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¿Cómo crecer en sabiduría?

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eamesBot | Shutterstock

Las cosas verdaderas crecen despacio, desde dentro

Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/03/22

Las cosas verdaderas maduran desde dentro, lentamente sin forzar, asumiendo retrocesos y manteniendo la esperanza

Me gusta pensar que el crecimiento siempre es lento. Las cosas no cambian de la noche a la mañana. Algunas simplemente nunca cambian porque no tienen que cambiar, no es necesario.

El árbol echa sus raíces en lo hondo de la tierra. Lentamente se abren paso entre las piedras, buscando agua. Y luego crecen el tronco y sus ramas. Todo lentamente, no lo percibo.

A veces no podrán las raíces eliminar las piedras que cierran su paso. Tendrán que bordear el obstáculo para seguir su camino.

Las cosas crecen desde dentro. Son las verdaderas. El amor que dura es el que nace en lo profundo, no el que se hace fuerte en la superficie de la piel, donde está el sentimiento.

La vida sólida es la que tiene hondas raíces, suficientes para impedir que el viento cambie el lugar en el que me asiento.

Cada cosa a su tiempo

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El crecimiento no siempre es global. Crece más un lado, luego el otro. Tal vez en altura, luego en profundidad, o hacia los lados.

No sé bien qué es la perfección de la que tanto hablan. ¿Que todo esté a la misma altura al mismo tiempo? No lo creo.

En ocasiones hay crecimientos falsos, que me llevan por caminos equivocados. ¿Es eso crecimiento o simplemente en ese instante me hago más pequeño, menos sabio, menos sólido, más volátil?

Crecer es lo que deseo, pero no demasiado, ni demasiado rápido. Cada cosa a su tiempo. No le puedo exigir a la vida lo que sólo da el paso de los días, de los años.

Eliminando lo que no ayuda

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Llevo toda la vida sembrando semillas de esperanza. No sé cuántas dieron fruto, cuántas se pudrieron por exceso de agua, o por mucha sequedad.

Crecer significa dejar que Dios me pode y corte lo que sobra, para crecer más recto, para llegar más alto.

Eliminar aquello que no me conviene o no me hace bien, aunque lo haya elegido.

Asumiendo riesgos

MACIEK KOZŁOWSKI, Z BOGIEM ZIOMEK

Desconocer nunca es una excusa para no aventurarme. No debo tenerlo todo claro para comenzar un camino nuevo. No tengo que saber el final para comenzar a andar.

Siempre hay riesgo en todo lo que intento. Eso no me desanima, quizás al contrario.

Crecer en algunos aspectos de mi vida de forma unilateral no siempre es malo. Quizás es lo que necesito en ese momento. Son acentuaciones en ámbitos de mi vida que me ayudan a ser mejor persona.

Crecer con armonía

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No quiero forzar el crecimiento. Ni ahogar la vida. No quiero exigirle lo que no me puede dar en ese momento. Quizás sí más tarde. O quizás nunca. Dice la Biblia:

“Florece el justo como la palmera, crece como un cedro del Líbano. Plantados en la Casa de Yahveh, dan flores en los atrios del Dios nuestro”.

El crecimiento verdadero es el que brota de lo hondo. Desde dentro. Es más lento. Es progresivo, sin pausa.

A veces parece que se detiene. Pero sigue creciendo, a su manera. Decía el papa Francisco: “La educación debe ser un crecimiento armónico de la persona”.

La armonía es lo que deseo. No siempre está al alcance de mi mano. No puedo forzar la vida.

Con altibajos

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Debo dejar que crezca junto a la maleza la flor preciosa. Dejar que el sol casi la queme. O que el agua la anegue.

Cada cosa tiene su tiempo. Cada día su afán. Crezco a paso lento, al ritmo de la vida que nunca se precipita. Siempre fluye, nunca se detiene.

¿Habré crecido con el paso de los años? ¿Seré ahora más maduro? De repente siento que hay retrocesos.

El crecimiento no es lineal. Es como si en ocasiones volviera a empezar desde el comienzo. A ritmo lento, yendo desde las cenizas de mi última caída.

¿Qué es tener madurez?

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¿Seré ya maduro? ¿Cómo se mide la madurez de una persona? Quizás en su forma de enfrentar las dificultades, de encarar los contratiempos y frustraciones.

Es más maduro el que logra mantener la calma, no perder la alegría, no dejar de soñar con un futuro mejor, más lleno de esperanza.

Tal vez no me sienta maduro en todos los aspectos de mi vida. Veo que no avanzo, no sumo, no llego.

Las cuestas largas y empinadas siguen siendo difíciles. El paso de los años no me ha hecho más resiliente. Tal vez más sabio, eso sí.

Siempre puedes crecer más

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Caminar por caminos nuevos me exige saber, comprender. Que no siempre tendré respuestas para todo, eso no importa.

Hay preguntas abiertas que habitan en mi corazón. Preguntas que me hacen levantarme cada mañana con ganas de vivir.

Puedo hacerlo todo mejor, llegar más lejos, crecer, madurar, ser más de Dios, más humano y más niño.

También puedo amar más, hasta el extremo, si me dejo tocar por esa mano de Dios que me acaricia. Crecer a partir de las heridas.

Y puedo ser mejor desde el perdón, cuando soy valiente y enfrento mi pasado o navego en las aguas revueltas de mi alma.

Toda experiencia puede servir para madurar

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Soy más fiel cuando me dejo tocar por esa misericordia de Dios reconociendo mis caídas.

Con humildad crezco, el orgullo no me deja avanzar. La vida puede dar muchas vueltas y al final tengo que buscar de nuevo el camino a seguir, la dirección correcta.

Esos pasos que doy me van edificando, incluso cuando me confundo y son los pasos errados.

Madurar lleva tiempo. Sol y frío, sequedad y lluvia. Todo lo que pasa suma haciendo que mi alma se vaya liberando de sus cadenas.

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