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¿Quieres confiar pero te dedicas a controlar?

LITTLE BIRD
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Carlos Padilla Esteban - publicado el 16/02/22
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El que ama siempre está junto a la persona amada, no la suelta, no la deja sola. Piensa en ella cada segundo de su vida, así es Dios conmigo

Me pregunto: ¿En quién pongo mi confianza?

Quisiera tener raíces hondas. Tener mi confianza firme en Dios.

Creer en quien no falla

Confiar es abandonar mi vida en quien me ama. No dudar, no temer. Confiar en ese Dios que me ha prometido la felicidad y la plenitud. Confío en quien no me defrauda nunca y no me abandona.

¿Cómo conquisto esa confianza en Dios que tantas veces me falta? ¿Cómo puedo creer que ese Dios no me va a dejar nunca cuando sufro desgracias y pérdidas?

Es un Dios que me sostiene. Quiero creer en la ley del amor que gobierna este mundo. Dios me ama y me espera en el camino y al final de mi vida. Comenta san Pablo:

Mi esperanza no está puesta en las cosas caducas sino en ese Dios que no se desentiende de mí, no me olvida nunca y no me abandona.

Perder la confianza

Esa confianza no es tan sencilla de mantener viva. ¿Qué pasa cuando muere la persona amada después de haber rezado tanto por su recuperación?

¿Y cuando fracasa esa empresa por la que tanto he rezado y confiado en Dios? ¿Cómo confiar de nuevo en ese Dios que parece abandonarme en los peores momentos de mi vida?

La confianza es un don que se tarda mucho en conquistar y se pierde muy fácilmente, con una primera infidelidad.

La confianza en las personas es un don que se me da, no la puedo exigir. Es un regalo que Dios me hace.

¿Cuándo dejo de confiar en las personas a las que quiero?

Me duele tanto alejarme y dudar de aquellos en los que un día he puesto mi confianza. Me da tanta pena sentir la lejanía de los que antes estaban cerca...

Tejo relaciones hondas que pueden romperse por alguna herida, por una palabra dicha fuera de lugar, por una traición no intencionada, por alguna expectativa incumplida.

Sí, hay muchos motivos para que se rompa la confianza que antes era un don sagrado, una piedra firme.

Y luego volver a confiar parece imposible. Sanar la herida resulta tan difícil. Sellar la grieta que ha provocado la distancia.

Hace falta el perdón y este no siempre llega. Se atasca en el alma el resentimiento y no llega ese olvido que haría todo más fácil.

¿Importa tanto quién tiene la culpa?

Yo esperaba tanto, yo confiaba, yo contaba con todas esas cosas que los otros no hicieron. ¿Qué parte de culpa tengo yo?

Tal vez me cuesta mirar mi corazón y aceptar que algo habré hecho yo mal. No busco excusas, no culpo siempre a los otros.

Algo se ha roto y yo también intervine. Incluso cuando no hice o no dije, mi omisión tensó la cuerda en la relación o produjo un daño profundo en el alma de aquel que me ama, a quien yo creo amar.

No puedo vivir siempre llevando cuentas del mal que me hacen o del bien que dejan de hacerme. Esa actitud me enferma.

A pesar de todo, confiar

Confiar siempre es el camino. Quiero aprender a confiar. Incluso cuando me han fallado.

Si no soy capaz de confiar en los hombres a los que veo, ¿cómo voy a confiar en Dios a quien no veo?

Confiar en sus planes aunque me parezcan extraños, en su amor aunque a menudo no lo sienta.

Confiar en que siempre va a estar ahí sosteniendo mi vida aunque parezca caer por una pendiente sin freno alguno.

Sumergirse profundamente en el amor

Cuando confío en Dios, en su amor, mis raíces se vuelven profundas, llegan a las entrañas de la tierra donde hay agua en abundancia.

En la orilla del río todo es más fácil. Allí es donde no tengo que temer la sequía ni el calor del verano.

Quiero aprender a confiar en el amor de Dios en mi vida. Confiar en la presencia de ese Dios que me ama con locura.

Me ama con todas sus fuerzas. Me ama más allá de todos mis intentos por amarle yo a Él con la misma fuerza.

Quiero confiar, pero me dedico a controlar mi vida. No estoy dispuesto a soltar las riendas de mi vida, el timón de mi barca. Quiero sujetarlo todo.

Ojalá pudiera hacerlo todo como si dependiera totalmente de mí y al mismo tiempo con la seguridad, con la certeza de que todo depende absolutamente de Dios.

Como los niños

Es esa confianza ciega de los niños que confían en sus padres. Pienso en mí cuando era niño. Cuando no temía y me acostaba sin temer nada cada noche.

Nada alteraba mi sueño. Confiaba en mis padres, en la estabilidad de mi hogar. Nada podría romper la seguridad que tenía.

Confiar es propio de ese niño que se sabe amado. Y el amor nunca abandona al amado.

Así me ama Dios

El que ama siempre está junto a la persona amada, no la suelta, no la deja sola. Piensa en ella cada segundo de su vida. Así es Dios conmigo.

No se olvida de mí, está pendiente de mis pasos. Me sigue de cerca cada segundo de mi vida.

Ve cuando me alejo y elijo lo que no me hace bien. Pero respeta mis pasos. No fuerza mi voluntad. No se me aparece para enmendar mi vida.

Simplemente me acompaña en silencio y yo confío. Creo que va a estar siempre a mi lado sujetando mi vida.

Con él en paz

Esa confianza la puso Dios un día en mi corazón. Ya no soy yo el que decide lo que está bien o mal. Ya no soy yo el que toma las decisiones importantes.

Las tomo con Él, de su mano, porque confío en que sus caminos son los mejores.

Nada puede salir mal si permanezco a su lado, si no me alejo, si vivo en su verdad, bajo su luz.

Esa confianza en Dios es la roca de mi vida. Todo lo demás es secundario. Pierdo los miedos.

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