Ganar partidos en el mundo del deporte no es lo único. Conseguir éxito en las empresas que emprendo no es lo fundamental.
Si así fuera viviría frustrado continuamente, porque nadie puede ganar siempre. Y el éxito no siempre me acompaña.
¿Cómo se educa el carácter para vivir con paz tanto en el éxito como en el fracaso? Toni Nada hablaba sobre su sobrino el tenista Rafael Nadal y la educación de los jóvenes:
Por qué exigirme
No sé cómo manejo el esfuerzo y los sueños. Deseo algo que no poseo. Lucho por ello con todas mis fuerzas. Lo consigo y lo olvido, paso a otra cosa.
O no lo consigo y pierdo la alegría, desisto, abandono la ruta del esfuerzo.
Esforzarme por algo parece algo poco común. Exigirme no parece más deseado. Prefiero obtener logros sin hacer demasiado, sin mucha lucha.
Luchar hasta el extremo no es fácil. Hacerlo cuando parece todo perdido sin enojarme, sin perder la razón, sin dejar que las emociones manden y hagan que salga lo peor de mí es poco frecuente.
Seguir corriendo cuando lo que todos ven es que no lo voy a lograr parece imposible. Creer en mí incluso cuando nadie cree, es utópico.
No parece recomendable luchar hasta el final de mis fuerzas y correr hasta que ya no pueda más. Pero si lo hago no tendré nada que reprocharme.
Siempre entretenidos
La ley del mínimo esfuerzo se impone. Elegir la diversión, viajar, hacer planes entretenidos gana al esfuerzo y al sacrificio.
Las palabras sacrificarse y renunciar resultan ajenas. Prefiero las palabras triunfar, tener éxito, lograr los objetivos. Pero todo ello sin demasiada lucha.
Tengo derecho al descanso, a la fiesta, a la alegría. No quiero estar todo el día exigiéndome demasiado.
Renunciar, cuando puedo seguir pasándolo bien. Sacrificarme, cuando puedo lograr lo mismo sin tanto esfuerzo. Es la mentalidad que se impone.
Sacrificio
Frente a ello surge la excepcionalidad del sacrificio. Añade Toni Nadal:
¿Es esa mi educación? ¿Estoy dispuesto a luchar de esta forma aun cuando no consiga todas mis metas?
Gratificaciones inmediatas
Parece que no opto por el sacrificio y la renuncia. Pero al mismo tiempo lo quiero todo y ya, de forma inmediata.
Invertir tiempo y esfuerzo no es gratificante. Venir dispuesto a trabajar y no simplemente a cubrir el expediente es lo que Dios me pide.
Mis relaciones humanas no son gratuitas, exigen renuncias y sacrificios y no siempre las cosas salen como yo quiero. Cada día tengo que esforzarme.
No soy todavía la mejor versión de mí mismo. Agradezco todo lo que tengo, pero aún no me basta, puedo dar más.
No lo miro todo con frustración sino con el deseo de crecer más y de dar más. La aceptación del sacrificio tiene que estar en mi ADN.
Superar el derrotismo
No estoy dispuesto a ser conformista. No me sirven esas frases que a veces anidan en mi corazón:
Son actitudes derrotistas que no me ayudan a madurar. En la vida las cosas son difíciles.
Si no me esfuerzo cada día por ser mejor, me dejaré llevar por la corriente.
Si sólo busco el éxito fácil e inmediato me toparé de bruces con el fracaso de todos mis sueños.
Seguir esperando con una sonrisa
Desde el momento que no lucho por lo que deseo ya lo he perdido. Desde ese instante en el que pierdo la esperanza he dejado a un lado la posibilidad de tocar las alturas.
Los sueños que no se cuidan y cultivan mueren. Las ideas que no intento que se hagan vida acaban languideciendo.
No siempre detrás de mi esfuerzo llega un resultado satisfactorio. Las metas están delante de mis ojos y no me conformo con lo que ya he logrado.
Puedo alcanzar más metas, puedo llegar más lejos.
Entrenar todos los días no me garantiza el éxito. Pero dejar de hacerlo me asegura fracasar en todos los ámbitos de mi vida. Enojarme conmigo mismo cada vez que caigo no me ayuda a levantarme.
La actitud positiva me permite ver a Dios en mi camino cada vez que está todo en tinieblas y cubierto de bruma.
No dejo de sonreír, me sacrifico, me entrego, renuncio por amor a aquello más grande que anhela mi corazón.