia lo olvide... pensemos de que calidad y de que hondura serán los surcos que graba en nuestra anatomía y en nuestra alma la intimidad religiosa y ferviente con nuestra madre, durante el tiempo en que vivimos de la propia sangre suya…”.
Nuestra existencia en una obra de teatro compuesta por 3 actos: el primero de 9 meses la vida dentro del seno materno y que comenzó en el instante de la fecundación, el segundo acto sobre la vida tras el nacimiento en la tierra que dura 70-100 años, y el tercer y último acto tras la muerte que dura toda la eternidad.