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Prueba este desafiante ejercicio cuaresmal de perdón

construyendo un puente

Hurca | Shutterstock

Hay familias rotas por falta de perdón, ¿cómo perdonar?

Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/03/22

No es tan sencillo: miro el rostro de quien me hizo daño, y en el silencio le perdono....

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El perdón es tan difícil de dar que el corazón se endurece, enmudece y calla. No sé por qué me cuesta tanto darlo.

Guardo rencores antiguos, hondos y sangrantes. Me sigue doliendo el alma y el cuerpo al recordarlos. ¿Por qué permito que otros tengan el derecho de hacerme daño?

Le he dado ese derecho al que un día hirió mi alma. He decidido anclar en lo más hondo una herida imperdonable.

Lo hizo con malicia. Me ofendió, me hirió, habló mal de mí o no hizo lo que yo esperaba que hiciera. Llevo heridas guardadas en el alma que me hacen esclavo.

Sentimientos que pesan

Hay familias rotas por falta de perdón. Relaciones frustradas, amores que no crecen ni maduran.

¿Cómo puedo perdonar las heridas de mi alma? ¿Cómo perdonar al que me hizo daño y dejarlo libre sin que tenga que pagar una pena por lo que hizo?

Quisiera que pagara su pena. Que supiera lo mal que actuó.

A lo mejor ni siquiera fue consciente de la herida que dejó en mi alma. Puede que ni siquiera sepa que estoy ofendido y no le perdono.

No tengo que decirle que lo perdono, nunca tiene que saberlo. Pero ¡qué pena que viva anclado en estos sentimientos tan enfermizos!

Me duele la herida. Me duele el rencor. Y no me deja crecer.

Nombrar mis resentimientos

Creo que la cuaresma tiene que ver con ese perdón que recibo y no soy capaz de dar. Con ese perdón que me puede liberar si Dios permite que nazca en mi interior.

¿Cuáles son mis resentimientos? Me gustaría ponerles nombre a esas piedras negras que yacen en el fondo de mi alma. Esas piedras del pasado que no logro sacar.

Alguien me hizo daño. Dijo algo, hizo algo o no hizo nada. Pudo haber amado y no amó. No odió tampoco, sólo hirió con su indiferencia o desprecio. O yo lo interpreté todo mal y por eso estoy herido.

La culpa no es mía, es de la vida. Y de mi piel fina que todo lo resiente. Quisiera no sufrir, no sentir, no padecer. Pero tengo piel de hombre herido.

Optar por la libertad

El amor recibido me sana y hace crecer. Y el odio logra sembrar una semilla de dolor.

Y yo guardo el odio como quien guarda el lodo. No sé qué espero. ¿Que dé flores? No, da amargura, brotan el resentimiento y la angustia. Y una pena honda por un perdón no dado.

¿Acaso no sé que perdonando soy yo el que se libera? ¿Por qué le he dado tanto poder sobre mí a los que me han hecho daño?

Un día confié, creí que todo sería fácil y bonito. Y esa persona a la que amaba me ofendió. Se aprovechó de mí, abusó.

Dejó mi alma rota cuando yo esperaba más. Vino el desengaño. La mentira me rompe. Y la injusticia. Creo tener derecho a ciertas cosas y por eso llevo cuentas del mal y del bien.

Humildad y perdón: el camino de Jesús

Jesús me invita a caminar a su lado para sufrir con Él las mismas afrentas y sentir que la paz permanece en el alma. En la mía igual que en la suya.

Quiero ser manso y humilde de corazón. Arreglaría muchos de mis problemas. Dejaría de tomarme tan en serio. Viviría con más paz y más alegría. Sería todo mucho más fácil.

El perdón me saca de mi cueva. Me vuelve a hacer confiado. Cuando perdono está claro que no olvido, eso no sucede, pero me libera perdonar.

Y también dejo libre a quien me hizo daño. Sólo me libero yo dejándolo ir. Sale de mi corazón y se va sin que yo lo retenga encarándolo con mis gritos.

Ejercicio de «elevación»

El perdón es esa magia que viene del poder de Dios y me levanta por encima de todo.

En los pecados ajenos siendo yo el ofendido, perdono.

Ante la ira de quien me ama, perdono.

Cuando me insultan injustamente, callo y perdono.

Cuando me dejan de lado habiendo sido yo importante, sonrío y perdono.

Ante la injusticia que me parte, callo y perdono.

Cuando me desplazan y se apropian de lo que hasta ayer era mío, permanezco manso y perdono.

No es tan sencillo. Es un ejercicio cuaresmal.Miro el rostro de quien me hizo daño. Y en el silencio le perdono.

No le digo nada. No tiene por qué saberlo. Soy yo el que quiere volar, huir, correr. Soy yo el que quiere ser libre de esos resentimientos agrios que me enferman por dentro.

Perdonarme a mí mismo/a

El perdón de mí mismo es también difícil. No logro perdonar la culpa de mis errores. Me exijo más. Pienso que podía dar más y ser mejor. No lo fui, veo la culpa y me duele por dentro el alma.

¿Cómo podré perdonarme si no puedo dejarme ir? Miro a Jesús y le pido que Él lo haga. Puede hacerlo.

Puede sanar mi alma herida y dejarme soñar con una vida más plena, más feliz.

Muchas de mis infelicidades vienen de esa incapacidad mía para perdonarme. Para pasar página. Para no guardar un resentimiento y una culpa que me enferman por dentro.

Soy libre. Me perdono.

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