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Espiritualidad
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Antes de pensar que alguien es bueno o malo…

En el interior suele mezclarse el bien y el mal

pathdoc | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/03/22

Las apariencias engañan, los juicios rápidos no sirven, el mal y el bien se mezclan y solo la misericordia permite acoger la verdad

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No bastan las palabras, nunca son suficientes. Quiero convencerte de algo, hacerte ver la vida de una manera diferente.

Quiero decirte que las cosas son como yo las veo, no como las ves tú. Pero luego encuentro que no bastan las palabras. Son las obras las que valen, las que cuentan.

Son los hechos, no las promesas. Dice la Biblia:

«Cuando la criba se sacude, quedan los desechos; así en su reflexión se ven las vilezas del hombre. El horno prueba las vasijas de alfarero, la prueba del hombre está en su razonamiento. El fruto manifiesta el cultivo del árbol; así la palabra, el del pensamiento del corazón humano. Antes que se pronuncie no elogies a nadie, que esa es la prueba de los hombres».

Las apariencias engañan. Lo he comprobado muchas veces. Veo rostros, no corazones. Y quisiera poder probar la calidad, la verdad de los corazones.

No es tan sencillo. Hay que mirar con el corazón, los ojos no bastan.

Solo Dios conoce la verdad

Los hechos son importantes, pero a veces tampoco son suficientes. Un hecho puede ser interpretado de maneras diferentes. De acuerdo con mi percepción, con mi experiencia.

Veo una realidad y no necesariamente se corresponde con la intención del que lo hizo. Y es que las motivaciones para actuar de una manera son muy diferentes.

La verdad del corazón sólo la conoce Dios. Y yo quiero que todos crean en mi verdad.

Lo bueno y lo malo mezclados

Pero no todo es trasparente. Mi verdad no es sólo buena. En mi interior también hay maldad, envidia, odio, rencor, rabia, ira, egoísmo.

Y todo esto se mezcla con mi deseo de dar la vida, de amar y ser amado, de buscar el bien de los que me rodean. Un deseo altruista y solidario.

Hay todo tipo de sentimientos que se entretejen los unos con los otros formando una imagen. Y esa imagen es visible desde fuera.

Conocer a alguien

Algunos ven ciertas capas. Los más cercanos acceden a capas interiores. Otros intentan interpretar lo que se esconde debajo de mis palabras o mis actos.

Juzgan, para bien o para mal, ensalzan o condenan. ¿Aciertan en sus juicios? Sólo una parte de ellos serán acertados.

Porque toda la verdad es más honda. Acceden como a la punta de un iceberg. No logra entrar en las profundidades. No lo necesitan. Yo no les dejo.

No es necesario conocerlo todo de la persona para hacerme un juicio. Pero siempre ese juicio puede estar equivocado.

Juicios rápidos no aciertan

Puedo pensar que eres santo porque veo el resplandor de algunas de tus obras. Puedo pensar que eres un criminal porque resalta el dolor que tus obras han causado.

Juzgo a partir de una punta del hilo con el que se teje tu vida. Y no tiro del hilo, no sé qué más hay en su interior.

Tal vez he decidido con el paso de los años dejar de hacer juicios rápidos sobre las personas.

Mejor pensar bien

En todo caso si son buenos los juicios los dejo existir en mi alma. Porque tengo claro que pensar bien de los demás le hace bien a mi alma. Duermo mejor, descanso más tranquilo.

Cuando elogio, mi alma se llena de vida y cuando hablo bien de otros, me queda un gusto dulce en el paladar. No me importa vivir engañado.

Detesto a los que quieren hacerme ver la verdad oculta, el pecado silencioso que yo no veo, la suciedad de sus pensamientos, el pecado escondido en los pliegues de su piel.

Quieren que salga de mi inocencia, consideran que soy demasiado ingenuo. Y yo me empeño en mantener esa imagen parcial, incompleta, superficial, no importa.

Esa imagen positiva de los demás me hace bien, me llena de luz, me da esperanza y una fe nueva que me lleva a creer en la bondad del hombre.

Ver la luz que la persona transparenta

¿Tengo que conocerlo todo? ¿Es necesario que sea consciente de todos sus pecados?

¿Me tengo que detener en la maldad cometida o puedo seguir adelante recordando sus buenas obras o sus gratas palabras?

La verdad ante todo parece ser el grito de muchos, el mío quizás también.

Porque la honestidad es lo primero, y la transparencia, y la pureza en las intenciones y el anhelo verdadero y puro de llegar a ser santo.

Sí, eso es lo que pretendo en medio de este camino lleno de esperanza. Quiero quedarme con lo bueno, con lo positivo, con la luz.

Aceptar también lo oscuro

Pero también me gusta la verdad escondida. La mía propia. El otro día leía:

«Recordé a mi padre diciéndome que si una persona se irritaba ante una observación personal era, generalmente, porque dicha observación encerraba algo de verdad».

Lucinda Riley, La hermana tormenta, Las Siete Hermanas 2, La historia de Ally

Hay verdades que no quiero reconocer en mi corazón y soy también eso que oculto.

Eso que escondo y que aflora cuando alguien desde fuera me hace ver que no soy tan bueno, tan honesto, tan puro, tan brillante.

Me hacen ver las sombras que es esconden en mi alma. Mis miedos, mis egoísmos, mis lujurias, mis envidias, mis rabias y demás tentaciones.

Ante la verdad, misericordia

Me hacen comprender que mi verdad sólo Dios la conoce y sólo Él la puede mirar con misericordia.

Porque cuando alguien lo conoce todo sólo puede seguir mirando si la misericordia habita en su interior.

Ante esa mezcla de pecado y virtud sólo la misericordia importa. Es lo único que me permite aceptar la vida en toda su verdad. Pecado y virtud. Luces y sombras. Una única verdad amada por Dios. Eso es lo único que cuenta al final del camino.

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