16 mártires de la persecución religiosa fueron beatificados en Granada. Estas son algunas de sus historias de martirio
Persecución religiosa de los años 30. El gobierno republicano está quemando las iglesias y persiguen a los sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles laicos… todo lo que tenga que ver con la religión católica. Cayetano Giménez tenía 69 años cuando fue detenido. Su único crimen: ser el párroco del pueblo.
Era un ministro del Señor bueno, sabio, humilde y prudente, un anciano de aspecto pacífico y venerable. Un hombre de paz. Dicen que “sus feligreses veían que el Siervo de Dios era un enamorado de la Eucaristía que pasaba grandes ratos de adoración ante el sagrario”.
Era el párroco de Loja, un pequeño municipio de Granada. Pudo escapar en un camión. Le ofrecieron la posibilidad de salir. No quiso. Prefirió quedar en su parroquia. Quemaron su templo y tuvo que refugiarse en casa de un médico amigo. Fue descubierto y apresado. Sería fusilado junto a otras seis personas.
Cayetano Giménez pidió una última cosa. Quería morir el último. Así fue. Lo hizo tras dar la absolución a cada uno de sus compañeros. El P. Giménez murió gritando: ‘¡Viva Cristo Rey!’ Tenía 69 años. Ante su entereza, los asesinos volvían al pueblo diciendo: «¡Vaya con el viejo! ¡Qué valor ha tenido!”
Junto a Cayetano Giménez fueron beatificados el pasado sábado otros 15 mártires de la persecución religiosa vivida en España durante los años 30 del siglo XX. Entre ellos, Pedro Ruiz de Valdivia, arcipreste de Alhama de Granada; Manuel Vázquez Alfalla, mártir de Motril; Miguel Romero Rojas, sacerdote y mártir de Coín; Antonio Caba Pozo, seminarista, y José Muñoz Calvo, laico, presidente de Acción Católica de Alhama de Granada. Fue el comienzo de la Guerra Civil Española.

Ceremonia en Granada
La beatificación fue presidida por Marcelo Semeraro quien en su homilía explicó que “Todos ellos, al sufrir la muerte violenta, en lo íntimo de su corazón gritaron a Dios: tu gracia vale más que la vida; tu misericordia vale más que la vida”.
“Las multitudes de los mártires aceptan gustosamente morir a este mundo, convencidos que, a causa de esta muerte temporal, serán vencedores para la eternidad”, explicaba: “Si, en consideración humana, nuestra vida terrena es, como decía el filósofo M. Heidegger, un ‘ser para la muerte’, nosotros, – añade Semeraro – a la luz de la fe en Cristo crucificado y resucitado, reconocemos que propiamente de la muerte nace la vida”.